Изменить стиль страницы

—Eric..., soy Eric, Judith, déjate de llamarme «señor».

Está furioso, tremendamente furioso, y su mala leche comienza a hacerme reaccionar. Su mirada es fría, pero ahora que sé lo que Björn me ha contado, juego con una baza a mi favor y respondo:

—Mira, no voy a mentirte. ¡Se acabaron las mentiras! Björn es un amigo, ¿por qué no voy a salir con él por Madrid o por donde me dé la gana?

Mi respuesta no lo satisface y pregunta entre dientes:

—¿En Múnich has salido alguna vez con él sin yo saberlo?

Abro la boca, sorprendida, y cuchicheo mientras muevo la cabeza:

—¡Serás gilipollas...!

Eric pone los ojos en blanco, mueve la cabeza también y sisea:

—No comiences, Judith.

—Perdona. Pero no comiences tú —digo, dando un golpe con la mano en la mesa—. Pero ¿qué tonterías me estás preguntando? Björn es el mejor amigo que puedes tener y tú me preguntas tonterías. Mira, chato, ¿sabes lo que te digo? Lo veré siempre que me dé la gana.

—¿Juegas con él, Judith?

Otra pregunta sorpresa. Al final, le doy. ¿Cómo puede pensar eso? Y malhumorada, se me ocurre responder con chulería:

—Simplemente hago lo que tú haces. Ni más. Ni menos.

Silencio. Tensión. De nuevo, Alemania contra España. Al final asiente y tras mirarme de arriba abajo sisea:

—De acuerdo.

Nos miramos. Nos retamos. Estoy por gritarle que él me ha ocultado lo de mi hermana, pero al final y sin saber por qué voy y digo:

—El próximo fin de semana voy a Múnich.

Eric se levanta de la silla y, apoyándose en la mesa con los ojos fuera de sus órbitas, pregunta:

—¿Vas a ir a la fiesta de Björn?

No sé de qué fiesta habla. Björn no me ha dicho nada ni conoce mi viaje. Yo he quedado con Marta en Múnich, para ver a Flyn y a todos los que quiero, pero apoyándome en la mesa, contesto lenta y retadoramente:

—Y a ti ¿qué te importa?

Suena el teléfono. ¡Mi salvación! Con rapidez lo cojo.

—Buenos días. Le atiende Judith Flores. ¿En qué puedo ayudarle?

—Cuchufleta, ¿cómo estás, cariño?

¡Mi hermana!

Sin dejar de mirar a Eric, respondo:

—¡Hola, Pablo!

—¡¿Pablo?! Pero Cuchuuuuuuu, que soy yo, Raquel.

—Lo sé, Pablo..., lo sé. Vale. Si quieres cenamos. ¿En tu casa? ¡Genial!

Mi hermana no entiende nada, y antes de que diga nada más, añado:

—Luego, te llamo. Ahora estoy hablando con mi jefe. Hasta dentro de un rato.

Cuando cuelgo, la mirada de Eric es siniestra. No sabe quién es ese Pablo y lo desconcierta. Divertida porque sé lo que piensa, añado:

—¿Qué pasa? ¿quien te informa de mi vida no te ha hablado de Pablo? —Y echándome para adelante en la mesa, siseo ante su cara—: Pues te tienen muy mal informado. Björn es un amigo, algo que desde luego Pablo no es.

Sin más, me doy la vuelta y salgo del despacho. Me tiembla todo. Qué manera de liarla.

Sé que no me quita ojo, por lo que cojo mi bolso y me voy de allí como alma que lleva el diablo. Cuando llego a la cafetería, me pido una coca-cola con mucho hielo. Estoy sedienta a la par que furiosa e histérica.

¿Qué narices estoy haciendo? Y sobre todo, ¿qué narices está haciendo él?

Abro el móvil, llamo a Björn.

—Tu amiguito Eric está aquí. Ha venido hecho una furia a preguntarme qué hacíamos tú y yo ayer por Madrid.

—¿Que está en Madrid?

En ese momento, Eric entra en la cafetería y me mira. Se sienta en el otro extremo de la barra y yo sigo hablando por teléfono.

—Sí. Ahora le tengo justo enfrente de mí.

—¡Joder con Eric! —ríe Björn—. Bueno, preciosa, pues ya sabes lo que te dije. Él te necesita. Si realmente le quieres, no se lo pongas difícil y vuelve con él. Sólo está esperando a que tú des el primer paso. Sé dulce y buena.

Sonrío y me desespero. ¿Dulce y buena? Más que dar un paso lo que he hecho ha sido declararle la guerra. Desesperada por encontrarme en la encrucijada más loca de mi vida murmuro tras ver que Eric me observa:

—El fin de semana que viene tengo pensado ir a Múnich. Se lo he comentado y él ha creído que voy a ir contigo a no sé qué fiesta.

—¡Guaua!, preciosa. Eso le habrá enfurecido —se mofa.

Tras hablar sobre mi visita a Múnich con Björn me despido de él y cierro el móvil. Me bebo la coca-cola. La pago y salgo de la cafetería. Cuando regreso al despacho, a los dos minutos aparece Eric. Entra en su despacho y me mira, me mira y me mira.

Dios, cómo me excita cuando me mira así.

Soy una puñetera masoquista, pero esa frialdad en su mirada fue lo que me enamoró de él.

Como puedo, me concentro en mi trabajo. No doy pie con bola. Sé lo que necesito. Necesito besarlo para desbloquearme. Anhelo su boca, su contacto, y como sé cómo conseguirlo, me levanto, entro al despacho de Miguel, que no está, y de allí paso al archivo.

He imaginado bien. Eric no tarda en llegar, y antes de que me dé tiempo a respirar ya está detrás de mí. No me toca. Sólo está cerca de mí. Hago que no me he dado cuenta de su presencia y me doy la vuelta. Me choco contra él. ¡Oh, Dios!, su olor me encanta. Lo miro, me mira y pregunto:

—¿Quiere algo, señor Zimmerman?

Su boca va directa a la mía.

No se detiene en chuparme los labios.

Directamente mete su lengua en mi boca y me besa. Me devora con ansia. Su barba y su bigote me hacen cosquillas en la nariz y en la cara, pero cuando sus manos me cogen la cabeza para profundizar el beso, simplemente me dejo hacer. Lo necesito. Lo disfruto. Mientras me besa con ardor y exigencia, mi cuerpo se recarga de fuerza y, cuando finaliza, lo miro y, sin limpiarme los labios, murmuro:

—Recuerde, señor, mi boca ya no es sólo suya.

Una vez que digo eso, le empujo contra los archivos y salgo pletórica por haber conseguido mi beso. Pero después me arrepiento. ¿Qué estoy haciendo? Él necesita que yo dé el paso, pero mi orgullo no lo ha consentido. El resto del día no vuelve a acercarse a mí. Eso sí, no deja de mirarme. Me desea. Lo sé. Me desea tanto como yo lo deseo a él.

42

Al día siguiente, Eric no aparece por la oficina. Llamo a Björn y me indica que está en Múnich. Me tranquiliza saberlo. El viernes por la tarde, cuando salgo de la oficina, tomo un vuelo a Alemania. Marta me va a buscar, y aunque se enfada, insisto en que quiero ir a un hotel a dormir. Si Eric y yo nos arreglamos quiero tener dónde llevarlo. El sábado por la mañana quedo con Frida. Me cuenta que Björn prepara una fiesta en su casa esa noche, y Eric cree que yo voy a aparecer. Niego con la cabeza. No pienso ir. No quiero jugar sin él.

Por la tarde, voy a casa de Sonia. La mujer me abraza con cariño y se emociona al verme. Cuando menos me lo espero aparece Simona, que al saber que había viajado a Múnich decide ir a visitarme. Cuando me ve, me abraza con cariño y, entre risas, me cuenta cómo va el culebrón de «Locura esmeralda». Pero uno de los mejores momentos es cuando aparece Flyn. No sabe que yo estoy allí y, cuando me ve, corre a mis brazos. Me ha echado de menos. Tras varios achuchones y besos, me enseña su brazo. Está totalmente recuperado y me cuchichea que Laura y él ahora se hablan. Ambos nos reímos, y Sonia disfruta de las risas de su nieto.

Después de comer, cuando estamos Flyn y yo jugando con la Wii, aparece Eric. Su gesto al verme es frío. Se ha afeitado y vuelve a estar tan guapo como siempre. Se acerca a mí, y cuando me da dos besos y su mejilla toca la mía, tiemblo. Cierro los ojos y disfruto de ese delicado roce entre los dos. Marta y Sonia, varios minutos después, se llevan a Flyn a la cocina. Desean dejarnos solos. En cuanto nadie está a nuestro alrededor, Eric pregunta:

—¿Has venido a la fiestecita de Björn?

No contesto. Simplemente lo miro y sonrío.