—Cariño, ¡yo quiero una!
Mi padre sonríe. Mi hermana igual, y yo muy seriamente respondo:
—¡Ni loca!
Por la noche mi padre se empeña en quedarse con mi hermana y mi sobrinita en el hospital. Le llamo Papá Pato cuando me despido de él, y se ríe. Cuando regresamos Eric y yo solos en el coche estoy cansada. Eric conduce en silencio mientras suena una canción alemana en la radio, y yo miro encantada por la ventana. De pronto, cuando llegamos a la urbanización, Eric para el coche a la derecha.
—Baja del coche.
Pestañeo y me río.
—Venga, Eric. ¿Qué quieres?
—Baja del coche, pequeña.
Divertida, le hago caso. Sé lo que va a hacer. Entonces, comienza a sonar Blanco y negro de Malú, y Eric, tras subir el volumen de la música a tope, se planta delante de mí y me pregunta:
—¿Bailas conmigo?
Sonrío y paso las manos alrededor de su cuello. Eric me acerca a su cuerpo mientras la voz de Malú dice:
Tú dices blanco, yo digo negro.
Tú dices voy, yo digo vengo.
Miro la vida en colores, y tú en blanco y negro.
—¿Sabes, pequeña?
—¿Qué, grandullón?
—Hoy al ver a la pequeña Lucía he pensado que...
—No... ¡Ni se te ocurra pedírmelo! ¡Me niego!
¡Joder! Al decir esto último me he recordado a mi hermana. ¡Qué horror! Eric sonríe, me abraza todavía más fuerte contra él y murmura:
—¿No te gustaría tener una niña a la que enseñar motocross?
Me río y respondo:
—No.
—¿Y un niño al que enseñar a montar en skateboard?
—No.
Continuamos bailando.
—Nunca hemos hablado de esto, pequeña. Pero ¿no quieres que tengamos hijos?
¡Por todos los santos!, ¿qué hacemos hablando de este tema? Y mirándolo, cuchicheo:
—¡Oh, Dios, Eric! Si hubieras visto lo que yo he visto, entenderías que no quiera tenerlos. Se te pone eso... enorme..., enormeeeeeeeeee, y tiene que doler una barbaridad. No. Definitivamente me niego. No quiero tener hijos. Si quieres anular la boda lo entenderé. Pero no me pidas que piense en tener niños ahora mismo porque no quiero ni imaginármelo.
Mi chico sonríe, sonríe... y, dándome un beso en la frente, murmura:
—Vas a ser una madre excepcional. Sólo hay que ver cómo tratas a Luz, a Flyn, a Susto, a Calamar y cómo mirabas a la pequeña Lucía.
No contesto. No puedo. Eric me obliga a continuar bailando.
—No se cancela ninguna boda. Ahora cierra los ojos, relájate y baila conmigo nuestra canción.
Hago lo que me pide. Cierro los ojos. Me relajo, y bailo con él. Lo disfruto.
Cuatro días después le dan el alta a mi hermana y dos días más tarde a la pequeña Lucía. A pesar de haber nacido antes de tiempo, la pequeña es fuerte como un roble y una auténtica muñequita. Mi padre no para de decir que es igualita que yo, y, la verdad, es morenita y tiene mi boca y mi nariz. Es una monada. Cada vez que Eric coge a la niña me mira con ojos melosos. Yo niego con la cabeza, y él se parte de risa. A mí no me hace gracia.
Los días pasan y llega la boda.
La mañana en cuestión estoy histérica. ¿Qué hago vestida de novia?
Mi hermana es una plasta, mi sobrina una tocapelotas y, al final, mi padre es quien tiene que poner orden entre nosotras. Vamos, lo de siempre cuando estamos juntas. Estoy tan nerviosa por la boda que pienso incluso hasta en escapar. Mi padre, al contárselo, me tranquiliza. Pero cuando entro en la abarrotada iglesia de San Cayetano del brazo de mi emocionado padre vestida con mi bonito traje de novia palabra de honor y veo a mi Iceman esperándome más guapo que en toda su vida con ese chaqué, sé que no voy a tener un hijo, voy a tener tropecientos mil.
La ceremonia es corta. Eric y yo así lo hemos pedido, y cuando salimos, los amigos y familiares nos cubren de arroz y pétalos de rosas blancas. Eric me besa, enamorado, y yo soy feliz.
El banquete lo celebramos en un bonito salón de Múnich. La comida es deliciosa; mitad alemana, mitad española, y parece gustarle a todo el mundo.
Eric, sorprendiéndonos, no ha reparado en gastos. No quiere que mi padre, mi hermana y yo nos sintamos solos, y ha hecho venir a mi buen amigo Nacho, y de Jerez al Bicharrón y el Lucena con sus mujeres, Lola la Jarandera, Pepi la de la Bodega, la Pachuca y Fernando con su novia valenciana. Según ellos, el Franfur se puso en contacto con ellos y los invitó con todos los gastos pagados. Incluso Eric ha invitado a las Guerreras Maxwell. ¡La locura!
¡Me lo como! Yo a mi marido me lo como a besos.
De Müller ha invitado a Miguel con su huracanada novia, a Gerardo con su mujer y a Raúl y Paco, que al verme, aplauden emocionados.
Brindamos con Moët Chandon rosado. Eric y yo entrelazamos nuestras copas y felices bebemos ante todos. La tarta es de trufa y fresa, expreso deseo del novio y, cuando la veo, los ojos me hacen chiribitas. Ni contar lo morada que me pongo.
Al abrir el baile de nuevo, mi ya marido me vuelve a sorprender. Eric ha contratado a la cantante Malú y en directo nos canta nuestra canción, Blanco y negro. ¡Qué momentazo! Abrazada a él, disfruto la canción mientras nos miramos enamorados. ¡Dios, cuánto le quiero!
Tras aquello, una orquesta ameniza el baile. Sonia, mi padre y mi hermana están pletóricos de felicidad. Marta y Arthur aplauden. Flyn y Luz, divertidos, corren por el salón, y Simona y Norbert no pueden parar de sonreír. Todo es romántico. Todo es maravilloso y disfrutamos de nuestro bonito día.
Risueña, bailo con Reinaldo y Anita la Bemba colorá mientras gritamos «¡Azúcar!». Y Eric no puede parar de reír. Soy su felicidad.
Con Sonia, Björn, Frida y Andrés nos desmelenamos al bailar September, y cuando la canción acaba, Dexter pilla el micrófono y a capela nos canta un bolero mexicano dedicado a Eric y a mí. Yo sonrío y aplaudo.
Tengo unos excelentes amigos dentro y fuera de la habitación. Son personas como yo a las que les gusta el morbo y los juegos calientes entre cuatro paredes, pero que cuando salen de ellas son atentas, cariñosas, educadas y muy divertidas. Todos ellos me hacen dichosa y feliz.
El baile dura horas, y cuando veo a Dexter hablando animadamente con mi hermana, alarmada, miro a Eric, y éste me indica que no me preocupe. Al final, sonrío.
La fiesta acaba a las cuatro de la mañana, y por la noche mi padre y mi hermana con las niñas y Flyn se van a dormir a casa de Sonia. Quieren dejarnos la casa enterita para nosotros.
Cuando llegamos, Eric se empeña en cogerme en brazos para traspasar el umbral. Encantada dejo que me coja y, cuando lo traspasamos me suelta, y, dichoso, susurra:
—Bienvenida al hogar, señora Zimmerman.
Encantada le beso. Saboreo a mi marido y le deseo.
Cuando entramos y cierro la puerta, sin hablar, le quito el chaqué, la pajarita, la camisa, los pantalones y los calzoncillos. Lo desnudo para mí y sonrío al decir:
—Ponte la pajarita, Iceman.
Divertido, lo hace. ¡Dios!, mi alemán desnudo y con la pajarita es mi fantasía. Mi loca fantasía. Tiro de él y, al llegar a la puerta del despacho, lo miro y susurro:
—Quiero que me rompas el tanga.
—¿Segura, cariño? —pregunta riendo mi amor.
—Segurísima.
Eric, excitado, comienza a subir tela, y más tela..., y más tela. La falda del vestido es interminable. Al final, lo detengo entre risas.
—Ven..., siéntate en tu sillón.
Se deja guiar por mí. Hace lo que le pido y me mira.
Excitada, desabrocho la falda de mi bonito vestido de novia, y ésta cae a mis pies. Vestida sólo con el corpiño y el tanga, me siento con sensualidad sobre la mesa de mi enloquecido marido.
—Ahora, ¡rómpelo!
Dicho y hecho.
Eric rasga el blanco tanga, y cuando pasa sus manos por mi tatuado y siempre depilado monte de Venus, murmura con voz ronca:
—Pídeme lo que quieras.
Cuando dice eso cierro los ojos y me emociono.