—He felicitado las Pascuas a mi madrina. También deseaba felicitar a mi padrino, pero mis padres ignoran su paradero. No lo han vuelto a ver desde que me bautizaron ni saben si está vivo. Voy en busca de él.

Entonces el transeúnte dijo:

—Yo soy tu padrino.

El niño se alegró mucho y preguntó:

—¿Adónde vas ahora, padrino? Si te diriges a nuestra aldea, ven a mi casa.

—No tengo tiempo para ir a tu casa; tengo que hacer. Ven a verme tú mañana —le contestó el padrino.

—¿Cómo he de encontrarte?

—Camina de frente hacia el levante. Llegarás a un bosque y, en medio de él, verás una praderita. Siéntate a descansar en ella y observa lo que veas allí. Al salir del bosque encontrarás un jardín que rodea una casita con tejado de oro. Aquélla es mi casa. Acércate a la verja. Yo saldré a recibirte.

Diciendo esto, el padrino desapareció.

IV

El niño se puso en camino tal como se lo había ordenado su padrino. Anduvo, anduvo, atravesó un bosque y llegó a una' praderita. Allí vio un pino en una de cuyas ramas pendía un tronco de roble atado con una cuerda. Debajo del tronco había una artesa llena de miel. El niño se puso a pensar qué significaba todo aquello. Entonces se oyeron chasquidos y apareció una osa seguida de cuatro oseznos. La osa olfateó y se dirigió hacia la artesa; introdujo el hocico en la miel y llamó a sus pequeños. Éstos se lanzaron hacia la artesa. El tronco osciló levemente, empujando a los oseznos. Al ver esto, la osa dio un empellón al tronco. Este osciló y volvió a golpear a los ositos, que lanzaron un gemido y salieron despedidos. La osa gruñó y, agarrando el tronco, lo arrojó lejos de sí. El tronco salió volando muy alto por los aires.

Entonces, el mayor de los ositos corrió a la artesa; los demás quisieron seguir su ejemplo, pero aun no les había dado tiempo de llegar, cuando el tronco volvió a su posición normal, matando al osito. Gruñendo, la osa lanzó el tronco hacia arriba con todas sus fuerzas. El tronco llegó muy alto, por encima de la rama de la que estaba colgado, con lo que se aflojó la cuerda. Entonces la osa y los pequeños corrieron de nuevo a la artesa. Pero, a medida que el tronco vol‑vía a su posición normal, iba adquiriendo más velocidad y golpeó en la cabeza a la osa, matándola. Entonces, los oseznos salieron huyendo.

V

Muy sorprendido, el niño siguió su ca‑mino y llegó a un espacioso jardín, donde se alzaba la casa con tejado de oro. Junto a la verja se hallaba su padrino, sonriéndole. Ni en sueños había visto el niño la belleza y la alegría que reinaba en aquel jardín.

El padrino le condujo a la casa, aún más regia que el jardín, y le enseñó sus magníficas y alegres habitaciones. Luego, llevándole junto a una puerta sellada, le dijo:

—¿Ves esta puerta? No tiene candado, tan sólo está sellada. Podrías abrirla, pero no quiero que lo hagas. Instálate aquí, pasea y haz lo que quieras. Disfruta de todo esto, pero sólo te encargo una cosa: no traspases esta puerta. Y si lo hicieras, recuerda lo que viste en el bosque.

Diciendo esto, el padrino se marchó. El ahijado se sentía alegre y satisfecho. Habían transcurrido ya treinta años desde que estaba allí, pero él se imaginaba que sólo habían sido tres horas. Y entonces se acercó a la puerta sellada y pensó: «¿Por qué me habrá prohibido mi padrino entrar en esta habitación? Voy a ver lo que hay dentro de ella».

Empujó la puerta y entró. Pudo comprobar que aquella era la habitación mejor y más espaciosa de toda la casa. En el centro había un trono de oro. El ahijado re‑corrió la sala, se acercó al trono, subió las gradas y tomó asiento. Entonces vio que junto al trono había un cetro. Lo tomó en las manos yen el mismo instante se derrumbaron las cuatro paredes, dejando al des‑cubierto al mundo entero. Ante él, divisó el mar y los buques navegando. A la derecha, vio unos pueblos desconocidos habitados por gente no cristiana. A la izquierda vivían cristianos, pero no eran rusos. Y, finalmente, detrás de él se veía el pueblo ruso.

—Voy a ver lo que ocurre en mi casa. ¿Habrá sido buena la cosecha? —se dijo mirando en dirección a las tierras de su padre. Empezó a contar las gavillas para saber si habían recogido mucho trigo, cuando vio avanzar un carro guiado por un mujik. Era el ladrón Vasili Kudriashov, que se dirigía al campo a robar las gavillas.

Irritado, el ahijado gritó:

—Padrecito, están robando el trigo.

El padre se despertó. «He soñado que están robando en nuestro campo, voy a verlo», pensó, y, montando un caballo, se dirigió a sus tierras.

Al llegar, descubrió a Vasili y llamó a los campesinos en su ayuda. Azotaron a Vasili y, maniatado, lo condujeron a la cárcel.

El ahijado miró a la ciudad donde residía su madrina. Ésta se había casado con un comerciante. Se hallaba durmiendo y, mientras, su marido se dirigía a casa de su amante. El ahijado le gritó a su madrina:

—¡Levántate, que tu marido está haciendo cosas malas!

La mujer se levantó, fue en busca de su esposo, lo avergonzó y lo echó de su lado.

Después, el ahijado miró a su casa. Su madre dormía sin darse cuenta de que se había introducido en la isba un ladrón, que estaba forzando un baúl. Entonces la madre se despertó, dando un grito. El malhechor se abalanzó sobre ella blandiendo un hacha.

Sin poderse contener, el ahijado lanzó el cetro y le dio en una sien al ladrón, matándolo en el acto.

VI

En aquel instante se volvieron a cerrar las paredes, quedando la sala como antes. Entonces se abrió la puerta y apareció el padrino. Se acercó a su ahijado, le tomó de la mano y, bajándole del trono le dijo:

—No has cumplido mi orden. Lo primero que has hecho mal fue abrir esta puerta; lo segundo subir al trono y lo tercero añadir mucho mal al mundo. Permaneciendo media hora más en el trono, hubieras echado a perder medio mundo.

El padrino sentó luego al ahijado en el trono y cogió el cetro. Otra vez se derrumbaron las paredes y se vio todo lo que ocurría por el mundo.

El padrino dijo:

—Mira lo que le has hecho a tu padre. Vasili ha estado un año en la cárcel, con lo que se ha exasperado aún más. Ves, ha dejado escapar dos caballos de tu padre y está incendiando su granja. Esto es lo que has conseguido.

Después, el padrino mandó a su ahijado que mirara en otra dirección.

—Ya hace un año que el marido de tu madrina ha abandonado a ésta. Su amante ha desaparecido y él se ha marchado por ahí con otras mujeres. Tu madrina se ha entregado a la bebida a causa de su pena —dijo el padrino, y le mandó al ahijado que mirase hacia su casa.