Y admiradas, se tiraron al suelo para recogerlo.

Los mujiks también acudieron, y se quitaban unos a otros las monedas de oro. Una pobre anciana corrió peligró de morir aplastada. Iván se reía.

—¡Oh, pequeños imbéciles! ¿Por qué hacéis daño a una babuchka [7]? ¡Tened más cuidado!

Os daré cuanto queráis.

Y volvió a echarles puñados de oro. Tenía en torno suyo a una gran muchedumbre. Iván había vaciado la criba, y aun le pedían más. Entonces dijo:

—No; no hay más. Otro día volveré a daros. Y ahora, ¡bailemos y cantemos!

Las jóvenes empezaron a cantar.

—No son bonitas vuestras canciones —les dijo—, ¿no sabéis otras?

—¿Acaso las sabéis vos mejores? —le contestaron.

—Desde luego. Vais a oírlas.

Y, al decir esto, se fue a la era, cogió una gavilla, y, según se lo había enseñado el diablillo, sacudió las espigas sobre el suelo.

—¡Ea! —dijo—. «Mi esclavo manda que dejes de ser gavilla y que cada una de tus espigas se truequen en soldados».

La gavilla se esparramó y los tallos se convirtieron en soldados. Redoblaron los tambores y los clarines sonaron. Iván mandó a los soldados que cantasen y que desfilasen con él por las calles. Los espectadores quedaron asombrados. Cuando los soldados hubieron acabado de cantar, Iván se los llevó otra vez a la era, prohibiendo que nadie le acompañase, cambió otra vez en gavillas a los soldados. Fuese luego a su casa y se echó a dormir.

VII

A la mañana siguiente, su hermano mayor. Seman el Guerrero, se enteró de todo lo ocurrido y fue a ver a Iván.

—Dime —le preguntó—, ¿de dónde sacaste los soldados y dónde los escondiste?

—¿Para qué quieres saberlo?

—¡Cómo que para qué! —replicó—. ¡Pero si con soldados se puede conseguir todo!

¡Hasta conquistar todo un reino!

Iván se admiró.

—¿Y por qué no me lo has dicho antes? Yo te daré los que quieras. Precisamente, entre mi hermana y yo hemos recogido muchos.

Iván se llevó a su hermano a la era, y le dijo:

—Fíjate bien: yo voy a hacerte soldados, pero tú te los llevarás, porque si hubiera que mantenerlos devorarían en un día todo lo que hay en la aldea.

Seman prometió llevarse los soldados, y entonces Iván puso manos a la obra. Sacude una gavilla, y hete aquí una compañía; sacude otra, y sale una nueva compañía. Los soldados ocupaban ya casi el campo.

—Bien, ¿tienes bastante o no?

Seman, muy regocijado, respondió:

—Sí, tengo bastantes. Gracias, Iván.

—Cuando precises más, ven; yo te daré todos los que necesites. Precisamente estamos sobrados de centeno.

Seman el Guerrero dio sus órdenes al ejército, lo formó y se fue a pelear.

Apenas hubo partido, llegó Tarass el Panzudo. Acababa de enterarse de lo que había ocurrido la víspera.

—Dime: ¿de dónde sacas el oro? Si yo obtuviese el dinero tan fácilmente como tú, podría reunir todo el que hay en el mundo.

Iván se sorprendió.

—¿Es de veras? ¿Por qué no lo dijiste antes? Voy a darte cuanto quieras.

El hermano no cable de gozo.

—Dame sólo tres cribas.

—Bien —le dijo—. Vamos al bosque; pero unce el caballo, si quieres traértelo todo.

Se fueron al bosque Iván restregó las hojas de roble entre sus manos y amontonó gran cantidad de oro.

—¿Te basta?

—Por ahora sí —dijo Tarass muy contento—. Gracias, Iván.

—Conforme. Si necesitas más, ven; no es hoja lo que falta.

Tarass cargó una carreta con el dinero y fuese a traficar.

De nuevo Seman peleaba, y Tarass comerciaba. Y Seman el Guerrero conquistó todo un reino. Y Tarass ganó muchísimo dinero.

Al encontrarse un día los dos hermanos, se dijeron mutuamente de dónde habían sacado, Seman los soldados, y Tarass su fortuna.

Y Seman el Guerrero dijo a su hermano:

—Yo me he conquistado un reino y vivo espléndidamente. Sólo que no tengo dinero bastante para mantener a mis soldados.

Y Tarass el Panzudo le contestó:

—Y .yo he ganado muchísimo dinero; sólo una cosa me apena: no tener quién me lo guarde.

Seman el Guerrero replicó:

—Vamos a ver a nuestro hermano, Yo le diré que me haga más soldados, y te los daré para que protejan tu dinero. Tú, en cambio, pídele más dinero; me lo darás para yo mantener a mis tropas.

Y se fueron a casa de Iván. Y Seman le dijo:

—No me bastan, hermano mío; mis soldados. Vengo a que me des más.

Iván movió, negativamente la cabeza y contestó:

—No te haré ni uno mas sin razón justificada.

—¡Cómo! ¡Me lo prometiste!

—Es verdad, pero es inútil.

—¿Y por qué, imbécil, no has de complacerme?

—Porque tus soldados —explicó Iván— mataron hace poco a un hombre. Estaba yo labrando cerca del camino y vi pasar a una babé que seguía llorando a un féretro. Le pregunté entonces:

«¿Quién ha muerto?»

Y ella me contestó:

«Mi marido, a quien los soldados de Seman mataron en la guerra».

Yo pensaba que los soldados iban a cantar solamente canciones y he aquí que han matado a un hombre cruelmente. No quiero darte más.

Y se obstinó Y no hizo más soldados.

Entonces Tarass el Panzudo suplicó a Iván el Imbécil que le diese más oro.

Iván movió la cabeza, negativamente.

—No te haré más sin razón justificada.

—¡Cómo! ¿No fue ésta tu promesa?

—Es cierto, pero es inútil. No te doy más oro.

—¿Y por qué, imbécil, no has de darme más?

—Porque con tu oro quitaron la vaca a Mikhailovna.