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«Cada una de ellas era la hija de alguien -le había dicho Ray Vaughn-. Todas cuentan.»

Bosch se frotó los ojos. Pensó en la oferta de Waits de resolver nueve asesinatos, incluidos los de Marie Gesto y Daniel Fitzpatrick, así como los de las siete mujeres que nunca habían importado a nadie. Había algo que no encajaba. Fitzpatrick era una anomalía porque era un varón y el crimen no parecía tener una motivación sexual. El siempre había asumido que el de Gesto era un crimen sexual. Pero ella no era una víctima olvidada: Gesto había aparecido en las noticias de máxima audiencia. ¿Waits había aprendido de ella? ¿Había afilado su habilidad después de ese crimen para asegurarse de que nunca volvería a atraer semejante atención policial y de los medios? Bosch pensó que quizás el revuelo que él mismo había generado en el caso Gesto había provocado que Waits mutara, que se convirtiera en un asesino más habilidoso y astuto. Si era así, tendría que tratar con esa culpa posteriormente. Por el momento debía concentrarse en lo que tenía delante.

Volvió a ponerse las gafas y retornó a los archivos. Las pruebas contra Waits eran sólidas. No hay nada como hallar a alguien en posesión de partes de dos cadáveres. Era la pesadilla de un abogado defensor y el sueño de un fiscal. El caso había superado la vista preliminar en cuatro días y la oficina del fiscal había subido las apuestas con el anuncio de O'Shea de que solicitaría la pena capital.

Bosch tenía una libreta a un lado de la carpeta abierta para poder escribir preguntas para O'Shea, Waits u otros. Estaba en blanco cuando llegó al final de su revisión de los archivos de la investigación y la acusación. Ahora anotó las únicas preguntas que se le ocurrieron.

¿Si Waits mató a Gesto, por qué no había ninguna foto suya en el apartamento?

Waits vivía en West Hollywood. ¿Qué estaba haciendo en Echo Park?

La primera pregunta podía explicarse fácilmente: Bosch sabía que los asesinos evolucionaban. Waits podría haber aprendido del asesinato de Gesto que necesitaba guardar recuerdos de su trabajo. Las fotos podían haber empezado después de Gesto.

La segunda pregunta era más inquietante. No había ningún informe en el archivo que tratara esa cuestión. Se había pensado simplemente que Waits iba camino de desembarazarse de los cadáveres, posiblemente enterrándolos en la zona verde que rodeaba el Dodger Stadium. No se había llevado a cabo ninguna investigación posterior sobre este particular. Sin embargo, a juicio de Bosch, era algo a considerar. Echo Park se encontraba a, al menos, media hora de coche desde el apartamento de Waits en West Hollywood. Eso era mucho tiempo para conducir con cadáveres desmembrados metidos en sacos. Además, Griffith Park, que era más grande y tenía más áreas de terreno aislado y dificultoso que la zona que rodeaba el estadio, estaba mucho más cerca del apartamento de West Hollywood y habría sido la mejor elección para deshacerse de un cadáver.

A juicio de Bosch, eso significaba que Waits tenía un destino específico en mente en Echo Park. Eso había sido pasado por alto o desestimado como poco importante en la investigación original.

A continuación anotó dos palabras: perfil psicológico?

No se había llevado a cabo un examen psicológico del acusado y Bosch estaba levemente sorprendido de ello. Pensó que quizás había sido una decisión estratégica de la fiscalía. O'Shea podría haber decidido no seguir ese camino porque no sabía adónde podía llevar exactamente. Quería juzgar a Waits en base a los hechos y enviarlo a la cámara de gas. No deseaba ser responsable de abrir una puerta a una posible defensa por demencia.

Aun así, pensó Bosch, un examen psicológico habría resultado útil para la comprensión del acusado y de sus crímenes. Debería haberse llevado a cabo. Tanto si el sujeto cooperaba como si no, debería haberse trazado un perfil de los crímenes en sí, así como de lo que se sabía de Waits mediante su historia, aspecto, los hallazgos en su apartamento y los interrogatorios llevados a cabo con aquellos con quienes trabajaba y a quienes conocía. Tal perfil también habría proporcionado a O'Shea una posición ventajosa contra una estrategia de la defensa para alegar demencia.

Ahora era demasiado tarde. El departamento tenía un equipo psicológico reducido y Bosch no tendría forma de que se hiciera nada antes del interrogatorio de Waits al día siguiente. Y enviar una solicitud al FBI supondría una espera de dos meses en el mejor de los casos.

A Bosch, de repente, se le ocurrió una idea, pero decidió madurarla un poco antes de hacer nada. Aparcó las preguntas por el momento y se levantó a rellenar su taza de café. Usaba una taza de café de verdad que se había bajado de la unidad de Casos Abiertos porque la prefería a las de papel. Se la había dado un famoso escritor y productor de televisión llamado Stephen Cannell, que había pasado tiempo en la unidad mientras investigaba para uno de sus proyectos. Impresa en un lado de la taza estaba la frase favorita de Cannell. Decía «¿Qué pretende el malo?». A Bosch le gustaba, porque pensaba que era una buena pregunta que un detective de verdad también debería considerar siempre.

Volvió a la mesa de la cafetería y miró el último archivo. Era el más delgado y el más viejo de los tres. Apartó las ideas de Echo Park y de los perfiles psicológicos y abrió la carpeta. Con-tenía los informes de investigación relacionados con la detención de Waits en febrero de 1993 por merodear con intenciones ilícitas. Era la única señal en el radar relacionada con Waits hasta su detención en la furgoneta con restos humanos trece años después.

Los informes explicaban que Waits fue detenido en el patio de atrás de una casa del distrito de Fairfax después de que una vecina con insomnio mirara por la ventana mientras caminaba por su casa a oscuras. Ella lo vio mirando por las ventanas de atrás de la casa de al lado. La mujer despertó a su marido y éste rápidamente salió en silencio de la vivienda, saltó sobre el hombre y lo retuvo hasta que llegó la policía. El sospechoso fue hallado en posesión de un destornillador y acusado de merodear con intenciones ilícitas. No llevaba ninguna identificación y dio el nombre de Robert Saxon a los agentes que lo detuvieron. Dijo que tenía sólo diecisiete años, pero su treta fracasó y poco después fue identificado como Raynard Waits, de veintiún años, cuando una huella de pulgar obtenida durante el proceso de fichado coincidió con la de una licencia de conducir emitida nueve meses antes a nombre de Raynard Waits. Esa licencia contenía el mismo día y mes de nacimiento, pero había un cambio. Decía que Raynard Waits era cuatro años mayor de lo que aseguraba ser con el nombre de Robert Saxon.

Una vez identificado, Waits reconoció ante la policía durante su interrogatorio que había estado buscando una casa para robar. No obstante, se señaló en el informe que la ventana a través de la cual había estado mirando correspondía a la del dormitorio de una chica de quince años que vivía en la casa. Aun así, Waits evitó cualquier tipo de acusación sexual en un acuerdo negociado por su abogado, Mickey Haller. Fue sentenciado a dieciocho meses de libertad vigilada, la cual, según los informes, cumplió con buenas notas y sin cometer ninguna infracción de las normas.

Bosch se dio cuenta de que el incidente era una temprana advertencia de lo que estaba por venir. Pero el sistema estaba demasiado sobrecargado y era ineficiente para reconocer el peligro que encarnaba Waits. Bosch estudió las fechas y se dio cuenta de que mientras Waits completaba con éxito el periodo de libertad condicional también se graduaba de merodeador a asesino. Marie Gesto fue raptada antes de que él finalizara la condicional.

– ¿Cómo va?

Bosch levantó la cabeza y enseguida se quitó las gafas para poder enfocar a distancia. Rider había bajado a buscar café. Llevaba una taza vacía de «¿Qué pretende el malo?». El autor había regalado una a cada miembro de la brigada.