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Edgar permaneció en silencio al registrarlo. El sonido de fondo de la televisión se apagó y luego habló con la voz débil de un niño que pregunta cuál será su castigo.

– ¿Cuántas hubo después?

– Parece que nueve -dijo Bosch con voz igualmente tranquila-. Probablemente sabré más mañana.

– Joder -susurró Edgar.

Bosch asintió. En parte estaba enfadado con Edgar y quería echarle las culpas de todo. Pero en parte sabía que eran compañeros y que compartían lo bueno y lo malo. Esos 51 estaban en el expediente para que cualquiera de los dos los leyera y reaccionara.

– Entonces, ¿no recuerdas la llamada?

– No, nada. Hace demasiado tiempo. Lo único que puedo decir es que si no hubo seguimiento, es que la llamada no sonaba creíble o que saqué todo lo que había de quién llamó. Si él era el asesino, probablemente estaba jugando con nosotros.

– Sí, pero no pusimos el nombre en el ordenador. Si lo hubiéramos hecho, habría dado un resultado en el archivo de alias. Quizás era eso lo que quería.

Ambos se quedaron en silencio mientras sus mentes cribaban las arenas del desastre. Finalmente, habló Edgar.

– Harry, ¿lo has encontrado tú? ¿Quién lo sabe?

– Lo ha encontrado un tipo de Homicidios del noreste. Tiene el expediente Gesto. Él lo sabe y un fiscal del distrito que se ocupa del sospechoso lo sabe. No importa. La cagamos.

«Y murió gente», pensó, aunque no lo dijo.

– ¿Quién es el fiscal? -preguntó Edgar-. ¿Se puede contener?

Bosch sabía que Edgar ya había pasado a pensar en cómo limitar el daño profesional que algo así podía causar. Bosch se preguntó si la culpa de Edgar en relación con las nueve víctimas simplemente se había desvanecido o había sido convenientemente compartimentada. Edgar no era un verdadero detective. Mantenía los sentimientos al margen.

– Lo dudo -dijo Bosch-. Y la verdad es que no me importa. Deberíamos haber pillado a este tío en el noventa y tres, pero se nos pasó y ha estado descuartizando mujeres desde entonces.

– ¿Qué estás diciendo? ¿Descuartizando? ¿Estamos hablando del Asesino de las Bolsas de Echo Park? ¿Cómo se llama, Waits? ¿Él era nuestro tipo?

Bosch asintió con la cabeza y sostuvo el vaso frío contra la sien izquierda.

– Exacto. Va a confesar mañana. Finalmente saldrá a la luz porque Rick O'Shea va a exprimirlo. No habrá forma de ocultarlo, porque algún periodista listo va a preguntar si Waits surgió alguna vez en el caso Gesto.

– Entonces diremos que no, porque es la verdad. El nombre de Waits nunca surgió. Era un alias y no tenemos que hablarles de eso. Has de hacérselo ver a O'Shea, Harry.

La voz de su antiguo compañero tenía un tono urgente. Bosch lamentó haberle llamado. Quería que Edgar compartiera la carga de la culpa con él, no urdir una forma de eludir su responsabilidad.

– Da igual, Jerry.

– Harry, para ti es fácil decirlo. Estás en el centro y en tu segundo turno. Yo estoy a punto para un puesto de detective en Robos y Homicidios y esto va a joder cualquier oportunidad si surge.

Bosch ya quería colgar.

– Te he dicho que da igual. Haré lo que pueda, Jerry. Pero sabes que a veces, cuando la jodes, has de asumir las consecuencias.

– Esta vez no, compañero. Ahora no.

A Bosch le molestó que Edgar hubiera recurrido a la vieja «ley del compañero», pidiendo a Bosch que lo protegiera por lealtad y por la regla no escrita de que el vínculo entre compañeros dura para siempre y es más fuerte todavía que un matrimonio.

– He dicho que haré lo que pueda -le repitió a Edgar-. Ahora he de colgar, «compañero».

Se levantó del suelo y colgó el teléfono en la pared.

Antes de volver a la terraza de atrás sirvió más vodka en el vaso con hielo. Fuera, se acercó a la barandilla y apoyó los codos. El ruido del tráfico de la autovía procedente de la ladera era un siseo constante al que estaba acostumbrado. Levantó la mirada al cielo y vio que el atardecer era de un rosa sucio. Divisó un gavilán colirrojo suspendido en la corriente. Le recordó al que había visto el día que encontraron el coche de Marie Gesto.

Su teléfono móvil empezó a sonar y pugnó por sacarlo del bolsillo de la chaqueta. Finalmente, lo cogió y lo abrió antes de perder la llamada. No tuvo tiempo de mirar la identificación en la pantalla. Era Kiz Rider.

– ¿Harry, te has enterado?

– Sí, me he enterado. Acabo de hablar coa Edgar de eso. Lo único que le importa es proteger su carrera y sus oportunidades en Robos y Homicidios.

– Harry, ¿de qué estás hablando?

Bosch hizo una pausa. Estaba perplejo.

– ¿No te lo ha contado ese capullo de Olivas? Pensaba que a estas horas ya se lo habría contado a todo el mundo.

– ¿Contarme qué? Yo llamaba para ver si te habías enterado de si habían fijado la entrevista para mañana.

Bosch cayó en la cuenta de su error. Se acercó al borde de la terraza y vació el vaso por el lado.

– Mañana a las diez en punto en la oficina del fiscal. Lo pondrán en una sala allí. Lo siento, Kiz, me he olvidado de llamarte.

– ¿Estás bien? Parece que has estado bebiendo.

– Estoy en casa, Kiz. Tengo derecho.

– ¿Por qué creías que te estaba llamando?

Bosch contuvo el aliento y ordenó sus ideas antes de hablar.

– Edgar y yo deberíamos haber pillado a Waits o Saxon o como se llame en el noventa y tres. Edgar habló con él por teléfono. Usó el nombre de Saxon, pero ninguno de los dos comprobó su nombre en el ordenador. La cagamos bien, Kiz.

Ahora ella se quedó en silencio mientras registraba lo que Bosch había dicho. No tardó en darse cuenta de que la conexión del alias los habría conducido a Waits.

– Lo siento, Harry.

– Díselo a las nueve víctimas siguientes.

Bosch estaba mirando a los arbustos de debajo de la terraza.

– ¿Vas a estar bien?

– Estoy bien. Sólo trato de pensar cómo superar esto para estar listo mañana.

– ¿No crees que deberías dejarlo en este punto? Quizá debería asumirlo otro equipo de Casos Abiertos.

Bosch respondió de inmediato. No estaba seguro de cómo iba a sobrellevar el error fatal cometido trece años antes, pero no iba a retirarse en ese momento.

– No, Kiz, no voy a dejar el caso. Puede que se me pasara en el noventa y tres, pero no se me va a pasar ahora.

– Vale, Harry.

Rider no colgó, pero no dijo nada más. Bosch oyó una sirena mucho más abajo, en el desfiladero.

– Harry, ¿puedo hacerte una sugerencia?

Sabía lo que esperaba.

– Claro.

– Creo que deberías dejar el alcohol y empezar a pensar en mañana. Cuando nos metamos en esa sala, no van a importar los errores que se cometieron en el pasado. Todo será cuestión del momento con ese tipo. Hemos de estar avispados.

Bosch sonrió. No había oído esa expresión desde que estaba en patrulla en Vietnam.

– Estate avispada -dijo.

– Claro. ¿Quieres que nos reunamos en la brigada y vayamos juntos?

– Sí. Llegaré temprano. Quiero pasar antes por el registro civil.

Bosch oyó que llamaban a la puerta y se metió en la casa.

– Yo también, pues -dijo Rider-. Te veré en la brigada. ¿Estarás bien esta noche?

Bosch abrió la puerta y allí estaba Rachel Walling sosteniendo las carpetas con ambas manos.

– Sí, Kiz -dijo al teléfono-. Estaré bien. Buenas noches.

Cerró el teléfono e invitó a pasar a Rachel.