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- Todo lo contrario; le agradezco la ocasión que me ofrece. Voy a traérselos en seguida.

Nejludov volvió a entrar en el vestíbulo y divisó a uno de sus amigos que escuchaba la conversación. Sin responder a las bromas de sus camaradas, fue a sacar el dinero de su cartera y se lo llevó a la maestra.

-Se lo ruego, no me dé las gracias; soy yo quien tengo que dárselas.

Ahora, Nejludov experimentaba un gran placer recordando todo aquello; y también cómo había estado a punto de querellarse con uno de sus amigos que quiso convertir el incidente en una broma de mal gusto; cómo otro de sus camaradas lo había aprobado y cómo, habiendo terminado la cacería de manera feliz y alegre y sintiéndose él mismo contento, habla disfrutado durante la noche en el trayecto del pueblo a la estación de ferrocarril. Por parejas, los trineos se deslizaban silenciosamente a lo largo de! camino del bosque, bordeado de pinos bajos o alargados cargados de nieve. En la oscuridad, cuando uno de los cazadores encendía un perfumado cigarrillo, estallaba un resplandor rojo. El batidor Ossa corría de un trineo a otro y se hundía en la nieve hasta las rodillas; hablaba a los cazadores de los alces que, en aquella época, erraban por el bosque y se alimentaban con la corteza de los álamos; les hablaba también de los osos que a esa hora descansaban bien calentitos en el hueco de sus cubiles. Nejludov se acordaba de todo eso, pero mucho más aún de la impresión deliciosa que extraía entonces de la conciencia de su salud, de su fuerza y de su despreocupación.

«Una ligera pelliza, un aire frío y seco, la nieve que cae de las ramas sacudidas por el atalaje en forma de arco de las varas del trineo. El cuerpo caliente, la cara fresca, el alma libre de cuidados, de remordimientos y de temores y de deseos. ¡Qué bueno era todo! ¿Y ahora? ¡Dios mío! ¡Cómo ahora todo es doloroso y triste!»

Sin duda alguna, Vera Efremovna se había convertido en una revolucionaria y la habían metido en la cárcel por su actividad subversiva. Era preciso ir a verla, sobre todo porque había prometido decir cómo se podría suavizar la situación de Maslova.

L

A la mañana siguiente, al despertar, Nejludov se acordó de pronto de todo lo que le había ocurrido la víspera, y se sintió lleno de espanto.

A pesar de este terror, decidió proseguir más que nunca la obra empezada.

Con este sentimiento consciente de su deber salió de su casa para dirigirse a la de Maslennikov. Quería pedirle autorización para hablar, en la cárcel, no solo con Maslova, sino con la vieja Menchova y con su hijo, al que había hecho referencia Maslova. Al mismo tiempo quería solicitar autorización para ver a Bodogujovskaia, quien podía ser útil a Maslova.

Nejludov conocía desde hacía mucho tiempo a Maslennikov. Eso databa de! regimiento, donde Maslennikov era el cajero. Era entonces un oficial concienzudo y bonachón que ni veía ni quería ver nada que no fuera su regimiento y la familia imperial. Había pasado a la administración civil a instigación de su mujer, persona muy rica y muy hábil.

Ésta se burlaba de su marido, lo mimaba y lo trataba como aun animalito sociable. El invierno último, Nejludov había ido a visitarlo; pero la pareja le había parecido tan desprovista de interés, que nunca más había vuelto a aquella casa.

Al ver entrar a Nejludov, Maslennikov se puso radiante. El vicegobernador tenía el mismo rostro grueso y rubicundo, la misma corpulencia, el mismo atildamiento que antiguamente en el ejército. En el regimiento, Maslennikov llevaba un uniforme militar de una limpieza irreprochable, cortado conforme a la última moda y que le moldeaba los hombros y el pecho; ahora llevaba un uniforme civil del último modelo, que ceñía su grueso cuerpo y hacía resaltar su ancho pecho.

A pesar de la diferencia de edad (Maslennikov tenía cerca de cuarenta años), los dos antiguos camaradas se tuteaban.

-¡Dichosos los ojos! Es muy amable por tu parte haber venido. Voy a llevarte al salón de mi mujer. Dispongo justamente de diez minutos antes de la sesión. El jefe está ausente. Soy yo quien actúa como gobernador -dijo sin poder ocultar su satisfacción.

-Pero es que yo he venido a verte para tratar de unos asuntos.

-¿Qué ocurre? -preguntó Maslennikov mostrándose de pronto más reservado y adoptando un tono más severo.

-Hay en la cárcel una persona por la que me intereso mucho -al oír la palabra «cárcel», el rostro de Maslennikov se puso más sombrío aún -; quisiera tener autorización para hablar con ella, no en el locutorio común, sino en la oficina, y no sólo en los días reglamentarios, sino con más frecuencia. Me han dicho que eso depende de ti, ¿no es así?

-Ni que decir tiene, mon cher, que estoy dispuesto a hacer todo por ti -respondió Maslennikov tocando con sus manos las rodillas de Nejludov, como descendiendo de su altura -. Es posible; pero, mira, no soy más que un califa provisional.

-Entonces, ¿Puedes darme un papel que me permita ver la a cualquier hora?

-¿Es una mujer?

-Sí.

-¿Por qué está allí?

-Condenada por envenenamiento. Pero la han condenado injustamente.

-¡Vaya, he ahí la verdadera justicia! Ils n'en font pas d'autres! -añadió en francés, sin saber a ciencia cierta por qué -.Sé que no estamos de acuerdo sobre este tema -continuó -; pero, ¿qué hacer? C'est mon opinion bien arrêtée! -dijo, expresando las ideas que, durante un año, había extraído de los artículos de un periódico reaccionario -.Sé que tú, por tu parte, eres un liberal.

-No sé si soy liberal u otra cosa -replicó Nejludov sonriendo.

Se asombraba siempre de que lo catalogasen en un partido cualquiera y de que lo llamasen «liberal», simplemente porque decía que, ante la justicia, todos los hombres son iguales y que no hay que hacer sufrir ni golpear a los hombres en general y muchísimo menos a los que todavía no están condenados.

-No sé si soy liberal o no -continuó -, pero sé que nuestra justicia actual, con todos sus defectos, vale sin embargo más que la de antes.

-¿A qué abogado te has dirigido?

-A Fanarin.

-¡Ah! ¡Fanarin! -dijo Maslennikov con una mueca, acordándose de que, el año anterior, aquel Fanarin lo había obligado a comparecer como testigo en un juicio y de que durante media hora había divertido muy cortésmente a la concurrencia a expensas suyas -.Yo no te habría aconsejado que te dirigieses a él: C'est un homme taré.

-Tengo que pedirte todavía otra cosa -continuó Nejludov sin prestar atención a aquel comentario -. Conocí en otros tiempos a una muchacha, una maestra... Hoy, la desgraciada está en la cárcel, también ella, y me ha pedido que vaya a verla. ¿Podrías darme también una autorización?

Maslennikov inclinó ligeramente la cabeza a un lado y reflexionó un instante.

-¿Es una condenada política?

-Sí, eso me han dicho.

-Es que, mira, el derecho de visitar a los detenidos políticos no se concede más que a los parientes. Pero voy a darte una autorización general. Je sais que tu n'en abuseras pas... Et la protégée, est-elle jolie?

-Hideuse.

Con aire desaprobador, Maslennikov sacudió la cabeza, se dirigió a la mesa escritorio, cogió un papel con membrete impreso y se puso a escribir rápidamente:

«Autorizo al portador de la presente, príncipe Dmitri Ivanovitch Nejludov, a visitar en la oficina de la cárcel a la mestchankaMaslova, así como a la reclusa Bogodujovskaia.» Y firmó con un ancho arabesco.

-Ya verás el orden que reina en la prisión. Y eso que no es fácil mantenerlo en estos momentos, cuando los forzados son tan numerosos. Pero yo me cuido severamente de todo; me intereso mucho por eso. Verás lo bien organizado que está todo y cómo todo el mundo está contento. Lo esencial es saber tratar a esa gente. Así, hace poco, hubo algún roce: un caso de insumisión. Cualquier otro, en mi lugar, habría considerado eso como una revuelta y habría hecho que muchos desgraciados pagasen injustamente. Conmigo, por el contrario, todo se ha resuelto muy bien. Lo que hace falta es, por una parte, la preocupación por su bienestar, y por la otra, una mano firme -dijo, cerrando su puño blanco, gordezuelo, adornado con una turquesa montada en anillo, y que salía de una manga de tela fuerte, muy blanca, sujeta por un botón de oro -.¡La preocupación del bienestar y un puño firme!