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– Le salió de los cojones a mi padre, supongo. No lo sé. Pensaba que estábamos aquí para hablar de gente muerta, no de chorradas elementales.

– Lo estamos, señor Waits. Lo estamos.

Bosch notó una enorme sensación de alivio interior. Sabía que estaban a punto de asistir a un relato de horrores, pero sintió que ya habían pillado a Waits en una mentira que podía disparar una trampa mortal. Había una oportunidad de que no saliera de allí a una celda privada y a una vida de celebridad costeada por el Estado.

– Queremos ir por orden -dijo Rider-. El compromiso de su abogado sugiere que el primer homicidio en el que participó fue la muerte de Daniel Fitzpatrick en Hollywood, el 30 de abril de 1992. ¿Es correcto?

Waits respondió con la actitud natural que cabe esperar de alguien que te explica cómo llegar a la gasolinera más próxima. Su voz era fría y mesurada.

– Sí, lo quemé vivo detrás de su jaula de seguridad. Resultó que no estaba tan seguro allí atrás. Ni siquiera con todas sus pistolas.

– ¿Por qué lo hizo?

– Porque quería ver si era capaz. Había estado pensando en eso mucho tiempo y sólo quería demostrármelo a mí mismo.

Bosch pensó en lo que Rachel Walling le había dicho la noche anterior. Lo había calificado de crimen de oportunidad. Al parecer había acertado.

– ¿Qué quiere decir con demostrárselo a sí mismo, señor Waits? -preguntó Rider.

– Quiero decir que hay una línea en la que todo el mundo piensa, pero que muy pocos tienen las agallas de cruzar. Quería ver si podía cruzarla.

– Cuando dice que había estado pensando en ello durante mucho tiempo, ¿había estado pensando en el señor Fitzpatrick en particular?

La irritación apareció en los ojos de Waits. Era como si tuviera que soportarla.

– No, estúpida -replicó con calma-. Había estado pensando en matar a alguien. ¿Entiende? Toda mi vida había querido hacerlo.

Rider se sacudió el insulto sin pestañear y siguió adelante.

– ¿Por qué eligió a Daniel Fitzpatrick? ¿Por qué eligió esa noche?

– Bueno, porque estaba mirando la tele y vi que toda la ciudad se derrumbaba. Era un caos y sabía que la policía no podría hacer nada al respecto. Era un momento en que la gente estaba haciendo lo que quería. Vi a un tipo en la tele hablando de Hollywood Boulevard y de cómo estaban ardiendo los edificios y decidí ir a ver. No quería que me lo enseñara la tele. Quería verlo por mí mismo.

– ¿Fue en coche?

– No, podía ir caminando. Entonces vivía en Fountain, cerca de La Brea. Fui caminando.

Rider tenía el expediente Fitzpatrick abierto delante de ella. Lo miró un momento mientras ordenaba las ideas y formulaba el siguiente conjunto de preguntas. Eso le dio a O'Shea la oportunidad de intervenir.

– ¿De dónde salió el combustible del mechero? -preguntó-. ¿Se lo llevó de su apartamento?

Waits centró su atención en O'Shea.

– Pensaba que la bollera hacía las preguntas -dijo.

– Todos hacemos preguntas -dijo O'Shea-. ¿Y puede hacer el favor de eliminar los ataques personales de sus respuestas?

– Usted no, señor fiscal del distrito. No quiero hablar con usted. Sólo con ella. Y con ellos.

Señaló a Bosch y Olivas.

– Retrocedamos un poco más antes de llegar al combustible del mechero -dijo Rider, relegando suavemente a O'Shea-. Dice que caminó hasta Hollywood Boulevard desde Fountain. ¿Adónde fue y qué vio?

Waits sonrió y asintió con la cabeza, mirando a Rider.

– No me equivoco, ¿verdad? -dijo-. Siempre lo sé. Siempre puedo oler cuándo a una mujer le gusta el chocho.

– Señor Swann -dijo Rider-, ¿puede por favor explicar a su cliente que se trata de que él responda a nuestras preguntas y no al revés?

Swann puso la mano en el antebrazo izquierdo de Waits, que estaba ligado al brazo de la silla.

– Ray -dijo-. No juegue. Sólo responda las preguntas. Recuerde que queremos esto. Los hemos traído aquí. Es cosa nuestra.

Bosch percibió una ligera irritación en el rostro de Waits al volverse hacia su abogado, pero ésta desapareció rápidamente al mirar de nuevo a Rider.

– Vi la ciudad ardiendo, eso es lo que vi. -Sonrió después de dar la respuesta-. Era como una pintura de Hieronymus Bosch.

Se volvió hacia Bosch al decirlo. Éste se quedó un momento paralizado. ¿Cómo lo sabía?

Waits señaló con la cabeza al pecho de Bosch.

– Está en su tarjeta de identificación.

Bosch había olvidado que tenía que colocarse la tarjeta de identificación al entrar en la oficina del fiscal del distrito. Rider pasó rápidamente a la siguiente pregunta.

– Vale, ¿en qué sentido caminó cuando llegó a Hollywood Boulevard?

– Giré a la derecha y me dirigí al este. Los fuegos más grandes estaban en esa dirección.

– ¿Qué llevaba en los bolsillos?

La pregunta pareció darle qué pensar.

– No lo sé. No lo recuerdo. Las llaves, supongo. Cigarrillos y un mechero, nada más.

– ¿Llevaba la cartera?

– No, no quería llevar ninguna identificación. Por si me paraba la policía.

– ¿Ya llevaba el combustible de mechero?

– Sí. Pensaba que podría unirme a la diversión, ayudar a quemar la ciudad. Entonces pasé junto a la tienda de empeños y se me ocurrió una idea mejor.

– ¿Vio a Fitzpatrick?

– Sí, lo vi. Estaba de pie dentro del recinto de seguridad, empuñando una escopeta. También llevaba una pistolera como si fuera Wyatt Earp.

– Describa la casa de empeños.

Waits se encogió de hombros.

– Un lugar pequeño. Lo llamaban Irish Pawn. Tenía ese cartel de neón delante con un trébol de tres hojas y luego las tres bolas. Son como el símbolo de las casas de empeño, supongo. Fitzpatrick estaba allí de pie mirándome cuando pasé.

– ¿Y siguió caminando?

– Al principio sí. Pasé y luego pensé en el desafío, en cómo podía llegar a él sin que me disparara con ese puto bazuca que empuñaba.

– ¿Qué hizo?

– Saqué la lata de EasyLight del bolsillo de la chaqueta y me llené la boca con el líquido. Me eché un chorro en la garganta, como esos lanzadores de fuego del paseo de Venice. Entonces aparté la lata y saqué un cigarrillo y mi mechero. Ya no fumo. Es un hábito terrible. -Miró a Bosch al decirlo.

– ¿Y luego qué? -preguntó Rider.

– Volví a la tienda del capullo y entré en el espacio de delante de la persiana de seguridad. Hice como si sólo estuviera buscando una pantalla para encender el pitillo. Hacía viento esa noche, ¿sabe?

– Sí.

– Así que él empezó a gritarme que me largara. Se acercó hasta la persiana para gritarme. Yo contaba con eso. -Waits sonrió, orgulloso de lo bien que había funcionado su plan-. El tipo golpeó la culata de la escopeta contra la persiana de acero para captar mi atención. Me vio las manos, así que no se dio cuenta del peligro. Y cuando estaba a medio metro encendí el mechero y lo miré a los ojos. Me saqué el cigarrillo de la boca y le escupí todo el fluido del mechero en la cara. Por supuesto, se encendió en la llama del mechero por el camino. ¡Yo era un puto lanzallamas! Antes de enterarse de nada ya tenía la cara en llamas. Soltó la escopeta enseguida para intentar apagar las llamas con las manos. Pero le prendió la ropa y rápidamente fue como un bicho achicharrado. Joder, era como si le hubieran dado con napalm.

Waits trató de levantar el brazo izquierdo, pero no pudo. Lo tenía atado al brazo de la silla por la muñeca. Se conformó con levantar la mano.

– Por desgracia me quemé un poco la mano. Ampollas y todo. Y dolía en serio. No puedo imaginar lo que sentiría ese capullo de Wyatt Earp. No es una buena forma de morir, en mi opinión.

Bosch miró la mano levantada. Vio una decoloración en el tono de la piel, pero sin cicatriz. La quemadura no había sido profunda.

Después de una buena dosis de silencio, Rider formuló otra pregunta.

– ¿Buscó asistencia médica por la mano?

– No, no creí que eso fuera prudente, considerando la situación. Y por lo que oí, los hospitales estaban desbordados. Así que me fui a casa y me ocupé yo mismo.