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Volvieron a pasar junto a la torre y enfilaron otra pasarela que conducía a un apartamento. Kay introdujo una llave en la cerradura de la puerta.

– Conozco este sitio -dijo Edgar-. Este complejo y el ascensor. Han salido en el cine, ¿no?

– Sí -dijo Kay-. A lo largo de los años.

Bosch pensó que era normal. Un lugar tan especial no podía pasar desapercibido a la industria local.

Kay abrió la puerta e hizo una señal a Bosch y Edgar para que entraran primero. El apartamento era pequeño y estaba vacío. Constaba de una sala de estar, cocina con un pequeño espacio para córner y un dormitorio con cuarto de baño en suite. No tenía ni cuarenta metros cuadrados, y Bosch sabía que con muebles parecería todavía más pequeño. Pero la clave era la vista. Una pared curvada de ventanas ofrecía la misma vista de Hollywood que se contemplaba desde la pasarela de la torre. Una puerta de cristal conducía a un balcón que seguía la forma curva. Bosch salió y contempló la panorámica que se extendía desde allí. Vio las torres del centro de la ciudad a través de la niebla. Sabía que la vista sería mejor de noche.

– ¿Cuánto tiempo lleva vacío este apartamento? -preguntó.

– Cinco semanas -respondió Kay.

– No he visto ningún cartel de Se alquila.

Bosch miró el callejón y vio a dos agentes de patrulla que esperaban a los de Forense y al camión grúa del garaje de la policía. Estaban uno a cada lado del coche patrulla, apoyados en el capó y dándose la espalda. No parecían una pareja bien avenida.

– No me hace falta poner carteles -dijo Kay-. Normalmente se corre la voz de que tenemos una vacante. Hay mucha gente que quiere vivir aquí; es una curiosidad de Hollywood. Además, tenía que prepararlo, repintar y hacer pequeñas reparaciones. No tenía prisa.

– ¿Cuánto es el alquiler? -preguntó Edgar.

– Mil al mes.

Edgar silbó. A Bosch también le pareció caro. Pero sabía que alguien estaría dispuesto a pagarlo por la vista.

– ¿Quién podía saber que el garaje de allí abajo estaba vacío? -preguntó, volviendo a lo que les ocupaba.

– Bastante gente. Los residentes, por supuesto, y en las últimas semanas he mostrado el apartamento a varias personas interesadas. Normalmente les enseño el garaje. Cuando me voy de vacaciones hay un inquilino que echa un vistazo a las cosas. El también enseñó el apartamento.

– ¿El garaje se quedó sin cerrar con llave?

– No se cierra. No hay nada que robar. Cuando llega el nuevo inquilino puede poner un candado si quiere. Lo dejo a su criterio, aunque siempre lo recomiendo.

– ¿Mantiene algún registro de a quién mostró el apartamento?

– La verdad es que no. Puede que conserve algunos números de teléfono, pero no tiene sentido guardar el nombre de nadie a no ser que lo alquile. Y como ven, no lo he hecho.

Bosch asintió con la cabeza. Iba a ser un camino difícil de seguir. Mucha gente sabía que el garaje estaba vacío, sin cerrar con llave y disponible.

– ¿Y el anterior inquilino? -preguntó-. ¿Qué pasó con él?

– De hecho, era una mujer -dijo Kay-. Vivió aquí cinco años, tratando de hacerse actriz. Finalmente se rindió y volvió a su casa.

– Es una ciudad dura. ¿De dónde era?

– Le mandé la devolución del depósito a Austin, Texas.

Bosch asintió.

– ¿Vivía aquí sola?

– Tenía un novio que la visitaba y se quedaba a menudo, pero creo que esa historia terminó antes de que ella se fuera.

– Necesitaremos que nos dé esa dirección de Texas.

El encargado asintió con la cabeza.

– Los agentes dicen que el coche pertenecía a una chica desaparecida -dijo.

– Una mujer joven -explicó Bosch.

Buscó en un bolsillo interior de la chaqueta y sacó una fotografía de Marie Gesto. Se la mostró a Kay y le preguntó si la reconocía como alguien que podía haber visto el apartamento. El casero dijo que no la reconocía.

– ¿Ni siquiera de la tele? -preguntó Edgar-. Lleva diez días desaparecida y ha salido en las noticias.

– No tengo tele, detective -dijo Kay.

Sin televisor. En Los Angeles eso lo clasificaba como librepensador, pensó Bosch.

– También ha salido en los periódicos -probó Edgar.

– Leo los diarios de vez en cuando -dijo Kay-. Los cojo de las papeleras de abajo, y normalmente son viejos criando los hojeo. Pero no he visto ningún artículo sobre ella.

– Desapareció hace diez días -explicó Bosch-, el jueves día 9. ¿Recuerda algo de entonces? ¿Algo inusual?

Kay negó con la cabeza.

– Yo no estaba aquí. Estaba de vacaciones en Italia.

Bosch sonrió.

– Me encanta Italia. ¿Adónde fue?

El rostro de Kay se iluminó.

– Fui al lago de Como y luego a un pueblo de la colina llamado Asoló. Robert Browning vivió allí.

Bosch asintió con la cabeza como si conociera los sitios que había mencionado y quién era Robert Browning.

– Tenemos compañía -dijo Edgar.

Bosch siguió la mirada de su compañero hasta el callejón. Una furgoneta de televisión con una antena parabólica encima y un gran número 9 pintado en un lateral había aparcado junto a la cinta amarilla. Uno de los agentes de patrulla caminaba hacia ella.

Harry volvió a dirigirse al casero.

– Señor Kay, tendremos que volver a hablar en otro momento. Si es posible, mire qué números o nombres puede encontrar de gente que haya visitado el apartamento o que haya llamado interesándose. También necesitaremos hablar con la persona que controló las cosas cuando usted estuvo en Italia y que nos dé el nombre y la dirección de la antigua inquilina que se trasladó a Texas.

– No hay problema.

– Y vamos a necesitar hablar con el resto de inquilinos para ver si alguien vio cómo dejaban el coche en el garaje. Trataremos de no ser entrometidos.

– No hay problema con eso. Veré qué números de teléfono puedo encontrar.

Salieron del apartamento y Kay los acompañó al ascensor. Se despidieron del gerente. La cabina de acero dio bandazos otra vez antes de empezar a descender con más suavidad.

– Harry, no sabía que te gustara Italia -dijo Edgar.

– No he estado nunca.

Edgar asintió con la cabeza, dándose cuenta de que había sido una táctica para hacer hablar a Kay y obtener información de coartada.

– ¿Estás pensando en él? -preguntó.

– No. Sólo contemplo todas las posibilidades. Además, si fue él, ¿por qué poner el coche en el garaje de su propia casa? ¿Por qué llamar?

– Sí. Pero quizás es lo bastante listo para saber que pensaríamos que es lo bastante listo para no hacer eso, ¿entiendes? A lo mejor es más listo que nosotros, Harry. Quizá la chica fue a ver el apartamento y las cosas se torcieron. Oculta el cadáver, pero sabe que no puede mover el coche porque podría pararle la policía. Así que espera diez días y llama como si pensara que podría ser robado.

– Entonces quizá deberías verificar su coartada italiana, Watson.

– ¿Por qué yo soy Watson? ¿Por qué no puedo ser Holmes?

– Porque Watson es el que habla demasiado.

– ¿Qué te preocupa, Harry?

Bosch pensó en la ropa cuidadosamente doblada en el asiento delantero del Honda. Sintió de nuevo esa presión en las entrañas, como si su cuerpo estuviera atado y estuvieran tensando la cuerda por detrás.

– Lo que me preocupa es que tengo un mal presagio.

– ¿Qué clase de mal presagio?

– El presagio de que nunca la encontraremos. Y si no la encontramos a ella, no lo encontraremos a él.

– ¿Al asesino?

El ascensor se detuvo con un sobresalto, rebotó una vez y se quedó inmóvil. Bosch abrió las puertas. Al final del corto túnel que conducía al callejón y los garajes vio a una mujer que sostenía un micrófono y a un hombre que los esperaba cámara en mano.

– Sí -dijo-. Al asesino.