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Pratt empezó a caminar hacia el coche de Bosch. Bosch agarró el tirador de la puerta. Si lo necesitaba, saldría corriendo del coche hacia Verdugo, donde habría tráfico y gente.

Sin embargo, Pratt se detuvo de repente, y algo atrajo su atención a su espalda. Se volvió hacia la casa delante de la cual se había parado antes. Bosch siguió su mirada y vio que la puerta delantera de la casa estaba parcialmente abierta y que había una mujer mirando y llamando a Pratt mientras sonreía. Estaba oculta detrás de la puerta, pero uno de sus hombros desnudos estaba expuesto. Su expresión cambió cuando Pratt le dijo algo y le indicó que volviera a entrar. Ella hizo un mohín y le sacó la lengua. Desapareció de la puerta, dejándola abierta quince centímetros.

Bosch lamentó que su cámara estuviera en su coche, en Echo Park. No obstante, no necesitaba pruebas fotográficas para saber que reconocía a la mujer del umbral y que no era la esposa de Pratt; Bosch había conocido a la mujer de su jefe recientemente, cuando éste había anunciado su jubilación en una fiesta en la que estuvieron presentes todos los componentes de la brigada.

Pratt miró otra vez hacia el coche de Bosch. Dudó un momento, pero finalmente se volvió hacia la casa. Subió rápidamente los escalones, entró y cerró la puerta a su espalda. Bosch aguardó y, como esperaba, vio que Pratt descorría una cortina y miraba a la calle. Bosch se quedó agachado mientras los ojos de Pratt se entretenían en el Crown Vic. Sin duda alguna, el coche había atraído las sospechas de Pratt, pero Bosch supuso que el aliciente del sexo ilícito había podido con su instinto de verificar el coche.

Se oyó cierto alboroto cuando Pratt fue agarrado por detrás y se apartó de la ventana. La cortina volvió a quedar en su lugar.

Bosch se incorporó de inmediato, arrancó e hizo un giro de ciento ochenta grados desde el bordillo. Dobló a la derecha en Verdugo y se dirigió hacia Hollywood Way. Evidentemente el Crown Vic estaba quemado. Pratt lo buscaría activamente cuando saliera otra vez de la casa. Por fortuna para Bosch el aeropuerto de Burbank estaba cerca. Supuso que podría dejar el Crown Vic en el aeropuerto, alquilar un coche y volver a la casa en menos de media hora.

Mientras conducía trató de situar a la mujer a la que había visto mirando por la puerta de la casa. Recurrió a un par de técnicas de relajación mental que había empleado cuando los tribunales aceptaban la hipnotización de testigos. Pronto se estaba grabando la nariz y la boca de la mujer, las partes de ella que habían disparado su sensación de reconocimiento. Y enseguida lo tuvo. Era una joven y atractiva empleada civil del departamento que trabajaba en la oficina que había del otro lado del pasillo de Casos Abiertos. Era de la oficina de Personal, conocida por las tropas como Entradas y Salidas porque era el lugar donde ocurrían ambas cosas.

Pratt estaba echando una cana al aire, esperando que pasara la hora punta en un piso de Burbank. No era un mal plan si nadie se enteraba. Bosch se preguntó si la señora Pratt conocería las actividades extracurriculares de su marido.

Aparcó en el aeropuerto y entró en los carriles de aparcacoches, pensando que eso sería lo más rápido. El hombre de la chaqueta roja que le cogió el Crown Vic le preguntó cuándo volvería.

– No lo sé -dijo Bosch, que no lo había considerado.

– He de escribir algo en el tique -dijo el hombre.

– Mañana -dijo Bosch-. Si tengo suerte.

34

Bosch regresó a Catalina Street en treinta y cinco minutos. Pasó en su Taurus alquilado por delante de la fila de casas iguales y localizó el Jeep de Pratt todavía junto al bordillo. Esta vez encontró un lugar en el lado norte de la casa y aparcó allí. Mientras se agachaba en el coche y buscaba signos de actividad, encendió el móvil que había alquilado junto con el coche. Llamó al número de Rachel Walling, pero le salió el buzón de voz. Terminó la llamada sin dejar mensaje.

Pratt no salió hasta que había anochecido por completo. Se quedó delante del complejo, bajo la luz de la farola, y Bosch se fijó en que se había cambiado de ropa. Llevaba tejanos azules y una camiseta oscura de manga larga. Bosch comprendió por el cambio de indumentaria que la relación con la mujer de Personal era probablemente más que un rollo ocasional. Pratt dejaba la ropa en su casa.

Una vez más, Pratt echó un vistazo a ambos lados de la calle. Su mirada se entretuvo más en el lado sur, donde el Crown Vic había atraído su atención antes. Aparentemente satisfecho de que el coche se hubiera ido y de que no lo hubieran vigilado, Pratt entró en el Commander y enseguida arrancó. Hizo un giro de ciento ochenta grados y se dirigió al sur hacia Verdugo. A continuación giró a la derecha.

Bosch sabía que si Pratt estaba buscando a un perseguidor, reduciría la marcha en Verdugo y controlaría por el retrovisor a cualquier vehículo que doblara desde Catalina en su dirección. Teniendo esto en cuenta, Bosch hizo un giro de ciento ochenta grados y se dirigió una travesía al norte hasta Clark Avenue. Giró a la izquierda y aceleró el débil motor del coche. Circuló cinco manzanas hasta California Street y dobló rápidamente a la izquierda. Al final de la manzana saldría a Verdugo. Era un movimiento arriesgado; Pratt podría haberse alejado mucho, pero Bosch estaba actuando siguiendo una corazonada. Ver el Crown Vic había asustado a su jefe. Estaría plenamente alerta.

Bosch acertó. Justo al llegar a Verdugo vio el Commander plateado de Pratt pasando delante de él. Obviamente se había demorado en Verdugo buscando un perseguidor. Bosch dejó que le sacara cierta distancia y giró a la derecha para seguirlo.

Pratt no hizo movimientos evasivos después de este primer esfuerzo por descubrir a un perseguidor. Se quedó en Verdugo hasta North Hollywood y luego giró al sur en Cahuenga. Bosch casi lo perdió en el giro, pero pasó el semáforo en rojo. Estaba claro que Pratt no iba a casa; Bosch sabía que vivía en la dirección opuesta, en el valle septentrional.

Pratt se dirigía a Hollywood y Bosch supuso que simplemente planeaba unirse a los otros miembros de la brigada en Nat's. Sin embargo, a medio camino del paso de Cahuenga, giró a la derecha por Woodrow Wilson Drive y Bosch sintió que se le aceleraba el pulso: Pratt se dirigía ahora a su casa.

Woodrow Wilson serpenteaba por la ladera de las montañas de Santa Mónica, una curva cerrada tras otra. Era una calle solitaria y la única forma de seguir a un vehículo era hacerlo sin luces y mantenerse al menos una curva por detrás de las luces de freno del coche de delante.

Bosch se conocía las curvas de memoria. Vivía en Woodrow Wilson desde hacía más de quince años y podía conducir medio dormido, lo cual había hecho en alguna ocasión. Sin embargo, seguir a Pratt, un agente de policía atento a un perseguidor, suponía una dificultad única. Bosch trató de permanecer dos curvas por detrás. Eso significaba que perdería de vista las luces del coche de Pratt de vez en cuando, pero nunca durante demasiado tiempo.

Cuando estaba a dos curvas de su casa, Bosch levantó el pie y el coche de alquiler se detuvo finalmente antes de la última curva. Bosch bajó del coche, cerró silenciosamente la puerta y trotó por la curva. Se quedó cerca del seto que custodiaba la casa y el estudio de un lamoso pintor que vivía en esa manzana.

Avanzó a resguardo del seto hasta que vio el todoterreno de Pratt arriba. Había aparcado dos casas antes de llegar a la de Bosch. Las luces de Pratt estaban ahora apagadas y parecía que simplemente estaba allí sentado vigilando la casa.

Bosch miró a su casa y vio luces encendidas detrás de las ventanas de la cocina y el comedor. Vio la parte trasera de un coche sobresaliendo de su cochera. Reconoció el Lexus y supo que Rachel Walling estaba en su casa. Aunque se sintió animado por la perspectiva de que ella estuviera esperándole, Bosch estaba preocupado por lo que tramaba Pratt.