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Bosch se echó atrás para poder ver la pantalla que mostraba un ángulo del banco desde una de las farolas situadas al borde del agua. Era la única cámara que captaba el rostro de Anthony en ese momento. Bosch vio la rabia en sus ojos. La había visto antes.

Anthony apretó la mandíbula y negó con la cabeza. Se volvió hacia su padre.

– Lo siento, papá.

Dicho esto, empezó a caminar hacia el cobertizo. Bosch vio que caminaba con decisión hacia la puerta de los lavabos. Vio que metía la mano en la americana.

Bosch se quitó los auriculares.

– ¡Anthony va a los lavabos! -dijo-. ¡Creo que lleva una pistola!

Bosch se levantó de un salto y empujó a Hooten para llegar a la puerta de la furgoneta. Tardó un poco en abrirla porque no conocía el sistema de apertura. Detrás de él oyó que O'Shea ladraba órdenes en el micrófono de la radio.

– ¡Todo el mundo en marcha! ¡En marcha! El sospechoso va armado. Repito, el sospechoso va armado.

Bosch finalmente salió de la furgoneta y echó a correr hacia el cobertizo. No había rastro de Anthony Garland. Ya estaba dentro.

Bosch se encontraba en el otro extremo del parque y a más de cien metros de distancia. Otros agentes e investigadores de la oficina del fiscal del distrito se habían desplegado más cerca y Bosch los vio correr con armas en la mano hacia el cobertizo. Justo cuando el primer hombre, un agente del FBI, llegaba al umbral, el sonido de disparos hizo eco desde los lavabos. Cuatro disparos en rápida sucesión.

Bosch sabía que el arma de Pratt estaba seca. Formaba parte del atrezo. Tenía que llevar un arma por si los Garland lo cacheaban. Pero Pratt estaba bajo custodia y se enfrentaba a cargos. Le habían quitado las balas.

Mientras Bosch observaba, el agente del umbral se colocó en posición de combate, gritó «FBI» y entró. Casi inmediatamente se produjeron más disparos, pero éstos tenían un timbre diferente a los cuatro primeros. Bosch supo que eran de la pistola del agente.

Cuando Bosch llegó al lavabo, el agente salió con la pistola a un costado. Sostenía una radio junto a la boca.

– Dos caídos en los lavabos -dijo-. La zona está segura.

Exhausto por su carrera, Bosch tragó algo de aire y caminó hacia el umbral.

– Detective, es una escena del crimen -dijo el agente.

Puso una mano delante del pecho de Bosch. Bosch la apartó.

– No me importa.

Entró en los lavabos y vio los cuerpos de Pratt y Garland en el suelo sucio de cemento. Pratt había recibido dos disparos en la cara y otros dos en el pecho. Garland había recibido tres impactos en el pecho. Los dedos de la mano derecha de Pratt estaban tocando la manga de la americana de Garland. Había charcos de sangre en el suelo que se extendían desde ambos cadáveres y que enseguida se mezclaron.

Bosch observó durante unos momentos, estudiando los ojos abiertos de Anthony. La rabia que Bosch había visto momentos antes había desaparecido, sustituida por la mirada vacía de la muerte.

Salió de los lavabos y miró al banco. El anciano, T. Rex Garland, estaba sentado inclinado hacia delante, con la cara entre las manos. El bastón con la cabeza pulida de dragón había caído a la hierba.

38

Echo Park al completo estaba cerrado por la investigación. Por tercera vez en una semana, Bosch fue interrogado respecto a un tiroteo, sólo que en esta ocasión las preguntas las hacían los federales y su papel era secundario porque no había disparado su arma. Cuando terminó, caminó hasta una furgoneta que vendía marisco y estaba aparcada para atender a la multitud de mirones que se habían congregado al otro lado de la cinta amarilla. Pidió un taco de langostinos y una Dr. Pepper y se lo llevó a uno de los vehículos federales. Estaba apoyado en el guardabarros delantero tomando su almuerzo cuando se le acercó Rachel Walling.

– Resulta que Anthony Garland tenía permiso de armas -dijo ella-. Su equipo de seguridad lo requería.

Rachel se apoyó en el guardabarros a su lado. Bosch asintió con la cabeza.

– Supongo que deberíamos haberlo comprobado -dijo.

Dio el último mordisco, se limpió la boca con una servilleta e hizo una bola con el papel de aluminio que envolvía el taco.

– Me he acordado de tu historia -dijo ella.

– ¿Qué historia? -preguntó Bosch.

– La que me contaste de Garland asustando a esos chicos en el campo de petróleo.

– ¿Y?

– Dijiste que desenfundó el arma con ellos.

– Sí.

Walling no dijo nada. Miró al lago. Bosch negó con la cabeza como si no estuviera seguro de lo que estaba pasando. Walling habló finalmente.

– Sabías del permiso y sabías que Anthony iría armado, ¿verdad?

Era una pregunta, pero Walling la pronunció como una afirmación.

– Rachel, ¿qué estás diciendo?

– Estoy diciendo que lo sabías. Sabías desde hace mucho que Anthony iba armado. Sabías lo que podía pasar hoy.

Bosch separó las manos.

– Mira, esa historia con los chicos fue hace doce años. ¿Cómo iba a saber que tendría una pistola hoy?

Ella se separó del guardabarros y se volvió a mirarlo.

– ¿Cuántas veces has hablado con Anthony a lo largo de los años? ¿Cuántas veces lo has cacheado?

Bosch apretó con más fuerza en su puño la bola de papel de aluminio.

– Mira, nunca…

– ¿Me estás diciendo que en todas esas veces nunca te encontraste con una pistola? ¿Que no verificaste los permisos? ¿Que no sabías que había una probabilidad muy alta de que llevara un arma, y su rabia incontrolada, a una reunión como ésta? Si hubiéramos sabido que el tipo iba armado, nunca habríamos puesto esto en marcha.

Bosch sonrió de manera desagradable y negó con la cabeza con incredulidad.

– ¿Qué decías el otro día de conspiraciones pilladas por los pelos? Marilyn no murió de sobredosis, la mataron los Kennedy. ¿Bosch sabía que Anthony traería una pistola a la reunión y que empezaría a disparar? Rachel, todo esto suena como…

– ¿Y lo que dijiste de ser un verdadero detective? -Walling lo miró fijamente.

– Rachel, escúchame. No había forma de que nadie predijera esto. No había…

– Predecir, desear, poner en marcha accidentalmente… ¿cuál es la diferencia? ¿Recuerdas lo que le dijiste a Pratt el otro día junto a la piscina?

– Le dije muchas cosas.

La voz de Walling adoptó un tono de tristeza.

– Le hablaste de las decisiones que todos tomamos. -Señaló por encima de la hierba hacia el cobertizo-. Y, bueno, Harry, supongo que es el perro que decidiste alimentar. Espero que seas feliz así. Y espero que encaje a la perfección con las maneras del verdadero detective.

Walling se volvió y caminó de nuevo hacia el cobertizo y el grupo de investigadores agolpados en la escena del crimen.

Bosch la dejó marchar. No se movió durante un buen rato. Sus palabras le habían recorrido como los sonidos de una montaña rusa. Murmullos bajos y gritos agudos. Apretó la bola de papel de aluminio en la mano y la lanzó hacia la papelera que estaba junto a la furgoneta de marisco.

Falló por mucho.