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Kiz Rider salió por las puertas dobles en una silla de ruedas. Le daba vergüenza, pero eran las normas del hospital. Bosch la estaba esperando con una sonrisa y un ramo que había comprado en un puesto de flores en la salida de la autovía, cerca del hospital. En cuanto la enfermera le dio permiso, Rider se levantó de la silla. Abrazó a Bosch cautelosamente, como si se sintiera frágil, y le dio las gracias por venir a llevarla a casa.

– He aparcado justo delante -dijo Bosch.

Con el brazo en torno a la espalda de su compañera, Bosch la acompañó al Mustang que esperaba. La ayudó a entrar, guardó en el maletero una bolsa llena de tarjetas y regalos que había recibido Rider y rodeó el coche hasta el asiento del conductor.

– ¿Quieres ir a algún sitio antes? -preguntó una vez que estuvo en el coche.

– No, sólo a casa. No veo la hora de dormir en mi propia cama.

– Entendido.

Puso en marcha el coche y arrancó, dirigiéndose otra vez a la autovía. Condujo en silencio. Cuando llegó a la 134 el puesto de flores seguía en la mediana. Rider miró el ramo que tenía en la mano, se dio cuenta de que a Bosch se le había ocurrido en el último momento y se echó a reír. Bosch se le unió.

– Oh, mierda. Esto duele -dijo Rider, llevándose la mano al cuello.

– Lo siento.

– Está bien, Harry. Necesito reír.

Bosch asintió con la cabeza su conformidad.

– ¿Va a pasarse hoy Sheila? -preguntó.

– Sí, después de trabajar.

– Bien.

Asintió porque no había mucho más que hacer. Cayeron otra vez en el silencio.

– Harry, seguí tu consejo -dijo Rider al cabo de unos momentos.

– ¿Cuál?

– Les dije que no tenía ángulo de tiro. Les dije que no quería darle a Olivas.

– Bien hecho, Kiz.

Bosch reflexionó un momento.

– ¿Significa eso que vas a conservar la placa? -preguntó.

– Sí, Harry, voy a conservar la placa… pero no a mi compañero.

Bosch la miró.

– He hablado con el jefe -dijo Rider-. Cuando termine con la rehabilitación voy a volver a trabajar en su oficina. Espero que te parezca bien.

– Lo que tú quieras hacer me parece bien. Ya lo sabes. Me alegro de que te quedes.

– Yo también.

Pasaron unos minutos más y cuando ella volvió a hablar era como si la conversación nunca se hubiera interrumpido.

– Además, en la sexta planta podré cuidar de ti, Harry. Quizá consiga mantenerte alejado de toda la política y los arañazos burocráticos. Dios sabe que aún vas a necesitarme de vez en cuando.

Bosch sonrió ampliamente. No pudo evitarlo. Le gustaba la idea de que ella estuviera una planta por encima de él. Vigilante y velando por él.

– Me gusta -dijo-. Creo que nunca había tenido un ángel de la guarda.

Agradecimientos

El autor quiere expresar su gratitud a diversas personas que le han ayudado en gran medida en la investigación y redacción de este libro. Entre ellos Asya Muchnick, Michael Pietsch, Jane Wood, Pamela Marshall, Shannon Byrne, Terrill Lee Lankford, Jan Burke, Pam Wilson, Jerry Hooten y Ken Delavigne. También han sido de gran ayuda para el autor Linda Connelly, Jane Davis, Mary-Elizabeth Capps, Carolyn Chriss, Dan Daly Roger Mills y Gerald Chaleff. Muchas gracias asimismo al sargento Bob McDonald y a los detectives Tim Marcia, Rick Jackson y David Lambkm del Departamento de Policía de Los Angeles.

Michael Connelly

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Hieronymus Bosch

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Night hawks

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