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«¡Mi casamiento! -pensó él con ironía -. ¡Cuán lejos está eso!»

Se acordó de su proyecto de la víspera de decir todo al marido, de pedirle perdón y de ofrecerle la reparación que exigiera. Aquella mañana eso no le parecía ya tan fácil de cumplir. ¿Para qué hacer la desdicha de un hombre con la revelación de una verdad que lo haría sufrir? «Si me lo pregunta se lo diré; es inútil ir a decírselo yo mismo.»

Al reflexionar, vio que tampoco era nada fácil decirle toda la verdad a Missy. También en ese caso, si hablaba, resultaría ofensivo para ella. Más valía dejar la cosa en un sobrentendido. Decidió solamente no ir más a casa de los Kortchaguin excepto para decirles la verdad si se la pedían.

Por el contrario, en lo concerniente a sus relaciones con Katucha, no había por qué recurrir a ningún sobrentendido. «Iré a verla a la cárcel, se lo diré todo, le pediré que me perdone. Y, si es necesario, me casaré con ella.»

La idea de sacrificarlo todo por satisfacer su conciencia y de casarse con Katucha en caso necesario lo enternecía particularmente aquella mañana.

Su jornada empezaba con una energía a la que no estaba habituado desde hacía mucho tiempo. Cuando acudió al comedor Agrafena Petrovna a recibir sus órdenes, él le declaró inmediatamente, sorprendido él mismo de su firmeza, que iba a cambiar de alojamiento y que se veía obligado a renunciar a sus servicios. Desde la muerte de su madre, nunca había hablado con el ama de llaves de lo que pensaba hacer con su casa. Por un convenio tácito, estaba reconocido que, hallándose a punto de casarse, continuaría habitando la grande y lujosa morada. Su proyecto de abandonar aquel apartamento indicaba, pues, algo imprevisto. Agrafena Petrovna lo miró con sorpresa.

-Le estoy muy agradecido, Agrafena Petrovna, por su solicitud para conmigo, pero en lo sucesivo no tengo necesidad ni de una residencia tan grande ni de un personal tan numeroso. Mientras pueda usted seguir ayudándome, le pediré que se cuide de que embalen todas mis cosas, como se hacía en vida de mi madre. Cuando Natacha venga -Natacha era la hermana de. Nejludov -, ya verá ella lo que convenga hacer con esas cosas.

Agrafena Petrovna meneó la cabeza.

-¿Cómo lo que convenga hacer? -dijo -. Usted las necesitará.

-No, Agrafena Petrovna, no las necesitaré -dijo Nejludov, respondiendo a los pensamientos secretos del ama de llaves -. Y luego, haga el favor de decirle a Kornei que le pagaré dos meses anticipados y que desde hoy vaya pensando en colocarse en otra parte.

-Hace usted mal al obrar así, Dmitri Ivanovitch. Aunque vaya usted al extranjero, siempre le hará falta un apartamento.

-No es lo que usted piensa, Agrafena Petroivna -respondió Nejludov -. No voy al extranjero, o, si voy a alguna parte, no será allí.

Al decir estas palabras se le empurpuraron las mejillas. «Vamos -pensó -, hay que decírselo todo. Aquí, nada me obliga a callarme y debo empezar inmediatamente diciendo la verdad.»

Ayer me ocurrió una aventura muy rara y muy grave. ¿Se acuerda usted de Katucha, que servía en casa de mi tía María Ivanovna?

-¿Cómo no? Fui yo quien la enseñé a coser.

-Pues bien, ayer la condenaron en la Audiencia en un juicio donde yo era jurado.

-¡Oh, señor, qué lástima! -exclamó Agrafena Petrovna- , y ¿por qué crimen la han condenado?

-Por asesinato , y yo me siento responsable.

-¿Cómo es posible? He ahí una cosa bien extraña, en efecto- dijo Agrafena Petrovna; y una llama paso por sus apagados ojos.

Ella conocía toda la historia de Katucha.

Sí, soy yo quien tiene la culpa de todo. Y todos mis planes han quedado trastornados por este encuentro.

-¿Qué cambio puede resultar de eso para usted? -dijo Agrafena Petrovna reteniendo una sonrisa.

-Puesto que yo tengo la culpa de que ella tomase ese camino, ¿no soy yo quien debo llevarle socorro?

-Demuestra usted que tiene muy buen corazón. Pero ¿qué culpa tiene en todo eso? La misma aventura ocurre a todo el mundo; con una persona de juicio todo se arregla, todo se olvida, y la vida continúa- dijo Agrafena Petrovna con tono grave -.y usted no tiene por qué acusarse. Me enteré de que después ella se había salido del buen camino: ¿de quién es la culpa?

-Mía. Y soy yo quien tiene que repararla.

-¡Oh, con lo difícil que será reparar eso!

-Es una cuestión que me incumbe. Pero si está usted preocupada por su propia situación, Agrafena Petrovna, me apresuro a decirle que lo que mi madre dejó dicho...

-¡Oh, no, no me preocupo por mí! La difunta me colmó de tantos favores, que no tengo necesidades. Mi sobrina Lizegnka está casada y me invita a irme con ella: iré cuando tenga la certidumbre de que ya no puedo servirle a usted. Pero hace usted mal al tomar ese asunto tan a pecho: cosas parecidas le ocurren a todo d mundo.

-Pues bien, yo pienso de otra manera. Y, se lo vuelvo a rogar, disponga todo lo necesario para que pueda marcharme de aquí , y no me guarde rencor. Le estoy muy agradecido por todo lo que ha hecho.

Cosa sorprendente: desde que se había descubierto así mismo malvado y egoísta, Nejludov había cesado de despreciar a los demás. Por el contrario, experimentaba hacia Agrafena Petrovna y Kornei los más afectuosos sentimientos. Sintió el deseo de arrepentirse también ante Kornei; pero éste tenía un aire tan gravemente respetuoso, que no se atrevió a hacerlo.

Al dirigirse al Palacio de Justicia, en el mismo coche y por las mismas calles que la víspera, Nejludov se asombraba de! cambio sobrevenido en él desde el día anterior. Se sentía un hombre completamente distinto.

Su casamiento con Missy, tan próximo el día anterior, por lo que él creía, se le aparecía ahora como irrealizable. La víspera estaba persuadido de que ella se sentiría feliz casándose con él; hoy, no sólo se sentía indigno de desposarla, sino incluso de tratarla. «Si ella me conociera tal como soy, por nada en el mundo me recibiría. ¡Y yo era lo bastante inconsciente como para reprocharle sus coqueterías con aquel otro joven! E incluso, unido a ella, ¿Podría yo tener un solo instante de felicidad o simplemente de reposo sabiendo que la otra, la desgraciada cuya perdición causé, está en la cárcel y que uno de estos días saldría para Siberia, por etapas, en tanto que yo, aquí, recibiría felicitaciones o haría visitas con mi joven esposa? O bien estando sentado en la asamblea, al lado del mariscal de la nobleza al que he engañado indignamente, contaría los votos a favor o en contra del nuevo reglamento de inspección de escuelas, etcétera, y me iría seguidamente a reunirme en secreto con la mujer de ese mismo amigo. ¡Qué vergüenza! O bien, reemprendería ese maldito cuadro que no acabaré jamás, porque no tengo por qué ocuparme con tales puerilidades. No, en lo sucesivo, nada de eso me es ya posible», se decía, alegrándose cada vez más de! cambio interior sobrevenido en él.

«Ante todo -seguía pensando -, volver a ver al abogado, saber el resultado de su gestión; y luego, después de eso..., después de eso, ir a verla a la cárcel, y decírselo todo.»

Y cada vez que, con el pensamiento, se representaba el modo como la abordaría, cómo le diría todo, cómo expondría ante ella la confesión de su falta, cómo le declararía que él solo tenía la culpa de todo y que se casaría con ella para reparar su falta, cada vez que pensaba en eso, se extasiaba con su resolución y los ojos se le llenaban de lágrimas.

XXXIV

En el corredor del Palacio de Justicia, Nejludov encontró al portero de estrados de la sala de lo criminal. Le preguntó a qué sitio llevaban a los condenados después del juicio y qué persona podía dar la autorización para verlos. El portero le informó de que estaban repartidos por diversos lugares y que sólo al fiscal correspondía dar esa autorización.

-Después de la vista -añadió -vendré a buscarlo a usted para conducirlo al despacho del fiscal, quien, de momento, no ha llegado aún. Ahora, le ruego que se dirija lo antes posible a la sala del jurado: la vista va a comenzar.