Cuando yo estuve allí tras mi boda, de mediados de septiembre a mediados de noviembre, hacía ya dos años que había empezado a probar con las citas convenidas a través de agencia y también, desde hacía uno, a escribir a las secciones de contactos personales (personals, se llaman) de periódicos y revistas. Se había hecho un vídeo para la agencia, que desde allí—previo pago— se enviaba a los interesados en alguien como ella. La expresión es absurda, pero es la que se utiliza y Berta misma utiliza, 'gente interesada en alguien como yo', es decir, Berta acercándose a un modelo anterior pero inexistente en vez de crear el propio. En ese vídeo ella hablaba sentada en su sofá (me lo mostró, conservaba el original, los de la agencia hacían y mandaban copias), estaba guapa, muy arreglada, parecía serena, parecía más joven, hablaba en inglés frente a la cámara, al final dejaba caer algunas frases convencionales en español para atraer a otros españoles solitarios posibles, residentes o de paso, o a quienes gustan de un toque exótico o a los que en América llaman hispanos. Hablaba de sus gustos, de sus aficiones, de sus ideas (no muchas ideas), no de su trabajo, mencionaba su accidente, mencionaba su leve cojera con una sonrisa exculpatoria, era obligado confesar los defectos físicos para que nadie se llamara a engaño; luego se la veía por casa, regando las plantas, hojeando un libro (era de Kundera, un fallo), con música de fondo (se oía un violoncello de Bach al fondo, un tópico), con delantal en la cocina, escribiendo cartas ante una mesa con luz eléctrica. Eran muy breves los vídeos, unos tres o cinco minutos, todos plácidos. Ella (empleo el plural por eso) también los recibía previo modesto pago, los vídeos de hombres que habían o no visto el suyo y querían conocerla o darse a conocer a desconocidas. Recibía un par de ellos cada semana, durante mi estancia los veíamos juntos, nos reíamos, yo la aconsejaba, aunque me sentía incapaz de aconsejarla en serio, me parecía tan sólo un juego, me resultaba difícil creer que ella pudiera hacerse ilusiones con ninguno de aquellos individuos. Tenían que ser individuos anómalos, raros y no muy de fiar, pensaba yo, para prestarse a aquello. Cuando pensaba esto olvidaba que Berta también se prestaba, y era mi amiga, y digna de confianza. La agencia era bastante seria, o al menos así se presentaba, todo estaba controlado hasta el primer encuentro, no había nada de muy mal gusto, censuraban los vídeos si hacía falta, todo era plácido. En los contactos personales por correspondencia la cosa variaba, allí no había control de ninguna clase, ningún intermediario, y en seguida se entraba en materias camales, los corresponsales pedían al instante vídeos insinuantes y luego lascivos, decían palabras audaces, gastaban bromas repugnantes que a Berta ya no se lo parecían tanto, nada repugna de lo que se forma parte, nada de lo que se convierte en costumbre. Al poco tiempo no se interesó ya apenas por lo que le llegaba a través de la agencia, aunque seguía solicitando cintas para creer que aún contaba con el mundo plácido, sino que se carteaba y se cruzaba vídeos con hombres extraños o más anómalos, gente con cara y cuerpo pero todavía sin nombre, gente con iniciales o con apodos, recuerdo algunos de los que me hablaba, 'Taurus', 'VMF', 'De Kova\ The Graduate', 'Weapons', 'MC' 'Humbert', 'Sperm Whale' o 'Gaucho', esos eran sus sobrenombres. Todos sonreían ante la cámara con desenfado, vídeos caseros, sin duda se habían filmado a solas, ellos solos en casa, hablando a nadie, a alguien desconocido o por conocer, o tal vez al mundo que los ignoraba. Algunos le hablaban desde la almohada, recostados en la cama y en calzoncillos o trajes de baño minúsculos, metiendo estómago, con el tórax untado de aceite como si fueran atletas. Pero no lo eran. Los más atrevidos (cuanta más edad más osados) aparecían desnudos, erectos pero hablando como si nada, sin mencionar lo que no resultaba conspicuo demasiadas veces. Berta se reía al verlos y yo también me reía, pero con desazón, porque sabía que Berta, después de reírse, le contestaría a alguno, y le mandaría su video, y quedaría con él y acaso vendría con él al apartamento.

Y en esas ocasiones, tras cerrar la puerta y guardar en el bolso la llave, seguiría enderezando el paso, y aunque estuviera ya en casa no cejaría en su esfuerzo por disimular la cojera, al menos no hasta llegar a la alcoba, sobre una cama no se anda.

A las dos semanas de llegar yo a Nueva York en el año de mi matrimonio, Berta (era un fin de semana, también el segundo y ya con el inicio de la acumulación del cansancio) me enseñó una carta que le había llegado al apartado de correos que tenía alquilado para recibir sus personáis. Solía dármelas a leer cuando yo estaba allí por compartir la diversión (la pena, luego, la compartía menos), pero en este caso también quería comprobar si yo veía en la carta lo mismo que ella. —A ver qué te parece —me dijo al alcanzármela.

La carta estaba escrita en inglés y a máquina y no decía gran cosa, el tono era desenvuelto pero educado, hasta un poco sobrio para esa clase de correspondencia. El individuo había visto el anuncio de Berta en la sección de personáis de una revista mensual y se mostraba interesado en establecer contacto. Mencionaba que iba a estar en la ciudad un par de meses (lo cual, se daba cuenta, podía ser un atractivo pero también disuasorio), y añadía que sin embargo venía a Manhattan con bastante frecuencia, varias veces al año (lo cual era prometedor y cómodo, decía, garantizaba que no iba a ser un agobio). Como si no tuviera costumbre de escribir este tipo de cartas e ignorara que lo normal es empezar utilizando un pseudónimo o un apodo o las iniciales, se disculpaba por firmar sólo 'Nick' (la firma a mano), y lo justificaba aduciendo que, al trabajar 'en una arena o campo muy visible o expuesto ('as I work in a very visible arena', eran sus palabras exactas), debía ser muy discreto de momento, si no reservado, si no secreto. Así decía, 'si no reservado, si no secreto'. Tras leer la carta le dije a Berta lo que Berta esperaba: —Esta carta la ha escrito un español.

El inglés era bastante correcto, pero con algunas indecisiones, una falta inconfundible y varias expresiones no ya poco inglesas, sino que parecían una traducción demasiado literal del castellano: tanto Berta como yo como Luisa estábamos muy acostumbrados a detectar estas transparencias de nuestros compatriotas cuando hablan o escriben lenguas. Si el hombre era español, sin embargo, resultaba caprichoso o absurdo que se dirigiera a Berta en inglés, ya que el anuncio que ella iba poniendo y pagando cada mes en esa revista proclamaba antes que nada su origen: 'Young woman from Spain...', así empezaba, aunque se avergonzaba un poco, a la hora de las citas, de haberse presentado como 'young' todavía: al salir se encontraba asquerosa y se veía todas las arrugas, hasta después del colágeno, hasta las que no existían. De la carta de 'Nick' la intrigaba sobre todo la 'arena muy visible'.

La verdad es que desde el comienzo de su trato o pretratos con desconocidos nunca la había visto tan excitada tras un primer contacto. '¡Una arena muy visible!', exclamaba y repetía riendo un poco, a medias por lo pretencioso y cómico de la frase, a medias por el entusiasmo de la esperanza. '¿En qué trabajará? Una arena muy visible, eso suena a cine o televisión. ¿Será un locutor? Hay varios que me gustan, pero claro, si es español entonces ya no sé, no los conozco, pero a lo mejor tú sí. Se quedaba pensando, y al cabo de un rato añadía: 'A lo mejor es un deportista, o un político, aunque no creo que un político se arriesgue a estas cosas. Aunque en España la gente es muy descarada. Decir que trabaja en una arena muy visible es como decir que es famoso. Por eso querrá hacerse pasar de entrada por americano. ¿Quién podrá ser?'. —Puede que lo de la arena sea falso, una artimaña para darse aires y despertar interés. Contigo lo está consiguiendo.