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Bosch se tumbó sobre el asiento cuando el Commander se acercó a Temple. Oyó que el vehículo giraba y al cabo de unos segundos volvió a levantarse. Pratt estaba en Temple, en el semáforo de Los Angeles Street, e iba a doblar a la derecha. Bosch esperó hasta que completó el giro y arrancó para seguirlo.

Pratt entró en los atestados carriles en dirección norte de la autovía 101 y se unió al lento avance del tráfico de la hora punta. Bosch bajó la rampa y se incorporó a la fila de coches, unos seis vehículos por detrás del Jeep. Tenía suerte de que el coche de Pratt tuviera una bola blanca con una cara encima de la antena de radio. Era una promoción de una cadena de comida rápida que permitió a Bosch seguir el coche sin tener que acercarse demasiado, ya que conducía un Crown Vic sin marcar que para el caso lo mismo podría haber llevado un neón en el techo donde destellara la palabra «Policía».

De manera lenta pero segura, Pratt avanzó hacia el norte con Bosch siguiéndolo a cierta distancia. Cuando la autovía atravesó Echo Park vio que la escena del crimen y la soirée de los medios seguían en pleno apogeo en Figueroa Lane. Contó dos helicópteros de la prensa que seguían sobrevolando el lugar en círculos. Se preguntó si la grúa se llevaría su coche de la escena del crimen o si podría pasar a recuperarlo después.

Mientras conducía, Bosch trató de componer lo que tenía sobre Pratt. Había pocas dudas de que Pratt le había estado siguiendo mientras él estaba suspendido de empleo. Su todoterreno coincidía con el que había visto en su calle la noche anterior, y Pratt había sido identificado por Jason Edgar como el poli que lo había seguido al edificio de la compañía de agua y electricidad. No era verosímil pensar que había estado siguiendo a Bosch simplemente para ver si estaba quebrantando las normas de la suspensión de empleo. Tenía que haber otra razón y a Bosch sólo se le ocurría una.

El caso.

Una vez llegó a esa hipótesis, otros detalles encajaron rápidamente y sólo sirvieron para atizar el fuego que ya estaba ardiendo en el pecho de Bosch. Pratt le había contado la anécdota de Maury Swann esa misma semana, y eso dejaba claro que se conocían. Al mismo tiempo, Pratt había soltado una historia negativo sobre el abogado defensor, lo cual podría haber sido una tapadera o un intento de distanciarse de alguien que en realidad era próximo y con el que posiblemente estaba trabajando.

A Bosch le pareció igualmente obvio el hecho de que Pratt era plenamente consciente de que él había considerado a Anthony Garland una persona de interés en el caso Gesto. De manera rutinaria, Bosch había informado a Pratt de sus actividades al reabrir el caso. Pratt también fue notificado cuando los abogados de Garland reactivaron con éxito una orden judicial que impedía a Bosch hablar con Anthony si no era en presencia de uno de los abogados de éste.

Por último, y quizá lo más importante, Pratt tenía acceso al expediente del caso Gesto. La mayor parte del tiempo estaba sobre la mesa de Bosch. Podía haber sido Pratt quien pusiera la conexión falsa con Robert Saxon, alias Raynard Waits. Podría haber introducido la falsa conexión mucho antes de que le dieran el expediente a Olivas. Podía haberlo hecho para que Olivas lo descubriera.

Bosch se dio cuenta de que todo el plan para que Raynard Waits confesara el asesinato de Marie Gesto y llevara a los investigadores hasta el cadáver podía haber sido completamente originado por Abel Pratt. Estaba en una posición perfecta como intermediario que podía controlar a Bosch, así como a las otras partes implicadas.

Y se dio cuenta de que, con Swann formando parte del plan, Pratt no necesitaba ni a Olivas ni a O'Shea. Cuanta más gente hay en una conspiración, más oportunidades existen de que fracase. Swann sólo tenía que decirle a Waits que el fiscal e investigador estaban detrás para colocar así una pista falsa para que Bosch la siguiera.

Bosch sentía el ardor de la culpa empezando a quemarle en la nuca. Se dio cuenta de que podía haberse equivocado en todo lo que había creído hasta media hora antes. Olivas, después de todo, quizá no había sido un policía corrupto. Quizá lo habían utilizado con la misma habilidad con que habían utilizado al propio Bosch, y quizás O'Shea no era culpable de otra cosa que no fuera la manipulación política, es decir, de ponerse medallas que no le correspondían y de sacarse de encima la culpa. O'Shea podría haber motivado el tongo departamental para contener las acusaciones de Bosch simplemente porque podían causarle un daño político, no porque fueran ciertas.

Bosch repensó una vez más toda esta nueva teoría y vio que se sostenía. No encontró aire en los frenos ni arena en el depósito de gasolina; era un coche que se podía conducir. La única cosa que faltaba era el motivo. ¿Por qué un tipo que había aguantado veinticinco años en el departamento y que estaba contemplando una jubilación a los cincuenta iba a arriesgarlo todo en una trama como ésa? ¿Cómo podía un tipo que había pasado veinticinco años persiguiendo criminales dejar que un asesino quedara en libertad?

Bosch sabía por haber trabajado en un millar de casos de homicidio que el motivo era con frecuencia el componente más escurridizo de un crimen. Obviamente, el dinero podía motivarlo, y la desintegración de un matrimonio podía desempeñar un papel. Pero eso eran denominadores comunes desafortunados en las vidas de muchas personas. No podían explicar fácilmente por qué Abel Pratt había cruzado la línea.

Bosch dio una fuerte palmada en el volante. Aparte de la cuestión del móvil, se sentía avergonzado y enfadado consigo mismo. Pratt lo había manipulado a la perfección y la traición era profunda y dolorosa. Pratt era su jefe. Habían comido juntos, habían investigado casos juntos, se habían contado chistes y habían hablado de sus respectivos hijos. Pratt se encaminaba a una jubilación que nadie en el departamento creía que fuera otra cosa que bien ganada y bien merecida. Era el momento de viajar barato, de recoger la pensión departamental y conseguir un empleo de seguridad lucrativo en las islas, donde el sueldo era alto y la jornada reducida. Todo el mundo tenía esas expectativas y a nadie le daba rabia. Era el cielo azul, el paraíso del policía.

Pero ahora Bosch vio a través de todo ello.

– Es todo mentira -dijo en voz alta en el coche.

33

Tras conducir durante treinta minutos, Pratt salió de la autovía en el paso de Cahuenga. Tomó por Barham Boulevard en dirección noreste hacia Burbank. El tráfico todavía era denso, y Bosch no tuvo problemas en seguirlo y mantenerse a una distancia prudencial. Pratt pasó junto al acceso trasero a los estudios Universal y la entrada delantera de Warner Bros. Después hizo unos pocos giros y aparcó delante de una hilera de casas similares en Catalina, cerca de Verdugo. Bosch pasó por delante deprisa, giró por la primera a la derecha y luego otra vez y una tercera. Apagó las luces antes de girar una vez más a la derecha y presentarse por segunda vez en la hilera de casas. Aparcó a media manzana del todoterreno de Pratt y se deslizó en su asiento.

Casi inmediatamente, Bosch vio a Pratt de pie en la calle, mirando a ambos lados antes de cruzar. Pero estaba tardando demasiado en hacerlo. La calle estaba despejada; sin embargo, Pratt seguía mirando a uno y otro lado. Estaba buscando a alguien o asegurándose de que no lo hubieran seguido. Bosch sabía que lo más difícil en el mundo era seguir a un poli que está pendiente de si lo siguen. Se agachó más en el coche.

Por fin Pratt empezó a cruzar la calle, todavía mirando adelante y atrás continuamente. Al llegar a la otra acera, se volvió y caminó de espaldas. Dio unos pocos pasos hacia atrás, examinando la zona en ambas direcciones. Al llegar al coche de Bosch, la mirada de Pratt se detuvo un largo momento.

Bosch se quedó helado. No creía que Pratt lo hubiera visto -estaba demasiado agachado-, pero podría haber reconocido el vehículo como un coche patrulla sin identificar de la policía o específicamente como uno de los asignados a la unidad de Casos Abiertos. Si iba a comprobarlo, Bosch sabía que lo habrían pillado sin demasiada explicación. Y sin pistola. Randolph le había confiscado por rutina su arma de repuesto para realizar análisis balísticos en relación con los disparos a Robert Foxworth.