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– La conclusión -dijo Rider- es que no sabemos quién es el hombre con el que vamos a hablar.

O'Shea se apartó del escritorio y se levantó. Paseó a lo largo de la espaciosa oficina mientras pensaba y hablaba de esta última información.

– Vale, entonces, ¿está diciendo que Tráfico tiene las huellas equivocadas en el archivo o que hubo algún tipo de confusión?

Bosch se volvió en su silla para poder mirar a O'Shea mientras respondía.

– Estoy diciendo que este tipo, sea quien sea en realidad, podría haber ido a Tráfico hace trece, catorce años, para configurar una identidad falsa. ¿Qué hace falta para conseguir una licencia de conducir? Demostrar la edad. Entonces podían comprarse documentos de identidad y certificados de nacimiento falsos sin ningún problema en Hollywood Boulevard. O podría haber sobornado a un empleado de Tráfico. Podría haber hecho muchas cosas. La cuestión es que no hay ningún registro de que naciera en Los Angeles y dice que lo hizo. Eso pone en tela de juicio todo lo demás.

– Quizás ésa es la mentira -dijo Olivas-. Quizás es Waits y mintió al decir que nació aquí. Es como cuando naces en Riverside y le dices a todo el mundo que eres de Los Angeles.

Bosch negó con la cabeza. No aceptaba la lógica que Olivas estaba insinuando.

– El nombre es falso -insistió Bosch-. Raynard está sacado de un personaje del folclore medieval conocido como Reynard el Zorro. Se escribe con e, pero se pronuncia igual. Si juntamos eso con el apellido nos queda «el zorro espera». ¿Entienden? No pueden convencerme de que alguien le puso ese nombre al nacer.

Eso provocó un momentáneo silencio en la sala.

– No lo sé -dijo O'Shea, pensando en voz alta-. Parece un poco pillada por los pelos esta conexión medieval.

– Es sólo pillada por los pelos porque no podemos confirmarla -contrarrestó Bosch-. En mi opinión es más rocambolesco que ése fuera su nombre de pila.

– Entonces, ¿qué está diciendo? -preguntó Olivas-. ¿Que cambió su nombre y continuó usándolo incluso después de tener una detención en su historial? No le encuentro el sentido.

– Yo tampoco. Pero todavía no conocemos la historia que hay detrás.

– Muy bien. ¿Qué proponen que hagamos? -dijo O'Shea.

– No mucho -dijo Bosch-. Sólo lo pongo sobre la mesa. Pero creo que hemos de registrarlo ahí dentro. Es decir, pedirle que diga su nombre, fecha y lugar de nacimiento. Ésa es la forma rutinaria de empezar estos interrogatorios. Si nos dice Waits, entonces quizá podamos pillarle más adelante en esa mentira y juzgarlo por todo. Dijo que ése era el trato: si miente, se arrepiente. Podemos acusarlo de todo.

O'Shea estaba de pie junto a la mesita de café, detrás de donde estaban sentados Bosch y Rider. Bosch se volvió de nuevo para ver cómo asimilaba la propuesta. El fiscal estaba reflexionando y asintiendo con la cabeza.

– No veo dónde puede hacernos daño -dijo al fin-. Póngalo en la grabación, pero dejémoslo ahí. Muy sutil y de rutina. Podemos volver sobre él después, si descubrimos más al respecto.

Bosch miró a Rider.

– Tú serás la que empiece con él, preguntándole por ese primer caso. Tu primera pregunta puede ser sobre su nombre.

– Bien -dijo ella.

O'Shea rodeó el escritorio.

– De acuerdo, entonces -dijo-. ¿Estamos listos? Es hora de irse. Trataré de quedarme mientras mi agenda me lo permita. No se ofendan si hago alguna pregunta de vez en cuando.

Bosch respondió levantándose. Rider lo siguió enseguida y a continuación Olivas.

– Una última cosa -dijo Bosch-. Ayer nos contaron una anécdota de Maury Swann que quizá deberían conocer.

Bosch y Rider se turnaron narrando la historia que Abel Pratt les había relatado. Al final, Olivas estaba riendo y sacudiendo la cabeza, y Bosch se dio cuenta por la expresión de O'Shea que el fiscal estaba tratando de contar cuántas veces había estrechado la mano de Maury Swann en el tribunal. Quizás estaba preocupado por una posible secuela política.

Bosch se dirigió a la puerta del despacho. Sentía una mezcla de excitación y temor crecientes. Estaba inquieto porque sabía que finalmente estaba a punto de descubrir lo que le había ocurrido a Marie Gesto hacía tantos años. Al mismo tiempo, temía descubrirlo. Y temía el hecho de que los detalles que pronto averiguaría le pondrían encima una pesada carga. Una carga que tendría que transferir a una madre y un padre que aguardaban en Bakersfield.

11

Dos ayudantes del sheriff uniformados custodiaban la puerta de la sala de interrogatorios donde se hallaba sentado el hombre que se hacía llamar Raynard Waits. Se apartaron y dejaron pasar al cortejo de la fiscalía. La sala contenía una única mesa larga. Waits y su abogado defensor, Maury Swann, estaban sentados en uno de los lados. Waits estaba justo en el medio; Swann, a su izquierda. Cuando entraron los investigadores y el fiscal, sólo Maury Swann se levantó. Waits estaba sujeto a los brazos de la silla con bridas de plástico. Swann, un hombre delgado con gafas de montura negra y una fastuosa melena de pelo plateado, tendió la mano, pero nadie se la estrechó.

Rider ocupó la silla que estaba enfrente de la de Waits, y Bosch y O'Shea se sentaron a ambos lados de la detective. Como Olivas no iba a estar en la rotación del interrogatorio durante cierto tiempo, ocupó la silla restante, que estaba junto a la puerta.

O'Shea se ocupó de las presentaciones, pero de nuevo nadie estrechó la mano de nadie. Waits iba vestido con un mono naranja con letras negras impresas en el pecho.

Prisión del condado L.A.

Aléjese

La segunda línea no estaba concebida como advertencia, pero servía como tal. Significaba que Waits estaba en estatus de aislamiento en el interior de la prisión, es decir, que se hallaba confinado en una celda individual y no se le permitía el contacto con el resto de la población reclusa. Este estatus era una medida de protección tanto para Waits como para los demás internos.

Al estudiar al hombre al que había estado persiguiendo durante trece años, Bosch se dio cuenta de que lo más terrorífico de Waits era lo ordinario que parecía. Poco musculoso, tenía una cara de hombre corriente. Agradable, con rasgos suaves y pelo corto oscuro, era la personificación de la normalidad. El único rasgo diabólico en su rostro se hallaba en los ojos. Eran de color castaño oscuro y hundidos, con una vacuidad que Bosch había visto en la mirada de otros asesinos con los que se había sentado cara a cara a los largo de los años. No había nada allí. Sólo un vacío que nunca podría llenarse, por más vidas que robara.

Rider encendió la grabadora que estaba sobre la mesa e inició la entrevista perfectamente, sin dar a Waits ninguna razón para sospechar que estaba pisando una trampa con la primera pregunta de la sesión.

– Como probablemente ya le ha explicado el señor Swann, vamos a grabar cada sesión con usted y luego le entregaremos las cintas a su abogado, que las guardará hasta que tengamos un acuerdo completo. ¿Lo entiende y lo aprueba?

– Sí -dijo Waits.

– Bien -dijo Rider-. Entonces empecemos con una pregunta fácil. ¿Puede decir su nombre, fecha y lugar de nacimiento para que conste?

Waits se inclinó hacia delante y puso la expresión de alguien que estuviera afirmando lo obvio a niños de escuela.

– Raynard Waits -dijo con impaciencia-. Nacido el 3 de noviembre de 1971, en la ciudad de ángulos, eh, ángeles. En la ciudad de ángeles.

– Si se refiere a Los Angeles, ¿puede decirlo, por favor?

– Sí, Los Angeles.

– Gracias. Su nombre es inusual. ¿Puede deletrearlo para que conste?

Waits obedeció. Una vez más, era un buen movimiento de Rider. Haría que resultara más difícil todavía para el hombre que tenían delante que declarara que no había mentido de manera consciente durante el interrogatorio.

– ¿Sabe de dónde viene el nombre?