Entonces fue a encontrarle Seman el Guerrero.

—Préstame tu ayuda —profirió—; el Zar indio quitóme cuanto poseía.

—Pues yo —repuso Tarass‑me paso los días sin comer.

XI

El viejo diablo, habiendo concluido con los dos hermanos, se fue a casa de Iván. Tomó el aspecto de un voivoda y persuadió a Iván de que organizara un ejército en su reino.

—No le está bien a un Zar —le dijo— vivir sin ejército. Déjame hacer; yo te reclutaré soldados de entre tus súbditos.

Iván le escuchó.

—Sea —dijo —. Hazlo. Y enséñales canciones bonitas. Me gusta mucho eso.

El viejo diablo recorrió todo el reino de Iván para reclutar voluntarios. Hizo saber que todos serían admitidos, y que a cada soldado se le daría un chtof [12]de vodka y un gorro colorado. Los imbéciles se echaron a reír.

—Tenemos toda la vodka que queremos, puesto que nos lo hacemos nosotros. En cuanto al gorro, nuestras mujeres los hacen de todos los colores, y hasta a rayas, si así los preferimos.

Y nadie se alistó:

Entonces el diablo volvió a ver a Iván y le dijo:

—Tus imbéciles no quieren alistarse voluntariamente. Es preciso obligarles por la fuerza.

—Sea como dices —le contestó—. Reclútalos por fuerza.

Y el diablo anunció al pueblo que todos los imbéciles debían alistarse como soldados, y que cuantos se resistieran serían condenados a muerte.

Los imbéciles se fueron a ver al voivoda:

—Nos dices —expusieron—, que si nos negamos a ser soldados, el Zar nos ejecutará.

Pero no nos dices qué será de nosotros cuando seamos soldados. Parece que también se les mata.

—Si, también sucede esto.

Al oír los imbéciles esta respuesta, se obstinaron en su negativa.

—No seremos soldados —gritaban—. Preferimos morir en casa, puesto que también a los soldados matan.

—¡Qué imbéciles sois! ¡Qué imbéciles! —repetía el diablo— A los soldados se les puede matar, pero tienen probabilidades de poder escapar; mientras que, si no obedecéis, Iván, de seguro, os ejecutará.

Los imbéciles, después de reflexionar, fuéronse en busca de Iván y le dijeron:

—Un voivoda nos manda que nos hagamos soldados y nos dice: «Si os hacéis soldados, no es seguro que os maten; y si no queréis serlo, Iván os matará seguramente». ¿Es eso cierto?

Iván soltó la carcajada.

—Pero, ¿cómo me las compondré —les dijo— para mataros yo solo a todos? Si no fuera imbécil, os lo explicaría; pero ni yo mismo acierto a entenderlo.

—Entonces. ¿No vamos?

—¡Como queráis! —les dijo— No os alistéis.

Los Imbéciles volvieron a casa del voivoda, y le manifestaron su propósito firme de no ser soldados.

Viendo el diablo que su negocio tomaba mal cariz, se fue a casa del Zar Tarakanski, cuya confianza se había ganado.

—Vamos a combatir —le dijo— a Iván el Zar. Es verdad que no tiene dinero; pero, en cambio, posee abundancia de trigo, ganado y otros bienes.

Tarakanski reunió muchos soldados, que armó con fusiles y proveyó de cañones, marchando a la frontera para invadir el reino de Iván.

Iván tuvo de ello noticia. Le habían dicho:

—Tarakanski viene a pelear contra ti.

—¡Que venga!

Y Tarakanski pasó la frontera, enviando a su vanguardia en busca del ejército de Iván.

Busca que te busca, esperaban que al fin surgiera algún ejército por el horizonte; pero ni siquiera oyeron hablar de soldados. Era, pues, imposible combatir.

Tarakanski mandó ocupar los pueblos. Los imbéciles de ambos sexos salían de sus casas, miraban los soldados, y se extrañaban. Los soldados les robaron el trigo y el ganado; pero los imbéciles lo daban todo sin defenderse.

Los soldados ocuparon otro pueblo y acaeció otro tanto. Así marcharon un día y otro día y por todas partes sucedía lo mismo; se lo daban todo, nadie se defendía, y hasta los mismos del pueblo les invitaban a quedarse con ellos.

—Si, queridos amigos —les decían—; si vivís mal en vuestro país, estableceos aquí para siempre.

Los soldados anduvieron más aún, sin encontrar ejercito ninguno. Por todas partes hallaban gentes que vivían a la buena de Dios: se alimentaban de su trabajo y no se defendían.

Los soldados acabaron por aburrirse, regresando a casa del Zar Tarakanski para decirle:

—No hay medio de batirse. Llévanos a otra parte para guerrear, porque aquí no hay guerra posible. Tanto valdría cortar manteca.

Tarakanski se enfadó. Dio orden a sus soldados de recorrer todo el reino, asolando aldeas, incendiando casas, quemando los trigales y matando todo el ganado.

—Y si no me obedecéis — rugió—, os haré matar a vosotros.

Los soldados, presos de pánico, cumplieron la despótica orden, y quemaron casas, incendiaron trigales, exterminando los rebaños.

Ni aun así se defendieron los imbéciles, que no hacían otra cosa que llorar: lloraban los ancianos y los niños también.

—¿Por qué —decían —perjudicarnos? ¿Para qué destruir tantos bienes? ¡Si os hacen falta, tomadlos; pero no los malogréis!

Pronto se cansaron también los solados, negándose a seguir más adelante, y todo el ejército se retiró.

XII

Viendo el diablo que no había manera de acabar con Iván por medio de los soldados, se fue, para volver al punto bajo la forma de un caballero bien vestido, y, estableciéndose en el reino de Iván, decidió combatirle como a Tarass el Panzudo, por medio del dinero.

—Yo —les dijo— quiero haceros bien y enseñaros cosas excelentes Por lo pronto voy a hacerme mi casa entre vosotros.

—Si es de tu agrado —se le respondió—, quédate.

Al día siguiente, el elegante caballero salió a la plaza pública con un talego de oro y una hoja de papel. Ante el pueblo dijo:

—Vivís como cerdos; quiero enseñaros cómo hay que vivir. Me construiréis una casa según este plano. Vosotros trabajaréis, yo os dirigiré, y os pagaré con monedas de oro.