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Desde el centro siguió un corto tramo por la autovía 101 en dirección norte hasta Echo Park Road y allí tomó de nuevo al norte, hacia el barrio de la colina donde había sido detenido Raynard Waits. Al pasar Echo Lake vio la estatua conocida como la Dama del lago observando los nenúfares y con las palmas de ambas manos levantadas como la víctima de un atraco. De niño había vivido casi un año con su madre en los apartamentos Sir Palmer, enfrente del lago, pero había sido una mala temporada para ella y para él y el recuerdo casi se había borrado. Recordaba vagamente la estatua, pero nada más.

Giró a la derecha por Sunset hasta Beaudry. Desde allí se dirigió colina arriba por Figueroa Terrace. Aparcó cerca del cruce donde habían detenido a Waits. Unos pocos bungalós viejos construidos en los años treinta y cuarenta seguían en pie, pero la mayor parte de las casas eran edificaciones de hormigón de después de la guerra. Viviendas modestas, con patios con verja y ventanas de barrotes. Los coches de los senderos de entrada no eran nuevos ni llamativos. Era un barrio de clase trabajadora, que Bosch sabía que en la actualidad era en su mayor parte latina y asiática. Desde las partes de atrás de las casas del lado oeste se abrían bonitas vistas de las torres del centro con el edificio de la compañía de agua y electricidad delante y en el centro. Los hogares en el lado este tenían patios traseros que se extendían hasta el terreno arisco de las colinas. Y en la cima de esas colinas se hallaban los aparcamientos más alejados del complejo del estadio de béisbol.

Pensó en la furgoneta de lavado de ventanas de Waits y se preguntó de nuevo por qué había estado en esa calle y en ese barrio. No era la clase de barrio donde habría tenido clientes. No era la clase de calle donde se esperaría una furgoneta a las dos de la mañana, en cualquier caso. Los dos agentes del Equipo de Respuesta ante Delitos habían acertado al tomar nota de ello.

Bosch aparcó y paró el motor. Salió y miró a su alrededor y luego se apoyó en el vehículo mientras reflexionaba. Todavía no lo entendía. ¿Por qué había elegido ese sitio Waits? Después de unos momentos abrió el móvil y llamó a su compañera.

– ¿Aún no has hecho esa búsqueda en AutoTrack? -preguntó.

– Acabo de hacerla. ¿Dónde estás?

– En Echo Park. ¿Ha surgido algo cerca de aquí?

– No, acabo de verlo. Lo más al este lo coloca en los apartamentos Montecito, en Franklin.

Bosch sabía que Montecito no estaba cerca de Echo Park, si bien no estaba lejos de los apartamentos High Tower, donde se había encontrado el coche de Marie Gesto.

– ¿Cuándo estuvo en Montecito? -preguntó.

– Después de Gesto. Se instaló allí, a ver, en el noventa y nueve, y se fue al año siguiente. Un año de estancia.

– ¿Algo más digno de mención?

– No, Harry. Sólo lo habitual. El tipo se trasladó cada año o dos. No le gusta quedarse, supongo.

– Vale, Kiz. Gracias.

– ¿Vas a volver a la oficina?

– Dentro de un rato.

Cerró el teléfono y se metió otra vez en el coche. Condujo por Figueroa Lane hasta Chavez Ravine Place y llegó a otra señal de stop. En cierta época toda la zona era conocida simplemente como Chavez Ravine. Pero eso fue antes de que la ciudad trasladara a toda la gente y demoliera todos los bungalós y casuchas que habían sido sus hogares. Supuestamente tenía que construirse un gran complejo de viviendas subvencionadas en el barranco, con áreas de juegos, escuelas y centros comerciales que invitaran a volver a quienes habían sido desplazados. Pero una vez que lo despejaron todo, el complejo de viviendas fue borrado de los planes municipales y lo que se construyó en su lugar fue un estadio de béisbol. Bosch tenía la impresión de que, basta donde le alcanzaba la memoria, en Los Angeles los chanchullos siempre habían estado presentes.

Bosch había estado escuchando últimamente el cedé de Ry Cooder llamado Chávez Ravine. No era jazz, pero estaba bien. Era su propio estilo de jazz. Le gustaba la canción «It's just work for me», un canto fúnebre a un conductor de excavadora que llega al barranco para derribar las casuchas de la gente pobre y se niega a sentirse culpable al respecto.

Vas a donde te mandan

cuando eres conductor de excavadora…

Giró a la izquierda en Chavez Ravine y enseguida llegó a Stadium Way y al lugar donde Waits había llamado por primera vez la atención de la patrulla del Equipo de Respuesta ante Delitos al pasar en su camino a Echo Park.

En la señal de stop examinó el cruce. Stadium Way desembocaba en los enormes aparcamientos del estadio. Para que Waits llegara al barrio desde ese lado, como afirmaba el atestado, tendría que haber venido desde el centro, el estadio o la autovía de Pasadena. Éste no habría sido el camino desde su casa en West Hollywood. Bosch permaneció desconcertado durante unos segundos, pero determinó que no disponía de información suficiente para sacar conclusión alguna. Waits podría haber conducido por Echo Park asegurándose de que no lo seguían y luego atraer la atención del ERD después de girar para volver.

Se dio cuenta de que había muchas cosas que no conocía de Waits y le molestaba encontrarse cara a cara con el asesino al día siguiente. Bosch no se sentía preparado. Una vez más consideró la idea que había tenido antes, pero esta vez no vaciló. Abrió el teléfono y llamó a la oficina de campo del FBI en Westwood.

– Estoy buscando a una agente llamada Rachel Walling -le dijo al operador-. No estoy seguro de en qué brigada está.

– Un segundito.

Más bien un minuto. Mientras esperaba, un coche que llegó por detrás hizo sonar el claxon. Bosch avanzó por la intersección, hizo un giro de ciento ochenta grados y luego aparcó fuera de la calle a la sombra de un eucalipto. Finalmente, transcurridos casi dos minutos, su llamada fue transferida y una voz masculina dijo:

– Táctica.

– Con la agente Walling, por favor.

– Un segundo.

– Sí -dijo Bosch después de oír el clic.

Pero esta vez la transferencia se hizo deprisa y Bosch oyó la voz de Rachel Walling por primera vez en un año. Vaciló y ella estuvo a punto de colgarle.

– Rachel, soy Harry Bosch.

Esta vez fue ella la que dudó antes de responder.

– Harry…

– ¿Qué es eso de Táctica?

– Es sólo el nombre de la brigada.

Bosch comprendió. Rachel no respondió, porque era asunto confidencial y la línea probablemente estaba siendo grabada en algún sitio.

– ¿Por qué llamas, Harry?

– Porque necesito un favor. De hecho me vendría bien tu ayuda.

– ¿Para qué? Estoy liada aquí.

– Entonces no te preocupes. Pensaba que podrías…, bueno, no importa, Rachel. No es nada importante. Puedo ocuparme yo.

– ¿Estás seguro?

– Sí, estoy seguro. Dejaré que vuelvas a Táctica, sea lo que sea. Cuídate.

Cerró el teléfono y trató de no dejar que la voz de Rachel y el recuerdo que había conjurado le distrajeran de la tarea que le ocupaba. Miró hacia el otro lado del cruce y se dio cuenta de que probablemente estaba en la misma posición que el coche del ERD cuando González y Fennel habían localizado la furgoneta de Waits. El eucalipto y las sombras de la noche les habían proporcionado una pantalla.

Bosch tenía hambre ahora, después de saltarse la comida. Decidió que cruzaría la autovía hacia Chinatown y compraría comida para llevársela a la sala de brigada. Se incorporó al tráfico de la calle y estaba considerando si llamar a la oficina y ver si alguien quería algo de Chínese Friends cuando sonó su móvil. Comprobó la pantalla, pero vio que la identificación estaba bloqueada. Contestó de todos modos.

– Soy yo.

– Rachel.

– Quería cambiar a mi móvil.

Hubo una pausa. Bosch se dio cuenta de que no se había equivocado con los teléfonos de Táctica.

– ¿Cómo estás, Harry?

– Bien.

– Así que hiciste lo que dijiste que harías. Has vuelto con los polis. Leí acerca de ese caso tuyo del año pasado en el valle de San Fernando.