—¿La vecina? ¡Claro!

—Bueno, pues…, ve a su casa y estáte ahí… hasta que yo… hasta que yo vuelva.

—¡No; no iré sin ti! —exclamó el niño, echándose a llorar.

—¿Por qué?

—Te van a matar.

—No. ¡Nada de eso! No me van a hacer nada malo.

Despidiéndose del niño, el reo se acercó al hombre que dirigía a la multitud.

—Escuche; máteme como quiera y donde le plazca; pero no lo haga delante de él — exclamó, indicando al niño—. Desáteme por un momento y cójame del brazo para que pueda decirle que estamos paseando, que es usted mi amigo. Así se marchará. Después…, después podrá matarme como se le antoje.

El cabecilla accedió. Entonces, el reo cogió al niño en brazos y le dijo:

—Sé bueno y ve a casa de Catalina.

—¿Y qué vas a hacer tú?

—Ya vez, estoy paseando con este amigo; vamos a dar una vuelta; luego iré a casa. Anda, vete, sé bueno.

El chiquillo se quedó mirando fijamente a su padre, inclinó la cabeza a un lado, luego al otro, y reflexionó.

—Vete; ahora mismo iré yo también.

—¿De veras?

El pequeño obedeció. Una mujer lo sacó fuera de la multitud.

—Ahora estoy dispuesto; puede matarme —exclamó el reo, en cuanto el niño hubo desaparecido.

Pero, en aquel momento, sucedió algo incomprensible e inesperado. Un mismo sentimiento invadió a todos los que momentos antes se mostraron crueles, despiadados y llenos de odio.

—¿Sabéis lo que os digo? Debíais soltarlo —propuso una mujer.

—Es verdad. Es verdad —asintió alguien.

—¡Soltadlo! ¡Soltadlo! —rugió la multitud.

Entonces, el hombre orgulloso y despiadado que aborreciera a la muchedumbre hacía un instante, se echó a llorar; y, cubriéndose el rostro con las manos, pasó entre la gente, sin que nadie lo detuviera.

El salto

Un navío regresaba al puerto después de dar la vuelta al mundo; el tiempo era bueno y todos los pasajeros estaban en el puente. Entre las personas, un mono, con sus gestos y sus saltos, era la diversión de todos. Aquel mono, viendo que era objeto de las miradas generales, cada vez hacía más gestos, daba más saltos y burlábase de las personas, imitándolas.

De pronto saltó sobre un muchacho de doce años, hijo del capitán del barco, quitóle su sombrero, púsoselo en la cabeza y gateó por el mástil. Todo el mundo reía; pero el niño, con la cabeza al aire, no sabía que hacer: si imitarlos o llorar.

El mono tomó asiento en la cofa, y con los dientes y las uñas empezó a romper el sombrero. Hubiérase dicho que su objeto era provocar la cólera del niño al ver los signos que le hacía mostrándole la prenda.

El jovenzuelo le amenazaba, le injuriaba; pero el mono seguía su obra.

Los marineros reían. De pronto el muchacho púsose rojo de cólera; luego, despojándose de alguna ropa, lanzóse tras el mono. De un salto estuvo a su lado; pero el animal, más ágil y más diestro, se le escapó.

—¡No te irás! – gritó el muchacho, trepando por donde él. El mono le hacía subir, subir…;

pero el niño no renunciaba a la lucha. En la cima del mástil, el mono, sosteniéndose de una cuerda con una mano, con la otra colgó el sombrero en la más elevada cofa y desde allí se echó a reír mostrando los dientes.

Del mástil donde estaba colgado el sombrero había más de dos metros; por lo tanto no podía cogerle sin grandísimo peligro. Todo el mundo reía viendo la lucha del pequeño contra el animal; pero al ver que el niño dejaba la cuerda y poníase sobre la cofa, los marineros quedaron paralizados por el espanto. Un falso movimiento y caería al puente. Aun cuando cogiera el sombrero no conseguiría bajar.

Todos esperaban ansiosamente el resultado de aquello. De repente alguien lanzó un grito de espanto. El niño miró abajo y vaciló. En aquel momento el capitán del barco, el padre del niño, salió de su camarote llevando en la mano una escopeta para matar gaviotas. Vió a su hijo en el mástil y apuntándole inmediatamente, exclamó:

—¡Al agua!… ¡Al agua, o te mato!… — El niño vacilaba sin comprender. — ¡Salta, o te mato!… ¡Uno, dos!… — Y en el momento en que el capitán gritaba:

—¡Tres!… — , el niño se dejó caer hacia el mar.

Como una bala penetró su cuerpo en el agua; mas apenas habíanle cubierto las olas, cuando veinte bravos marineros le seguían.

En el espacio de cuarenta segundos, que parecieron un siglo a los espectadores, el cuerpo del muchacho apareció en la superficie. Trasportósele al barco y algunos minutos después empezó a echar agua por la boca y respiró.

Cuando su padre le vió salvado, exhaló un grito, como si algo le hubiese tenido algo ahogado, y escapó a su camarote.

notes

Notes

1

Mujík: campesino.

2

Barín: noble

3

La superstición popular suponía que los diablillos o espíritus malignos habitaban en los pantanos.

4

Isba: casa de labranza.

5

Babás: mujeres de los campesinos.

6

Khorovods: rueda o corro de chicas.

7

Babuchka: abuela.

8

Zarevna: princesa, hija del Zar.

9