Изменить стиль страницы

Desde su última visita a Maslennikov, y, sobre todo, después de su estancia en el campo, Nejludov experimentaba una repulsión profunda hacia el ambiente que, hasta entonces, había sido el suyo; hacia ese ambiente donde con tanto cuidado se ocultaban todos los sufrimientos que abruman a millones de seres humanos, con objeto de asegurar a un pequeño número comodidades y placeres; hacia ese ambiente donde no se ven y no se pueden ver esos sufrimientos y, por consiguiente, la crueldad y el desatino de esa vida. Ya no le era posible conservar la misma desenvoltura en sus relaciones con los hombres de aquel mundo, y sin embargo se veía arrastrado hacia él por las antiguas costumbres de su vida, por sus relaciones de amistad o de parentesco, y sobre todo por su preocupación de poder acudir en ayuda de Maslova y de todos aquellos cuyos sufrimientos conocía; y, para eso, tenía que solicitar el apoyo y los servicios de gentes a las que no sólo no estimaba en absoluto, sino por las que no sentía sino indignación y desprecio.

Habiéndose alojado, a su llegada a Petersburgo, en casa de su tía, hermana de su madre, la condesa Tcharsky, mujer de un ex ministro, Nejludov se encontraba allí sumido en el centro mismo de aquel mundo aristocrático que se le había hecho tan extraño; y eso lo desolaba; pero no podía obrar de otro modo, porque si se hubiera alojado en un hotel habría ofendido a su tía y se habría privado, para sus empresas, del concurso más precioso; porque ella tenía numerosas y muy influyentes relaciones.

Bueno, ¿qué es lo que me han contado de ti? No sé qué cosas maravillosas le preguntó la condesa Catalina Ivanovna, la mañana misma de su llegada, mientras le hacía servir el café. Vous posez pour un Howard 18. ¡Socorres a los criminales, visitas a los presos! ¿Es que te has decidido a ir por el buen camino?

Nunca se me ha ocurrido eso.

Me parece muy bien. Entonces, ¿de qué se trata? ¿De alguna aventura novelesca? Vamos, cuenta.

Nejludov contó sus relaciones con Maslova tal como habían sido.

Sí, sí, ya me acuerdo. La pobre Elena me habló vagamente de todo eso, después de tu estancia en casa de las viejas señoritas. ¡Pues no llegaron incluso a pensar en casarte con su pupila...! La condesa Catalina Ivanovna había adoptado siempre una actitud desdeñosa respecto a la familia paterna de Nejludov. De modo que se trata de ella, ¿eh? Elle est encore jolie?

La tía Catalina Ivanovna era una mujer de unos sesenta años, llena de salud, jovial, enérgica y charlatana. De alta estatura y muy corpulenta, su labio superior estaba adornado con un bigote oscuro. Nejludov la quería mucho. Estaba acostumbrado, desde su infancia, a venir a su casa para hacer provisión de energía y de buen humor.

No, ma tante; todo eso acabó. Quisiera sólo ayudarla, porque la han condenado injustamente y yo mismo soy culpable de haber influido en todo su destino. Por eso estoy obligado a hacer en su favor todo lo que me sea posible.

Pero es que me han dicho que querías casarte con ella. Sí, yo lo he querido, pero es ella quien no quiere.

Catalina Ivanovna, plegando la frente y entornando los ojos, examinó un instante a su sobrino con aire de asombro y, de pronto, su rostro se tranquilizó.

¡Vaya, ella es más sabia que tú! ¡Oh, qué tonto eres! ¿Y verdaderamente tu casarías con ella?

Sin duda alguna.

¿Después de todo lo que ella ha sido?

Razón de más. ¿No soy yo quien tiene la culpa?

Eres simplemente un pazguato declaró la tía sin dejar de sonreír, un espantoso pazguato, un verdadero tonto; pero te quiero justamente porque eres un espantoso pazguato repitió aún, encantada seguramente con aquella palabra que, a su juicio, definía de manera perfecta el estado intelectual y moral de su sobrino. Mira, has llegado muy a propósito. Precisamente acaba de abrir Aline un soberbio asilo de arrepentidas. Un día fui por allí. ¡Son repugnantes! Después de la visita tuve que bañarme. Pero Aline se ha entregado a su asilo en corps et âme. Le confiaremos a tu protegida. Nadie mejor que Aline es capaz de volverla al buen camino.

Pero es que la han condenado a trabajos forzados. He venido aquí precisamente para procurar que anulen el juicio. Es el primer asunto por el que querría que usted se interesara.

¡Ah!, ¿sí? ¿De quién depende su asunto?

Del Senado.

¿Del Senado? Pero allí está mi querido primo León, en el Senado. Bueno, me olvidaba de que está en la sección de heráldica. Y entre los verdaderos senadores no conozco a nadie. Son gentes que vienen sabe Dios de dónde, o incluso alemanes: ge, efe, de... tout l'alphabet!, o bien toda clase de Ivanov, de Semenov, de Nikitin; o Ivanenkos, Simonenkos, Nikitenkos, pour varier! Des gens de l'autre monde! No importa; le hablaré de eso a mi marido. Él los conoce; conoce a toda clase de gente. Le hablaré. Pero será preciso que le expliques tú mismo todo el asunto: a mí no me comprende nunca. C'est un partipris. Todo el mundo me comprende; solamente él no me comprende.

En aquel momento, un lacayo de librea, medias y pantalones cortos trajo una carta en una bandeja de plata.

Precisamente una carta de Aline. Oirás también a Kieseweter.

¿Quién es Kieseweter?

¿Kieseweter? No dejes de venir a casa esta noche y verás quién es. Habla tan bien, que los criminales más endurecidos se arrojan a sus rodillas, y lloran, y se arrepienten.

Por extraño que aquello pudiera parecer y por poco en armonía que estuviese con su carácter, la condesa Catalina Ivanovna era una ferviente adepta de la doctrina que coloca la esencia misma del cristianismo en la Redención. Frecuentaba las asambleas donde se predicaba esta doctrina entonces de moda, y reunía en su casa a los fieles de la misma. Aunque aquella enseñanza rechazase multitud de ceremonias, los iconos a incluso los sacramentos, la condesa Catalina Ivanovna tenía iconos en todas las habitaciones de su apartamento a incluso en la cabecera de su cama; cumplía todas las ceremonias exigidas por la Iglesia, sin ver en eso la más mínima contradicción.

¡Ah, si tu arrepentida pudiera oírlo, se convertiría inmediatamente! continuó la condesa. Pero tú ven sin falta esta noche; lo oirás. Es un hombre asombroso.

Es que, tía, esas cosas apenas me interesan.

Pues sí, te aseguro que eso te interesará. Y no tienes más remedio que venir. Ahora dime qué más deseas de mí. Videz votre sac!

Tengo un asunto que concierne a la fortaleza.

¿A la fortaleza? ¡Ah! En ese caso puedo darte una carta para el barón Kriegsmuth. C'est un très brave homme! Tú lo conoces bastante bien, además: es un antiguo camarada de tu padre. Il donne dans le spiritisme; pero es igual, es bueno. ¿Y qué tienes que hacer allí?

Tengo que pedir que se le permita a una madre ver a su hijo que está allí encerrado. Pero me han dicho que eso no dependía de Kriegsmuth, sino de Tcherviansky.

¡Tcherviansky! A ése no le tengo la menor simpatía. Pero es el marido de Mariette. Puedo dirigirme a ella. Haría por mí cualquier cosa. Elle est très gentille!

Quiero pedir que pongan en libertad a una mujer, encarcelada desde hace varios meses sin que nadie sepa por qué.

¡Vamos, la misma mujer debe de saberlo muy bien! ¡Esas mujeres lo saben todo! ¡Mujeres de cabellos cortos que no tienen más que lo que se merecen!

Ignoramos si se lo merecen o no; pero el caso es que sufren. ¿Y usted, que es cristiana y que cree en el Evangelio, puede mostrarse tan implacable?

Lo uno no impide lo otro. El Evangelio es el Evangelio, y lo que es repugnante es repugnante. Peor sería decir que me gustan los nihilistas, las mujeres sobre todo, con sus cabellos cortos, cuando en realidad no puedo sufrirlas.

¿Y por qué no puede usted sufrirlas?

¿Y todavía me preguntas por qué después del atentado del primero de marzo?

вернуться

18Célebre filántropo inglés.