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– Sí, mi primer caso al volver. Desde entonces todo ha estado por debajo del radar. Hasta este asunto en el que estoy trabajando ahora.

– ¿Y por eso me has llamado?

Bosch percibió el tono de su voz. Habían pasado más de dieciocho meses desde la última vez que habían hablado. Y eso fue al final de una intensa semana en la que sus caminos se habían cruzado en un caso que Bosch trabajaba en privado antes de volver al departamento y que a Walling le sirvió para resucitar su carrera en el FBI. El caso condujo a Bosch de vuelta al azul y a Walling a la oficina de campo de Los Angeles. Si Táctica, fuera lo que fuese, constituía una mejora respecto a su puesto previo en Dakota del Sur era algo que Bosch no sabía. Lo que sí sabía era que antes de que ella cayera en desgracia y fuera desterrada a las reservas indias de las Dakotas, Rachel Walling había sido una profiler en la Unidad de Ciencias de Comportamiento del FBI en Quantico.

– Llamaba porque pensaba que a lo mejor te interesaba poner a trabajar otra vez tu antiguo talento -dijo.

– ¿Te refieres a un perfil?

– Más o menos. Mañana he de encontrarme cara a cara en una sala con un reconocido asesino en serie y no tengo la menor idea de qué es lo que lo mueve. Este tipo quiere confesarse autor de nueve asesinatos a cambio de evitar la aguja. He de asegurarme de que no quiere engañarnos. He de averiguar si nos está contando la verdad antes de que nos demos la vuelta y le digamos a todas las familias (a las familias que conocemos) que tenemos al tipo adecuado.

Esperó un momento a que ella reaccionara. Al ver que no lo hacía, Bosch insistió.

– Tengo crímenes, un par de escenas del crimen y datos forenses. Tengo el inventario de su apartamento y fotos. Pero no le acabo de pillar. Llamaba porque estaba pensando en si podía enseñarte parte de este material y ver si me dabas algunas ideas sobre cómo manejarlo.

Hubo otro largo silencio antes de que ella respondiera.

– ¿Dónde estás, Harry? -preguntó ella al fin.

– ¿Ahora mismo? Voy hacia Chinatown para comprar un arroz frito con langostinos. No he comido.

– Yo estoy en el centro. Podría reunirme contigo. Yo tampoco he comido.

– ¿Sabes dónde está Chinese Friends?

– Claro. ¿Dentro de media hora?

– Pediré antes de que tú llegues.

Bosch cerró el teléfono y sintió una emoción que sabía que era producto de algo más que de la idea de que Rachel Walling podría ser capaz de ayudar en el caso Waits. El último encuentro entre ambos había terminado mal, pero el malestar se había erosionado con el tiempo. Lo que quedaba en su recuerdo era la noche que habían hecho el amor en una habitación de motel de Las Vegas y él había creído que conectaba con un alma gemela.

Miró el reloj. Le sobraba tiempo, aunque fuera a pedir antes de que ella llegara. En Chinatown aparcó delante de la puerta del restaurante y abrió otra vez el teléfono. Antes de entregar el expediente de Cesto a Olivas había anotado nombres y números de teléfono que podría necesitar. Llamó a Bakersfield, a la casa de los padres de Marie Gesto. La llamada no sería una sorpresa absoluta para ellos. Había mantenido la costumbre de telefonearlos cada vez que sacaba el expediente para echar otro vistazo al caso. Pensaba que a los padres les proporcionaba cierto alivio pensar que él no se había rendido.

La madre de la joven desaparecida contestó al teléfono.

– Irene, soy Harry Bosch.

– Oh.

Siempre había esa nota inicial de esperanza y excitación cuando uno de ellos respondía.

– Todavía no hay nada, Irene -respondió con rapidez-. Sólo tengo una pregunta para usted y para Dan, si no les importa.

– Claro, claro. Me alegro de oírle.

– También es bonito oír su voz.

Habían pasado más de diez años desde que había visto en persona a Irene y Dan Gesto. Después de dos años habían dejado de ir a Los Angeles con esperanzas de encontrar a su hija, habían renunciado al apartamento de Marie y se habían ido a casa. Después de eso, Bosch siempre llamaba.

– ¿Cuál es la pregunta, Harry?

– Es un nombre, en realidad. ¿Recuerda si Marie mencionó alguna vez el nombre de Ray Waits? ¿Quizá Raynard Waits? Raynard es un nombre inusual. Podría recordarlo.

Oyó que Irene Gesto contenía el aliento y de inmediato se dio cuenta de que había cometido un error. La reciente detención y las vistas del caso Waits habían llegado a los medios de Bakersfield. Bosch debería haber sabido que Irene tendría interés en ese tipo de información de Los Angeles. Ella sabría de qué se acusaba a Waits. Sabría que lo llamaban el Asesino de las Bolsas de Echo Park.

– ¿Irene?

Supuso que su imaginación había echado a volar de manera terrible.

– Irene, no es lo que piensa. Sólo estoy comprobando algunas cosas de este tipo. Parece que ha oído hablar de él en las noticias.

– Por supuesto. Esas pobres chicas. Terminar así. Yo…

Bosch sabía lo que ella estaba pensando, aunque quizá no lo que estaba sintiendo.

– Intente recordar lo que sabe de antes de verlo en las noticias. El nombre. ¿Recuerda si su hija lo mencionó alguna vez?

– No, no lo recuerdo, gracias a Dios.

– ¿Está su marido ahí? ¿Puede comprobarlo con él?

– No está aquí. Todavía está en el trabajo.

Dan Gesto se había entregado al máximo en la búsqueda de su hija desaparecida. Después de dos años, cuando ya no le quedaba nada espiritual, física ni económicamente, regresó a Bakersfield y volvió a trabajar en una franquicia de John Deere. Ahora, vender tractores y herramientas a los granjeros le mantenía vivo.

– ¿Puede preguntárselo cuando llegue a casa y luego llamarme si recuerda el nombre?

– Lo haré, Harry.

– Otra cosa, Irene. El apartamento de Marie tenía esa ventana alta en la sala de estar, ¿lo recuerda?

– Claro. Ese primer año fuimos a verla por Navidad en lugar de que viniera ella. Queríamos que ella sintiera que era un lamino de doble sentido. Dan puso el árbol en aquella ventana y las luces se veían desde toda la manzana.

– Sí. ¿Sabe si alguna vez contrató a alguien para que limpiara esa ventana?

Hubo un largo silencio mientras Bosch esperaba. Era un agujero en la investigación, un ángulo que debería haber seguido trece años antes, pero que nunca se le había ocurrido.

– No lo recuerdo, Harry. Lo siento.

– Está bien, Irene. Está bien. ¿Recuerda cuando usted y Dan volvieron a Bakersfield y se llevó todo lo del apartamento?

– Sí.

Lo dijo con voz estrangulada. Bosch sabía que ahora estaba llorando y que la pareja había sentido que en cierto modo estaban abandonando a su hija, así como su esperanza, cuando regresaron a Bakersfield después de dos años de buscar y esperar.

– ¿Lo guardan todo? ¿Todos los registros y las facturas y todo el material que les devolvimos cuando acabamos con ello?

Bosch sabía que si hubiera habido un recibo de un limpiador de ventanas, se habría comprobado esa pista. Pero tenía que preguntárselo de todos modos para confirmar la negativa, para asegurarse de que no se había colado entre las rendijas.

– Sí, lo tenemos. Están en su habitación. Guardamos todas sus cosas en una habitación. Por si…

«Alguna vez vuelve a casa.» Bosch sabía que su esperanza no se extinguiría del todo hasta que encontraran a Marie, de un modo u otro.

– Entiendo -dijo Bosch-. Necesito que mire en esa caja, Irene. Si puede. Quiero que busque un recibo de un limpiaventanas. Revise sus talonarios de cheques y mire si le pagó a un limpiaventanas. Busque una compañía llamada Clear View Residential Glass Cleaners, o quizá una abreviación de eso. Llámeme si encuentra algo. ¿Vale, Irene? ¿Tiene un bolígrafo? Creo que tengo un número de móvil distinto desde la última vez que se lo di.

– Sí, Harry -dijo Irene-. Tengo un boli.

– El número es 3232445631. Gracias, Irme. Ahora he de colgar. Por favor, transmítale mis mejores deseos a su marido.