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– Y tú cambiaste los amplios espacios abiertos de Dakota del Sur por el centro de Los Angeles.

– En cuanto a carrera profesional era la opción adecuada. No me arrepiento. Pero sí echo de menos algunas cosas de las Dakotas. Bueno, deja que me concentre en esto. ¿Quieres mi opinión o no?

– Sí, lo siento. Sigue con eso.

Bosch condujo en silencio durante los últimos minutos y se detuvo delante de la pequeña fachada del restaurante. Se llevó consigo el periódico. Rachel le dijo que le pidiera lo mismo que iba a tomar él. Sin embargo, cuando llegó el camarero y Bosch pidió una tortilla francesa, ella cambió de idea y empezó a examinar el menú.

– Pensaba que habías dicho que íbamos a comer, no a desayunar.

– Tampoco he desayunado. Y las tortillas son buenas.

Rachel pidió un sándwich de pavo y devolvió el menú.

– Te advierto que mi impresión va a ser muy superficial -dijo ella cuando los dejaron solos-. Obviamente no va a haber suficiente tiempo para un informe psicológico completo. Sólo arañaré la superficie.

Bosch asintió con la cabeza.

– Ya lo sé -dijo-. Pero no tengo más tiempo, así que me quedaré con lo que puedas darme.

Walling no dijo nada más y volvió a los archivos. Bosch miró las páginas de Deportes, pero no estaba demasiado interesado en la crónica del partido de los Dodgers del día anterior. Su pasión por el juego había decaído notablemente en los últimos años. Utilizó la sección del periódico básicamente como pantalla para poder sostenerlo y simular que estaba leyendo cuando en realidad estaba mirando a Rachel. Aparte del cabello largo, había cambiado poco desde la última vez que la había visto. Seguía siendo vibrantemente atractiva y transmitía la sensación intangible de una herida interior. Estaba en su mirada. No eran los ojos endurecidos de poli que había visto en tantas otras caras, incluida la suya cuando se miraba al espejo. Eran ojos que estaban heridos desde el interior. Tenía los ojos de una víctima y eso le atraía.

– ¿Por qué me estás mirando? -dijo ella de repente.

– ¿Qué?

– Eres muy transparente.

– Sólo…

Le salvó la llegada de la camarera, que se presentó y colocó los platos de comida. Walling apartó las carpetas y Bosch detectó una pequeña sonrisa en su rostro. Continuaron en silencio mientras empezaron a comer.

– Está bueno -dijo ella al fin-. Estoy muerta de hambre.

– Sí, yo también.

– Bueno, ¿qué estabas buscando?

– ¿Cuándo?

– Cuando hacías ver que leías el periódico.

– Um, yo… supongo que estaba intentando ver si de verdad estabas interesada en mirar esto. Bueno, parece que tienes muchas cosas en marcha. Quizá no quieras meterte otra vez en esta clase de historias.

Ella levantó la mitad de su sándwich, pero se detuvo antes de morder.

– Odio mi trabajo, ¿vale? O mejor dicho, odio lo que estoy haciendo ahora mismo. Pero mejorará. Un año más y mejorará.

– Bien. ¿Y esto? ¿Está bien esto? -Bosch señaló las carpetas que estaba en la mesa, junto al plato de Rachel.

– Sí, pero es demasiado. No puedo ni empezar a ayudarte. Es una sobrecarga de información.

– Sólo tengo el día de hoy.

– ¿Por qué no puedes retrasar el interrogatorio?

– Porque no es mi interrogatorio. Y porque hay política por medio. El fiscal se presenta a fiscal del distrito. Necesita titulares. No va a esperar a que yo coja velocidad.

Ella asintió.

– Hasta el final con Rick O'Shea.

– Yo tuve que hacerme un sitio en el caso por Gesto. Ellos no van a frenar para que yo los atrape.

Walling puso la mano encima de la pila de carpetas como si en cierto modo tomarles la medida pudiera ayudarla a tomar la decisión.

– Deja que me quede los archivos cuando me lleves de vuelta. Terminaré mi trabajo, ficharé la salida y continuaré con esto. Iré a verte esta noche a tu casa y te daré lo que tenga. Todo.

Él la miró, buscando el significado oculto.

– ¿Cuándo?

– No lo sé, en cuanto termine. A las nueve como muy tarde. He de empezar temprano mañana. ¿Servirá?

Bosch asintió. No esperaba eso.

– ¿Todavía vives en esa casa de la colina? -preguntó ella.

– Sí. Estoy allí, en Woodrow Wilson.

– Bien. Yo vivo cerca de Beverly, no está lejos. Iré a tu casa. Recuerdo la vista.

Bosch no respondió. No estaba seguro de lo que acababa de invitar a su vida.

– ¿Puedo darte algo para que vayas pensando mientras tanto? -preguntó ella-. ¿Quizá comprobar algunas cosas?

– Claro, ¿qué?

– El nombre. ¿Es su nombre real?

Bosch arrugó el entrecejo. No había pensado en el nombre. Había asumido que era real. Waits estuvo encarcelado. Sus huellas dactilares habrían pasado por el sistema para confirmar la identidad.

– Supongo que sí. Sus huellas coincidían con las de una detención previa. Esa vez anterior trató de dar un nombre falso, pero una huella de pulgar lo reconoció como Waits. ¿Por qué?

– ¿Sabes quién es Renart? Renart o Reynard, deletreado Rey en lugar de Ray.

Bosch negó con la cabeza. Era algo completamente inesperado. No había pensado en el nombre.

– No, ¿quién es?

– Estudié folclore europeo en la facultad, cuando pensaba que quería dedicarme a la diplomacia. En el folclore francés medieval hay un personaje que es un zorro joven llamado Renart, en inglés Reynard. Es un embaucador. Hay historias y épica sobre el zorro tramposo llamado Reynard. El personaje ha aparecido repetidamente a través de los siglos en libros, sobre todo en libros infantiles. Puedes buscarlo en Google cuando vuelvas a la oficina y estoy segura de que encontrarás muchos resultados.

Bosch asintió. No iba a decirle que no sabía cómo buscar en Google. Apenas sabía cómo enviar un mensaje de correo electrónico a su hija de ocho años. Rachel tamborileó con un dedo en la pila de carpetas.

– Un zorro joven sería un zorro pequeño -dijo ella-. En la descripción el señor Waits es de baja estatura. Si lo tomas todo en el contexto del nombre completo…

– El pequeño zorro espera [2] -dijo Bosch-. El zorro joven espera. El embaucador espera.

– A la zorra. Quizás es así cómo ve a sus víctimas.

Bosch asintió con la cabeza. Estaba impresionado.

– Se nos pasó eso. Puedo hacer algunas comprobaciones en cuanto vuelva.

– Y con un poco de suerte tendré más para ti esta noche.

Ella continuó comiendo y Bosch continuó observándola.

6

En cuanto Bosch dejó a Rachel Walling en su coche, abrió el teléfono y llamó a su compañera. Rider le informó de que estaba terminando con el papeleo del caso Matarese y le dijo que pronto estarían listos para presentar los cargos en la oficina del fiscal al día siguiente.

– Bien. ¿Algo más?

– Tengo la caja de Fitzpatrick de Archivos de Pruebas y resultó que eran dos cajas.

– ¿Qué contienen?

– Más que nada registros de la tienda de empeño, de los que puedo decirte que no se miraron nunca. Entonces estaban empapados, en el agua de cuando extinguieron el incendio. Los tipos de Crímenes en Disturbios los metieron en tubos de plástico y han estado juntando moho desde entonces. Y, tío, apestan.

Bosch asintió con la cabeza al registrar la información. Era un callejón sin salida, pero no importaba. Raynard Waits estaba a punto de confesar el asesinato de Daniel Fitzpatrick de todos modos. Sabía que Rider estaba mirándolo de la misma forma. Una confesión sin coerción es una escalera real. Lo supera todo.

– ¿Has tenido noticias de Olivas o de O'Shea? -preguntó Rider.

– Todavía no. Iba a llamar a Olivas, pero quería hablar contigo antes. ¿Conoces a alguien en el registro municipal?

– No, pero sí quieres que llame allí puedo hacerlo por la mañana. Ahora han cerrado. ¿Qué estás buscando?

Bosch miró su reloj. No se dio cuenta de lo tarde que se había hecho. Supuso que la tortilla en Duffy's iba a servir de desayuno, comida y cena.

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[2] Waits significa «espera» en inglés. (N. del T.)