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-Se dice que los abogados ganan dinero sin hacer nada -continuó, volviéndose para sonreír diligentemente a Nejludov-. Figúrese usted que he sacado de un proceso casi perdido de antemano a un deudor de mala fe, y he aquí que ahora todos sus compañeros vienen a acosarme. ¡Y si supiera usted el trabajo que me da eso! Pero nosotros también, como dice un escritor, «nosotros dejamos trozos de nuestra carne en el tintero». Volviendo a su asunto de usted, o mejor dicho, al asunto que le interesa, le decía, pues, que ella ha sido condenada a despecho del sentido común. Apenas he encontrado motivos serios para el recurso; pero en fin, siempre se puede intentar. Vea usted aquí un proyecto de instancia que he preparado.

Cogió un papel de su mesa y empezó a leerlo en voz alta, pasando rápidamente por encima las fórmulas de procedimiento para recalcar, por el contrario, ciertos pasajes:

-«Instancia de fulano de tal, etcétera... ante el departamento criminal de casación en el Senado, etcétera, etcétera... contra el veredicto de la Audiencia, etcétera, etcétera, que reconoció a la mujer Maslova culpable de asesinato por envenenamiento en la persona del comerciante Smielkov y, en virtud del artículo 1.454 del código penal, la condenó, etcétera, etcétera, a trabajos forzados, etcétera, etcétera..

Al llegar aquí, el abogado se detuvo. Evidentemente, a pesar de su larga costumbre, se complacía en la lectura de su obra.

-«Este veredicto -prosiguió -, nos parece viciado de ilegalidades de procedimiento y de errores graves que exigen que sea modificado. En primer lugar, el presidente interrumpió antes del fin la lectura del proceso verbal de autopsia del comerciante Smielkov.» Ya va una.

-Pero ¿no accedió a eso el fiscal? -dijo Nejludov con sorpresa.

-Eso no significa nada. También la defensa podía apoyarse en ese documento.

-Pero dicho documento no tenía utilidad para nadie.

-Eso no importa; siempre es un motivo de casación. Continuemos: «En segundo lugar, el presidente interrumpió al defensor de Maslova en el momento de su defensa en que juzgaba conveniente caracterizar la personalidad de la acusada y exponía los motivos secretos de su hundimiento, lo que el presidente declaró ajeno al asunto; ahora bien, como el Senado ha dicho en diversas ocasiones, la definición psicológica del carácter es de importancia capital en la valoración de la criminalidad.» Ya tenemos dos -dijo el abogado, alzando los ojos hacia Nejludov.

-Aquel abogado hablaba muy mal y de manera ininteligible -comentó Nejludov.

-Ese pequeñajo es completamente tonto- respondió Fanarin, riendo -; no podía decir más que estupideces. Pero de cualquier forma, es un motivo. Y después: «En tercer lugar, el presidente, contrariamente al enunciado categórico del primer párrafo del artículo 801 del código de enjuiciamiento criminal, no explicó a los jurados, en su resumen, de qué elementos jurídicos se compone el principio de culpabilidad; no les dijo que podían declarar que Maslova, al verter el veneno al comerciante Smielkov, no había tenido intención de causarle la muerte. Si hubiesen sido advertidos por el presidente de la posibilidad de semejante restricción, el acto de Maslova dejaba de ser considerado asesinato y se convertía en un homicidio por imprudencia.» Es el principal motivo.

-Pero nos tocaba a nosotros comprender, y el error está de nuestra parte.

-«Por último, en cuarto lugar, hay contradicción en las respuestas de los jurados. Maslova estaba acusada de envenenamiento premeditado en la persona del comerciante Smielkov, con un fin de lucro que aparecía como el único móvil del crimen. Ahora bien, los jurados han desechado el fin de robo y la participación de Maslova en ese robo. Se sigue de aquí que tenían la intención de rechazar igualmente todo propósito de asesinato por parte de la acusada; solamente por una equivocación, nacida de la laguna contenida en el resumen del presidente, la respuesta ha motivado una interpretación inexacta. Por eso se pudo aplicar a esta respuesta del jurado los artículos 808 y 816 del código de enjuiciamiento criminal; el deber del presidente era señalarles el error y enviarlos de nuevo a su sala de deliberaciones a fin de que diesen una nueva respuesta.

-Pero, ¿por qué no lo hizo?

-¡Ah, eso también a mí me gustaría saberlo! -exclamó alegremente Fanarin.

-Entonces, ¿reparará el error el Senado?

-Eso dependerá de los senadores que se encarguen de la instancia. Y escribimos más adelante: «Una situación tal no daba derecho al tribunal a aplicar a Maslova una pena criminal; y la aplicación a la acusada del tercer párrafo del artículo 771 del código de enjuiciamiento criminal es una violación flagrante de los principios fundamentales de nuestro derecho penal. Por lo expuesto, tengo el honor de solicitar, etcétera, la casación de la sentencia, en virtud de los artículos 909 y 910, del segundo párrafo del artículo 912 y del artículo 928 del código de enjuiciamiento criminal, etcétera, etcétera, y que el proceso sea llevado, a fin de un nuevo examen, a otra cámara de jurisdicción competente.. Esto es lo que hay -concluyó el abogado -. Todo lo que se podía hacer, lo he hecho. Pero, francamente, he aquí lo que pienso: apenas tenemos esperanzas de triunfar. Por lo demás, todo dependerá de la composición del departamento del Senado. Si dispone usted de algunas influencias, hágalas entrar en juego.

-Sí, tengo algunas.

-Entonces, dése prisa, porque esos venerables magistrados pronto van a ir a cuidar sus hemorroides y serían tres meses perdidos. En fin, en caso de no tener éxito, nos quedará el recurso de gracia. Ahí es donde todo dependerá de un trabajo entre bastidores. No tengo necesidad de decirle que, también entonces, estoy dispuesto a servirle, no para maniobrar entre bastidores, sino para redactar la solicitud.

-Se lo agradezco. Y en cuanto a los honorarios...

-Cuando le entregue la copia de la instancia, mi pasante se lo indicará.

-Quería pedirle otra cosa aún. El fiscal me entregó un permiso escrito para ver a la condenada en su prisión; pero en la cárcel me han dicho que para las entrevistas fuera de los días reglamentarios hacía falta otra autorización del gobernador. ¿Es eso verdad?

-Creo que sí. De momento, el gobernador está ausente y es el «vice» quien lo reemplaza. Pero es un cretino tan grande, que le será a usted difícil obtener de él lo que quiera que sea.

-¿No es Maslennikov?

-Sí.

-Lo conozco- dijo Nejludov, levantándose para despedirse.

Durante su conversación con el abogado, una mujercita espantosamente fea, toda amarilla y huesuda, con la nariz chata, había entrado con paso rápido en el salón de espera. Era la mujer del abogado. A pesar de su fealdad, se había vestido con un lujo inaudito, cubierta de seda y de terciopelo de vivos matices: amarillo y verde; el peinado de sus cabellos, que ya clareaban, era complicadísimo. Irrumpió triunfalmente en el salón de espera, acompañada por un largo señor de rostro terroso iluminado por una pálida sonrisa, con un redingote de forro de seda y una corbata blanca. Era un escritor, y Nejludov lo conocía de vista.

-¡Anatolio! -dijo la dama a su marido, entreabriendo la puerta del despacho -.¡Ven! He aquí a Semen Ivanovitch que quiere leernos una de sus poesías; y, por tu parte, nos leerás tu ensayo sobre Garchin.

Nejludov quiso retirarse; pero, después de haber cambiado algunas palabras en voz baja con su marido, la señora se volvió hacia él:

-¡Se lo ruego, príncipe! Lo conozco y creo que es inútil toda presentación. ¡Dénos la alegría de asistir a nuestra velada matinal literaria! Será muy interesante. Anatolio lee a la perfección.

¡Ya ve usted cuán variadas son mis ocupaciones! -dijo Anatolio, sonriendo; y con un gesto señalando a su mujer mostró que no se podía negar nada a una persona tan seductora.

Muy cortésmente, pero con mucha frialdad, Nejludov dio las gracias a la señora Fanarin por el gran honor y dijo que, sintiéndolo mucho, no podía aceptar. Luego salió.