—Toma esta gavilla de centeno —explicó el diablillo—. Sacude las espigas contra el suelo y di: «Mi esclavo manda que dejes de ser gavilla, y que cada una de tus espigas se trueque en soldados», Iván hizo lo que el diablejo le indicara; la gavilla se esparramó y los tallos se convirtieron en otros tantos soldados, que desfilaron al son de los clarines y al redoblar de los tambores.

Iván se echó a reír y exclamó:

—¡Esto si que es divertido! ¡Será la alegría de las mozas!…

—Bueno —dijo el diablillo— pero, ahora, suéltame.

—No, quiero rehacer mi haz para no perder mis granos. Enséñame el medio de cambiarlos otra vez en gavillas.

El diablo repuso entonces:

—Di: «Tantos soldados, tantas espigas. Mi esclavo manda que os volváis de nuevo gavillas.»

Iván obedeció consiguiendo lo que apetecía.

El diablillo suplicó, nuevamente, le soltara. Iván lo dejó en el suelo, lo aguantó con una mano y con la otra le quitó la horca.

—¡Vete con Dios! —le dijo Iván; pero apenas hubo éste pronunciado tan dulce nombre, el diablillo se hundió en el suelo como una piedra en el agua, dejando un agujero como rastro de su paso.

Iván volvió a su casa; en ella encontró a su hermano Tarass con su mujer, que estaban cenando. Tarass el Panzudo no había podido cumplir con sus compromisos, y se refugiaba en casa de su padre.

Al ver a Iván, díjole:

—Oye, Iván: hasta que sea rico otra vez, manténme con mi mujer.

—Como quieras; vivid aquí a vuestro gusto.

El Imbécil se quitó el caftán y se sentó a la mesa.

—No puedo comer con el Imbécil —dijo la mujer del comerciante—; huele a sudor.

Tarase el Panzudo, volviéndose hacía su hermano, dijo:

—Iván, hueles mal. Vete a comer fuera.

—Como quieras —dijo Iván. Cogió pan y se fue al corral—. De todos modos he de salir para la guardia de noche, y el pienso del caballo.

V

El diablejo de Tarass, terminada su tarea, partió en auxilio de sus camaradas como estaba convenido. Llegó al campo del Imbécil, buscó y a nadie halló. Sólo encontró un agujero. Se fue al prado y tropezó con la cola de su segundo compañero y, en el campo de centeno, otro agujero, Ah! —se dijo—. Les habrá ocurrido alguna desgracia. Debo substituirles para combatir a Iván.

Y el diablillo se fue en busca de Iván. Pero éste había concluido sus faenas en los campos y estaba cortando árboles en el bosque. Sus hermanos, encontrándose estrechos en la casa de Iván, le habían mandado que les construyese casa propia, Y el diablillo corrió al bosque, se deslizó entre las ramas y se propuso estorbar a Iván en su trabajo.

Iván cortó el árbol de modo que cayera en un sitio adecuado y comenzó, luego, a empujarlo: pero el árbol se desvió, y se enredó con los árboles contiguos; Iván se dio muy mal rato antes de lograr derribarlo.

Atacó entonces otro árbol y se produjo el mismo hecho. Trabajó como un desesperado y, sólo a costa de grandes esfuerzos, logró abatirlo.

Todavía cortó otro y otro, mas siempre sucedíale lo mismo. Iván pensaba cortar unos cincuenta, y no había logrado cortar diez cuando sobrevino la noche. Estaba rendido, su cuerpo despedía un vaho como una niebla en el bosque, y seguía trabajando. Sintió tal fatiga que, no pudiendo ponerse en pie, tiró el hacha y se sentó para descansar.

El diablillo, al ver que Iván se sentaba, se alegró. Pensó:

—¡Bueno! Ahora abandonará el trabajo. También yo descansaré un rato.

Y se sentó a horcajadas sobre una rama, muy contento. Pero he aquí que Iván se levanta, empuña nuevamente el hacha, la blande y la tira con todas sus fuerzas contra un árbol, que cayó de un golpe, crujiendo El diablillo no tuvo tiempo de retirarse, la rama se desgajó y le pilló una pata.

—Pero bicho feo, ¿otra vez por aquí?

—Es que yo —dijo— soy otro. Yo estaba en casa de tu hermano Tarass.

—Quienquiera que seas, tendrás tu merecido.

Iván, enarbolando el hacha, se disponía a dar con ella al diablillo.

—No me des con el hacha —suplicó—. Haré por ti cuanto quieras.

—¿Y qué puedes tú hacer?

—Tanto oro como desees.

—Pues ya lo estás fabricando —ordenó el Imbécil.

—Recoge estas hojas de roble —explicó el diablillo—, frótalas entre tus manos y verás caer el oro a raudales.

Iván tomó las hojas, las frotó y el oro cayó.

—Servirá para juguete de los niños El diablejo pidió la libertad e Iván. Cogiendo la pértiga, le soltó diciendo: Vete con. Dios.

De igual modo que los otros, apenas el Imbécil hubo pronunciado el santo nombre de Dios, el diablillo se hundió en los abismos de la tierra, como la piedra en el fondo del agua, y no quedó de su paso más rastro que un agujero.

VI

Cuando los hermanos tuvieron casa, se instalaron cada cual en la suya. Iván, terminadas las labores del campo, fabricó cerveza, e invitó a Seman y a Tarass a una fiesta en su isba.

Sus hermanos rehusaron.

—¡Cómo si no supiéramos lo que es una fiesta de mujik!

Iván festejó a los mujiks vecinos, a las babas [5], y bebió él también; hasta llegó a alegrarse un poco, y salió a la calle a ver las khórovods [6]. Hizo más: se acercó a ellas e invitó a las muchachas a que cantaran en honor suyo.

—Quiero ofreceros —les dijo— una cosa que jamás habéis visto.

Las babás rieron como descosidas y las muchachas cantaron sus alabanzas.

Cuando hubieron acabado, le dijeron:

—Ahora te toca darnos lo prometido.

—En seguida os lo traigo.

Y cogiendo una criba se fue al bosque próximo. Las jóvenes reían y exclamaban:

—¡Que imbécil!

Y luego ya nadie se acordó de él. Pero al cabo de un rato le vieron volver corriendo, con la criba llena.

—Ea, ¿queréis?

—Si, sí —dijeron a coro.

Iván cogió un puñado de oro y lo tiró a las muchachas.

—¡Pero, padrecito…!