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– Exactamente. Se sumergió y se quedó allí. Hasta que tuvimos suerte en Echo Park.

Bosch asintió. Todo ello era útil.

– Esto plantea preguntas, ¿no? -preguntó-. Sobre cuántos de estos tipos hay sueltos. Los asesinos de debajo de la superficie.

Walling dijo que sí con la cabeza.

– Sí. A veces me pone los pelos de punta. Me pregunto cuánto tiempo habría continuado matando este tipo si no hubiéramos tenido tanta suerte.

Ella comprobó sus notas, pero no dijo nada más.

– ¿Es todo lo que tienes? -preguntó Bosch.

Walling lo miró con severidad y él se dio cuenta de que había elegido mal sus palabras.

– No quería decirlo así -se corrigió con rapidez-. Todo esto es genial y va a ayudarme mucho. Me refería a si hay algo más de lo que quieras hablar.

Ella sostuvo su mirada por un momento antes de contestar.

– Sí, hay algo más. Pero no es sobre esto.

– Entonces, ¿qué es?

– Has de darte un respiro con esa llamada, Harry. No puedes dejar que te hunda. El trabajo que tienes por delante es demasiado importante.

Bosch asintió de manera insincera. Era fácil para ella decirlo. Ella no tendría que vivir con los fantasmas de todas las mujeres de las que Raynard Waits empezaría a hablarles a la mañana siguiente.

– No lo digo por decir -insistió Rachel-. ¿Sabes cuántos casos he trabajado en Comportamiento en los que el tipo ha seguido matando? ¿Cuántas veces recibíamos llamadas y notas de esos tarados, pero aun así no podíamos llegar antes de que muriera la siguiente víctima?

– Lo sé, lo sé.

– Todos tenemos fantasmas. Es parte del trabajo. Con algunos es una parte más grande que con otros. Una vez tuve un jefe que siempre decía: «Si no puedes soportar a los fantasmas, sal de la casa encantada».

Bosch asintió otra vez, esta vez mientras la miraba a ella directamente. En esta ocasión iba en serio.

– ¿Cuántos homicidios has resuelto, Harry? ¿Cuántos asesinos has sacado de la circulación?

– No lo sé. No llevo la cuenta.

– Quizá deberías.

– ¿Adónde quieres llegar?

– ¿Cuántos de esos asesinos lo habrían hecho otra vez si tú no los hubieras parado? Ahí quiero llegar. Apuesto a que más de unos pocos.

– Probablemente.

– Ahí lo tienes. Llevas mucha ventaja en el largo plazo. Piensa en eso.

– Vale.

La mente de Bosch saltó a uno de esos asesinos. Harry había detenido a Roger Boylan muchos años antes. Conducía una camioneta con la caja cubierta por una lona. Había usado marihuana para atraer a un par de chicas jóvenes a la parte trasera mientras estaba aparcado en la represa de Hansen. Las violó y las mató inyectándoles una sobredosis de tranquilizante para caballos. Luego arrojó los cadáveres en el lecho seco de un cenagal cercano. Cuando Bosch le puso las esposas, Boylan sólo tenía una cosa que decir: «Lástima. Sólo estaba empezando». Bosch se preguntó cuántas víctimas habría habido si él no lo hubiera detenido. Se preguntó si podía cambiar a Roger Boylan por Raynard Waits y reclamar un empate. Por un lado, pensaba que podía. Por otro, sabía que no era una cuestión de matemáticas. El verdadero detective sabía que un empate en el trabajo de homicidios no era lo bastante bueno. Ni mucho menos.

– Espero haber ayudado -dijo Rachel.

Bosch levantó la mirada y pasó del recuerdo de Boylan a los ojos de Rachel.

– Creo que lo has hecho. Creo que conoceré mejor a quién y con qué estoy tratando cuando me meta en la sala de interrogatorios con él mañana.

Ella se levantó de la mesa.

– Me refería a lo otro.

– En eso también. Me has ayudado mucho.

Rodeó la mesa para poder acompañarla a la puerta.

– Ten cuidado, Harry.

– Lo sé. Ya lo has dicho. Pero no has de preocuparte. Será una situación de plena seguridad.

– No me refiero al peligro físico tanto como al psicológico. Cuídate, Harry. Por favor.

– Lo haré -dijo.

Era hora de irse, pero Rachel estaba vacilando. Miró el contenido del archivo extendido sobre la mesa y después a Bosch.

– Esperaba que me llamases alguna vez -dijo-, pero no para hablar sobre un caso.

Bosch tuvo que tomarse unos segundos antes de responder.

– Pensaba que por lo que había dicho… Por lo que dijimos los dos…

Bosch no estaba seguro de cómo terminar. No estaba seguro de qué era lo que estaba tratando de decir. Rachel estiró el brazo y le puso suavemente la mano en el pecho. Se acercó un paso, entrando en su espacio personal. Bosch puso los brazos en torno a Rachel y la abrazó.

9

Más tarde, después de haber hecho el amor, Bosch y Rachel se quedaron en la cama, hablando de cualquier cosa que se les ocurría salvo de lo que acababan de hacer. Al final, volvieron al caso y al interrogatorio de la mañana siguiente con Raynard Waits.

– No puedo creer que después de todo este tiempo vaya a sentarme cara a cara con el asesino de Marie -dijo Bosch-. Es como un sueño. Realmente he soñado con pillar a este tipo. O sea, nunca era Waits en el sueño, pero soñaba con cerrar el caso.

– ¿Quién estaba en el sueño? -preguntó ella.

Tenía la cabeza descansando en el pecho de él. Harry no podía verle la cara, pero podía olerle el pelo. Debajo de las sábanas, Rachel tenía una pierna encima de una de las suyas.

– Era ese tipo del que siempre pensé que podría encajar con esto. Pero nunca tuve nada con qué acusarlo. Supongo que porque siempre fue un gilipollas, quería que fuera él.

– Bueno, ¿tenía alguna conexión con Gesto?

Bosch trató de encogerse de hombros, pero era difícil con sus cuerpos tan entrelazados.

– Conocía el garaje donde encontraron el coche y tenía una ex mujer que era clavada a Gesto. También tenía problemas para controlar la ira. Pero yo no podía aportar ninguna prueba real. Sólo pensaba que era él. Una vez lo seguí, durante el primer año de la investigación. Estaba trabajando de vigilante de seguridad en los viejos campos de petróleo detrás de Baldwin Hills. ¿Sabes dónde está?

– ¿Te refieres a allí donde se ven las bombas de petróleo cuando vienes de La Cienega desde el aeropuerto?

– Sí, exacto. Ése es el sitio. Bueno, la familia de ese chico es propietaria de un pedazo de esos campos y supongo que su padre estaba tratando de enderezarlo. Lo típico, obligarle a que se ganara la vida, aunque tenía todo el dinero del mundo. Así que estaba ocupándose de la seguridad allí arriba y yo lo estaba observando un día. Se encontró con unos chicos que estaban por ahí enredando, entrando en propiedad privada y haciendo el tonto. Eran chavales de trece o catorce años. Dos chicos del barrio vecino.

– ¿Qué les hizo?

– Se les echó encima y los esposó a uno de los pozos de petróleo. Estaban espalda contra espalda y esposados en torno a esa pértiga que era como un ancla para la bomba de extracción. Y entonces se metió en su furgoneta y se largó.

– ¿Los dejó allí?

– Eso es lo que pensé que estaba haciendo, pero volvió. Yo estaba observando con prismáticos desde una cresta al otro lado de La Cienega y desde allí veía todo el campo de petróleo. Había otro tipo con él y fueron a esa cabaña, donde supongo que guardaban muestras del petróleo que estaban extrayendo del suelo. Entraron allí y salieron con dos cubos de ese material, lo metieron en la furgoneta y volvieron. Entonces les echaron esa mierda por encima a los dos chavales.

Rachel se incorporó sobre un codo y lo miró.

– ¿Y tú te quedaste mirando?

– Te lo he dicho, estaba en otro risco, al otro lado de La Cienega, antes de que construyeran casas allí arriba. Si hubiera ido más lejos, habría intentado intervenir de alguna manera, pero entonces los soltó. Además, no quería que supiera que lo estaba vigilando. En ese momento él no sabía que lo tenía en mente por lo de Gesto.

Rachel asintió como si comprendiera y no cuestionó más su falta de acción.

– ¿Sólo los dejó ir? -preguntó ella.