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En cuanto a la entrega de las tierras a los campesinos, no la preocupaba tanto; pero, por el contrario, su marido se había turbado mucho por aquello y había exigido que usase ella de su influencia sobre su hermano. Ignaty Nikiforovitch Ragoyinsky afirmaba que esa decisión de Nejludov era el colmo del desatino, de la ligereza y de la vanidad, porque era imposible explicarse una acción semejante, si es que se pudiera explicar, más que por el deseo de singularizarse y de hacer que hablaran de él.

-¿Qué sentido tiene entregar las tierras a los campesinos, obligándolos a que paguen los impuestos ellos mismos? repetía él. Si le interesaba desembarazarse de sus tierras, ¿por qué no venderlas por intermedio del Banco Rural? Eso tendría por lo menos un sentido. Pero todo el conjunto de su conducta hace sospechar un estado de espíritu anormal añadía Ignaty Nikiforovitch, previendo ya para él la posibilidad de quedarse con la tutela de los bienes de Nejludov. Y exigía de su mujer que hablase seriamente con Dmitri de su extraña resolución.

XXXII

Al regresar, Nejludov encontró en su mesa el billete de A su hermana, y se apresuró a dirigirse a su alojamiento.

Era ya por la tarde; Ignaty Nikiforovitch reposaba en la habitación contigua y sólo Natalia acudió al encuentro de su hermano. Estaba vestida con una bata de seda negra ceñida por el talle, con una cinta roja sobre el pecho; iba peinada a la última moda, con los negros cabellos realzados. Se adivinaba que hacía esfuerzos para rejuvenecerse y agradar más a su marido.

Al ver a su hermano abandonó vivamente el diván en el que estaba sentada y corrió a su encuentro con un paso rápido que hacía susurrar su falda de seda. Se besaron, y luego, sonriendo, se miraron a los ojos. Misteriosa, significativa a inexpresable, la mirada de ambos se intercambió, y todo en esa mirada era verdad; pero inmediatamente empezó un cambio de palabras donde la verdad estaba ausente.

No habían vuelto a verse desde la muerte de la madre.

Has engordado y tú has rejuvenecido le dijo él.

Los labios de Natacha se estremecieron de placer.

Pues lo que es tú, estás más delgado.

¿Dónde está Ignaty Nikiforovitch? preguntó Nejludov.

Descansa. Esta noche ha dormido muy mal.

Muchas cosas habrían debido decirse entre ellos, pero las palabras no decían nada, en tanto que las miradas decían que lo que se habría debido decir no fue dicho.

¿Sabes que he ido a tu alojamiento?

Sí, lo sé. No he tenido más remedio que abandonar nuestro piso. Es demasiado grande; me sentía allí muy solo y me aburría. Todos los muebles, todo lo que está allí me resulta inútil: quédate con todo.

Sí, Agrafena Petrovna me ha hablado ya de eso. Te lo agradezco infinitamente. Pero...

Como en aquel momento el camarero del hotel trajo el servicio de té en una bandeja de plata, guardaron silencio hasta que hubo salido.

Natalia Ivanovna se sentó en un sillón cerca de la mesita y se puso a preparar silenciosamente el té. También Nejludov permanecía callado.

Bueno, Dmitri; lo sé todo dijo con decisión Natacha mirándolo.

Más vale así.

Pero, verdaderamente, ¿puedes tener la esperanza de hacerla mejor después de la vida que ella ha llevado? le preguntó su hermana.

Nejludov permanecía sentado muy rígido en una silla y la escuchaba con atención, tratando de comprender bien y de responder bien. El estado de ánimo provocado por su última entrevista con Maslova continuaba manifestándose por una alegría tranquila y una buena disposición hacia todos los hombres.

No es a ella a quien quiero hacer mejor; es a mí dijo por fin.

Natalia Ivanovna lanzó un suspiro.

Pero, ¿no dispones para eso de otros medios que el casamiento?

Yo creo, por mi parte, que es el medio mejor, sobre todo porque me abre la entrada a un mundo donde puedo hacerme útil.

Dudo dijo Natalia Ivanovna que eso pueda hacerte feliz.

No es cuestión de mi felicidad.

Sí, comprendo. Pero si ella tiene corazón, un casamiento así no la haría dichosa: no puede desearlo.

Y así es, no lo desea.

Pero, en fin..., la vida...

¿Qué le pasa a la vida?

La vida exige otra cosa.

No exige nada más sino que cumplamos nuestro deber respondió Nejludov, observando el bello rostro de su hermana, marcado ya por los años con algunas arrugas alrededor de los ojos y de la boca.

No lo comprendo dijo ella con un nuevo suspiro.

«¡La pobre, la querida, cuánto ha cambiado!», pensaba Nejludov recordando a Natacha cuando jovencita, y experimentando por ella un tierno sentimiento al que se mezclaban numerosos recuerdos de la infancia.

En aquel momento, Ignaty Nikiforovitch entró en la habitación, llevando, como siempre, la cabeza alta y el pecho bombeado, caminando lentamente, pero con un paso ágil, y sonriendo mientras brillaban sus gafas, su calvicie y su barba negra.

Buenos días. ¿Cómo está usted? dijo con afectación. Aunque inmediatamente después del casamiento habían tratado de tutearse, se habían quedado con el «usted».

Se estrecharon la mano a Ignaty Nikiforovitch se dejó caer dulcemente en una butaca.

¿No os molesto en vuestra conversación?

No. No oculto a nadie ni lo que digo ni lo que hago.

Al volver a ver aquel rostro, aquellas manos peludas, al oír aquel tono de voz condescendiente y que rebosaba suficiencia, las disposiciones amistosas de Nejludov se habían desvanecido de repente.

Sí, hablamos de su proyecto dijo Natalia Ivanovna. ¿Quieres que te sirva? añadió, cogiendo la tetera.

Si me haces el favor... ¿Y de qué proyecto se trata?

El de ir a Siberia con el convoy de presos donde se encuentra la mujer para la cual me considero culpable declaró Nejludov.

Incluso he oído decir que no se trataba solamente de acompañarla, sino de algo más.

Sí, de casarme con ella, si ella consiente.

¡Ah!, ¿sí? Pues, si no tiene usted inconveniente, le agradecería que me explicase los motivos. Yo no los comprendo.

Los motivos son que esta mujer... su primer paso en el camino del vicio...

Nejludov no llegaba a encontrar una expresión conveniente, y eso no hacía más que irritarlo en mayor grado.

El motivo es que soy yo el culpable, y es a ella a quien castigan.

¡Oh, si la han castigado, es que probablemente tampoco ella es inocente!

¡Es absolutamente inocente!

Y Nejludov, con una agitación superflua, contó toda la historia del proceso.

Sí, negligencia del presidente y, como consecuencia, irreflexión de los jurados. Mas para ese caso está el Senado.

Él Senado ha rechazado el recurso.

Entonces, es que los motivos de casación eran insuficientes replicó Ignaty Nikiforovitch, quien por lo visto era de la opinión de los que creen que la verdad es el resultado de la actuación judicial. El Senado no tiene por qué examinar los asuntos en cuanto al fondo. Pero si verdaderamente hubo error, se habría debido presentar un recurso de gracia.

Lo hemos presentado ya, pero no hay ninguna probabilidad de éxito. Harán una pregunta al Ministerio, el Ministerio se dirigirá al Senado, y el Senado confirmará su decisión. Y, como siempre, el inocente será castigado.

Por lo pronto, el Ministerio no se dirigirá al Senado dijo Ignaty Nikiforovitch con una sonrisa condescendiente. Pedirá el expediente del caso y, si reconoce su error, tomará las conclusiones que procedan. Además, los inocentes nunca son condenados, o lo son muy rara vez. Solo se condena a los culpables añadió tranquilamente, con una sonrisa de suficiencia.

Pues bien, yo tengo la prueba de lo contrario afirmó Nejludov, cada vez de peor talante hacia su cuñado. He adquirido la certidumbre de que casi la mitad condenados por los tribunales son inocentes.

¿Cómo puede ser eso?

Son inocentes en el sentido más estricto de la palabra, como esta mujer lo es de haber envenenado al comerciante; como lo es ese campesino condenado, como he sabido, por un asesinato que no ha cometido; como lo son un hijo y una madre, acusados de un incendio del que el autor es otro al cual, no han condenado.