Visiblemente disgustado por su insistencia, el fiscal lo recibió de pie.
-¿En qué puedo servirle? -le preguntó con tono severo.
-Soy jurado, me llamo Nejludov y tengo absoluta precisión de ver a la condenada Maslova en la cárcel donde se encuentre -respondió Nejludov de un tirón, enrojeciendo al pensar que aquel paso tendría sobre toda su vida una influencia decisiva.
El fiscal era un hombre bajito, delgado y seco, de cabellos cortos, grisáceos ya, con ojos muy vivos y una barbita puntiaguda sobre un mentón prominente.
-¿Maslova? Sí, ya sé. Acusada de envenenamiento, ¿no es así? Mas, ¿para qué tiene usted necesidad de verla?
Luego, con un tono más amable:
-Disculpe mi pregunta, pero no puedo autorizarle sin estar enterado del motivo.
-Tengo necesidad de ver a esa mujer; es para mí un asunto de la mayor importancia -dijo Nejludov, enrojeciendo de nuevo.
-Bien -dijo el fiscal, que alzó los ojos para fijar sobre Nejludov una mirada penetrante -.¿Ha venido ya su proceso, o no?
-Fue juzgada y condenada irregularmente ayer a cuatro años de trabajos forzados. ¡Es inocente!
-Bien -replicó d fiscal sin parecer escandalizarse por aquella afirmación de inocencia -. Juzgada ayer, debe de encontrarse todavía, antes de que expire el plazo para recurrir, en la penitenciaría de detención preventiva. Hay días señalados para ver a los presos. Le sugiero que se dirija allí.
-Es que tengo necesidad de verla inmediatamente -dijo Nejludov con un temblor de su mandíbula inferior y comprendiendo que había llegado el momento decisivo.
-Pero ¿por qué tiene usted necesidad de verla inmediatamente? -preguntó el fiscal, un poco inquieto y con las cejas fruncidas.
-Porque ella es inocente y la han condenado a trabajos forzados. ¡Soy yo quien tiene la culpa de todo, y no ella! -añadió Nejludov con voz temblorosa y comprendiendo que no expresaba bien su pensamiento.
-¿y cómo es eso?
-Fui yo quien la sedujo y la colocó en la situación donde se encuentra. Si yo no hubiese obrado así, ella no habría tenido que responder de la acusación que se le ha hecho.
-No comprendo cómo justifica eso su deseo de verla. -Es que quiero seguirla... ¡Y casarme con ella! -declaró Nejludov.
Y, como siempre, cuando se afirmaba en esa resolución, le subieron lágrimas a los ojos.
-¡Ah, se trata de eso! -dijo el fiscal-. El caso es curioso, en efecto. ¿No es usted el mismo que fue miembro de! Zemstvo 13de Krasnopersk? -continuó, como acordándose de haber oído hablar ya de este Nejludov que venía a comunicarle una resolución tan extraña.
-Perdóneme, pero, que yo sepa, eso no se relaciona en lo más mínimo con mi petición -replicó Nejludov con tono molesto.
-No, desde luego- respondió el fiscal con una imperceptible sonrisa y sin desconcertarse -; pero ese proyecto de usted es tan singular y tan diferente de las formas ordinarias...
-Bueno, ¿Puedo conseguir esa autorización?
-¿La autorización? Desde luego. Voy a entregársela ahora mismo. Tenga la bondad de sentarse.
Él se sentó a su mesa y se puso a escribir.
-¡Siéntese, se lo ruego!
Nejludov permaneció en pie.
Cuando el fiscal acabó de escribir, se levantó y, sin dejar de observar con curiosidad a Nejludov, le alargó el pase.
-Debo decirle todavía otra cosa -explicó este último -, y es que, en lo sucesivo, me será imposible participar como jurado en esta serie de vistas.
-Como usted sabe, tendrá entonces que alegar sus motivos ante el tribunal, que le otorgará dispensa.
-Considero que todos sus juicios son inútiles e inmorales: ¡he ahí mis motivos!
-Está bien -dijo el fiscal con aquella misma imperceptible sonrisa, que equivalía a decir que esos principios ya le eran conocidos y que lo habían regocijado más de una vez -. No le costará trabajo comprender, ¿verdad?, que en mi calidad de fiscal no pueda ser de su opinión sobre este punto. Pero donde hay que explicar eso es ante el tribunal. Apreciará sus argumentos, los declarará aceptables o no, y, en este último caso, le impondrá una multa. Diríjase usted al tribunal.
-Ya he dicho lo que tenía que decir y no iré a ninguna parte -replicó Nejludov con malhumor.
-Reciba usted mis saludos -dijo entonces el fiscal, mostrando impacientemente sus deseos de verse libre de su extraño visitante.
-¿A quien acaba usted de recibir?- le preguntó algunos instantes después un juez que se había cruzado con Nejludov en la puerta.
-Es Nejludov, ya usted sabe, el que hace algún tiempo, en el Zemtsvode Krasnopersk, se hizo notar por sus propuestas excéntricas. Imagínese que, siendo jurado, ha vuelto a encontrar, en el banquillo de los acusados, a una muchacha seducida por él, según dice. ¡Y quiere casarse con ella!
-¿Es posible?
-Acaba de decírmelo. Y no puede usted imaginarse con qué exaltación extravagante.
-Se diría verdaderamente que ocurre algo de anormal en el cerebro de la gente joven de hoy día.
-Pero es que éste no tiene un aire muy joven que digamos... Dígame, padrecito, ¿ha dicho ya todo lo que tenía que decir su famoso Ivanchekov? ¡Ese animal se ha propuesto matamos de aburrimiento! ¡Habla y habla hasta el infinito!
-Simplemente, debería retirársele la palabra. Hablar hasta tal punto significa una verdadera obstrucción.
XXXVI
Al abandonar al fiscal, Nejludov se dirigió derechamente a la penitenciaría de detención preventiva. Pero no encontró allí a Maslova. El director le explicó que debía de estar, provisionalmente, en la vieja prisión de los deportados, adonde Nejludov se hizo llevar en seguida.
En efecto, Catalina Maslova se encontraba allí.
La distancia entre las dos cárceles era muy grande, por lo que Nejludov no llegó sino al caer la noche. Cuando se disponía a entrar, el centinela lo detuvo, y luego llamó; se abrió la puerta, y un vigilante avanzó al encuentro de Nejludov. Habiendo exhibido éste su pase, el otro le declaró que no podía dejado entrar sin autorización de! director.
Nejludov se dirigió, pues, a la vivienda de dicho funcionario. En la escalera que llevaba a su apartamento oyó al piano los sonidos apagados de un trozo de música complicado y arrebatador. Una criada hosca, con un parche en un ojo, le abrió la puerta del apartamento, y los sonidos del piano, escapando de una habitación contigua, resonaron en sus oídos. Era la más conocida de las Rapsodiasde Liszt, muy bien tocada, pero con la singularidad de que el ejecutante no pasaba nunca de un determinado pasaje, al llegar al cual se detenía y volvía a empezar.
Nejludov preguntó a la criada de! parche si el director estaba en casa. La criada dijo que no.
En aquel momento, la rapsodia se detuvo de nuevo y, tan ruidosa y retumbante como las veces pasadas, recomenzó hasta el punto fatídico.
-¿Volverá pronto?
-Voy a preguntar.
Y la criada se alejó.
La rapsodia se lanzaba ya en su carrera, cuando se detuvo, esta vez sin haber alcanzado su término habitual, y se dejó oír una voz de mujer:
-Dile que no está ni estará hoy. Está de visita. ¿Para qué vienen a molestado aquí? -dijo la voz femenina detrás de la puerta.
Y la rapsodia recomenzó, mas para interrumpirse después de algunas compases. Y Nejludov oyó el ruido de una silla movida por alguien. Sin duda alguna, la pianista, irritada, había tomado la decisión de acudir en persona a despedir al importuno capaz de atreverse a molestada.
-¡Mi padre ha salido! -declaró ella, en efecto, con tono de malhumor.
Era una muchacha pálida, con cabellos rubios en desorden y grandes ojeras.
A la vista de un joven elegantemente vestido, cambió de tono.
-Entre, si quiere. ¿Qué desea usted?
-Quisiera ver a una mujer, detenida aquí.
13Asamblea electiva de provincia o de distrito- N. del T.