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Aquella objeción habitual: «¿Qué hacer de los criminales? ¿Habría, pues, que dejarlos impunes?» no lo turbaba ya. Habría podido tener un valor si se hubiese demostrado que el castigo disminuye la criminalidad o corrige a los criminales; pero cuando se ha probado que ocurre lo contrario, cuando se comprende que no está en las facultades de unos corregir a otros, la única cosa razonable que se puede hacer es renunciar a actos inútiles, incluso perjudiciales, así como inmorales y crueles. «Hace siglos que os encarnizáis contra hombres a los que llamáis criminales. Y qué, ¿habéis reducido su número? No solamente no lo habéis disminuido, sino que habéis aumentado, tanto el número de los criminales a los que los castigos han pervertido, como el número de esos magistrados, fiscales y carceleros que juzgan y que condenan a los hombres.»

Desde entonces, Nejludov comprendió que el estado social actual existe, no gracias a que criminales legales juzgan a sus semejantes, sino porque, a despecho de esta perversión, los hombres tienen, a pesar de todo, piedad y amor unos por otros. Con la esperanza de encontrar la confirmación de este pensamiento en aquel mismo evangelio, Nejludov se puso a leerlo desde el principio. Después del Sermón de la montaña, que siempre lo había conmovido, leyó por primera vez aquella noche, no ya bellos pensamientos abstractos que exigen de nosotros una conducta imposible de seguir, sino mandamientos simples, claros, prácticamente realizables, y que bastaría cumplir para establecer una organización social completamente nueva y no solamente hacer desaparecer, por la fuerza de las cosas, la violencia que indignaba tanto a Nejludov, sino realizar además la mayor felicidad que le sea dado alcanzar a la humanidad: el reino de Dios sobre la tierra.

Estos mandamientos eran en número de cinco:

El primer mandamiento(San Mateo, 5, 2126) enseña al hombre que no solamente no debe matar a su hermano, sino también que no debe irritarse contra él, ni considerar a nadie como estando por debajo de él, «raca», y que, si se querella con alguien, debe reconciliarse con él antes de hacer a Dios alguna ofrenda, es decir, antes de rezar.

El segundo mandamiento(San Mateo, 5, 2732) enseña al hombre que no solamente no debe cometer adulterio, sino abstenerse también de desear la belleza de la mujer; y que debe, una vez unido a una mujer, no traicionarla nunca.

El tercer mandamiento(San Mateo, 5, 3337) prohíbe al hombre prometer lo que quiera que sea por juramento.

El cuarto mandamiento(San Mateo, 5, 3842) prescribe al hombre no solamente no devolver ojo por ojo, sino también, después de haber sido golpeado en una mejilla, ofrecer la otra; perdonar las ofensas, soportarlas con resignación, no negar a sus semejantes nada de lo que le piden.

El quinto mandamiento(San Mateo, 5, 4348) no solamente prohíbe odiar al enemigo, sino que prescribe también amarlo, acudir en su ayuda y servirlo.

Nejludov clavó su mirada en la luz de la lámpara y permaneció inmóvil. Recordó toda la bajeza de nuestra vida y se imaginó con claridad lo que ella podría ser si los hombres fuesen educados en estos preceptos, y un entusiasmo que hacía mucho tiempo que no experimentaba invadió su alma. Se hubiera dicho que después de largos sufrimientos, recobraba de pronto la calma y la libertad.

No durmió en toda la noche, y, como sucede a mucha gente que lee el evangelio, comprendía por primera vez todo el alcance de aquellas palabras hasta entonces insospechadas. Como la esponja hace con el agua, se empapaba con todo lo que aquel libro revelaba de necesario, de importante y de consolador. Y todo lo que él leía confirmaba lo que sabía ya desde hacía mucho tiempo, pero en lo que no había creído hasta entonces. ¡Y ahora creía!

No solamente creía que, siguiendo esos mandamientos, los hombres deben alcanzar la mayor felicidad posible, sino que, además, tenía conciencia de que cualquier hombre no tiene otra cosa que hacer que seguirlos, porque en ellos reside el único sentido razonable de la vida, y apartarse de ellos es una falta que reclama inmediatamente el castigo. Esto resultaba de la doctrina entera, pero había sido expresado sobre todo, con una claridad y una fuerza particulares, en la parábola de los viñadores. Los viñadores se habían imaginado que el huerto adonde se les envió a fin de trabajar allí para su dueño era propiedad de ellos; que todo lo que allí se encontraba era de ellos solos; que toda su obra consistía en gozar allí de la existencia, olvidando al dueño, matando a los que se lo recordaban y liberándose de todo deber para con él.

«Es lo que hacemos también nosotros pensaba Nejludov. Vivimos en esta seguridad insensata de que somos nosotros mismos los dueños de nuestra vida y que nos es dada únicamente para gozar de ella. Sin embargo, eso es un evidente desatino. Si somos enviados aquí, es gracias a una voluntad cualquiera y con un fin fijado. Nos imaginamos que vivimos para nuestra propia alegría, y si nos encontramos mal es porque, como los viñadores, no cumplimos la voluntad del dueño. Ahora bien, la voluntad del dueño está expresada en estos mandamientos. Que los hombres sigan solamente esta doctrina, y el reino de Dios se establecerá sobre la tierra, y los hombres podrán adquirir la mayor felicidad que les es accesible.»

« Buscar el reino de Dios y su verdad, y el resto os será dado por añadidura

«Pero nosotros buscamos el restoy no lo encontramos .»

«¡He aquí, pues, la obra de mi vida! ¡Una acaba, la otra comienza!»

Desde aquella noche empezó para Nejludov una vida nueva y no tanto desde el punto de vista de las condiciones de vida diferentes con que se rodeó, sino porque todo lo que le ocurriría en lo sucesivo tendría para él una significación muy distinta que en el pasado.

El porvenir mostrará cómo acabará este nuevo período de su vida.

FIN

RESURRECCIÓN