Изменить стиль страницы

– Casi he terminado -dijo-. ¿Y tú?

– He terminado con lo que nos dio O'Shea. He llamado a Almacenamiento de Pruebas para pedir la caja de Fitzpatrick.

– ¿Qué hay allí?

– No estoy segura, pero el libro del inventario sólo enumera el contenido como registros de empeños. Por eso quiero sacarlo. Y mientras espero voy a terminar con Matarese y dejarlo listo para presentarlo mañana. Depende de cuándo hablemos con Waits, entregaré lo de Matarese a primera o a última hora. ¿Has comido?

– Se me ha olvidado. ¿Qué has visto en el expediente de Fitzpatrick?

Rider cogió la silla opuesta a la de Bosch y se sentó.

– El caso lo llevó la efímera Fuerza de Crímenes en Disturbios, ¿los recuerdas?

Bosch asintió con la cabeza.

– Tenían un porcentaje de resolución de más o menos el diez por ciento -dijo Rider-. Básicamente, cualquiera que hiciese algo durante esos tres días se salvó a no ser que lo pillaran en cámara, como ese chico que le lanzó ladrillos al conductor de un camión mientras tenía un helicóptero de las noticias justo encima.

Bosch recordó que hubo más de cincuenta muertos durante los tres días de disturbios en 1992 y muy pocos casos se resolvieron o explicaron. Había sido un periodo sin ley, de libertad para todos en la ciudad. Recordó haber caminado por Hollywood Boulevard y haber visto edificios en llamas a ambos lados de la calle. Uno de esos edificios probablemente era la casa de empeños de Fitzpatrick.

– Era una tarea imposible -dijo.

– Lo sé -dijo Rider-. Construir casos a partir de aquel caos… Por el expediente de Fitzpatrick me doy cuenta de que no gastaron mucho tiempo con él. Trabajaron la escena del crimen con un equipo de antidisturbios custodiando el lugar. Todo se descartó enseguida como violencia aleatoria, aunque había algunas cosas que deberían haber estudiado rutinariamente.

– ¿Como qué?

– Bueno, para empezar, parece que Fitzpatrick era un tipo cabal. Tomaba huellas de los pulgares a todos los que llevaban material a empeñar.

– Para no aceptar propiedad robada.

– Exacto. ¿A qué prestamista de esa época conoces capaz de hacer eso voluntariamente? También tenía una lista de ochenta y seis clientes que eran persona non grata por varios motivos y clientes que se quejaron o lo amenazaron. Aparentemente no es raro que vuelva gente para comprar la mercancía que ha empeñado y se encuentre con que ha pasado el periodo de almacenamiento y ha sido vendida. Se ponen furiosos, a veces amenazan al prestamista y etcétera etcétera. La mayoría de esta información la proporcionó un tipo que trabajaba en la tienda con él. No estaba presente la noche del incendio.

– ¿Revisaron la lista de los ochenta y seis?

– Parece que estaban revisando la lista cuando ocurrió algo. Se detuvieron y descartaron el caso como violencia aleatoria relacionada con los disturbios. A Fitzpatrick lo quemaron con combustible de mechero. La mitad de los incendios en tiendas del bulevar empezaron de la misma manera. Así que dejaron de devanarse los sesos y pasaron al siguiente. Había dos tipos en el caso: uno se ha retirado y el otro trabaja en Pacífico. Ahora es sargento de patrulla, turno de tarde. Le he dejado un mensaje.

Bosch sabía que no tenía que preguntarle si Raynard Waits estaba en la lista de los ochenta y seis. Eso habría sido lo primero que Rider le habría dicho.

– Seguramente será más fácil que contactes con el tipo retirado -propuso Bosch-. Los tipos retirados siempre quieren hablar.

Rider asintió.

– Buena idea -dijo.

– La otra cosa es que Waits usó un alias cuando lo detuvieron por merodear en 1993: Robert Saxon. Ya sé que has buscado a Waits en la lista de los ochenta y seis. Quizá deberías buscar también a Saxon.

– Entendido.

– Mira, ya sé que tienes todo eso en marcha, pero ¿sacarás tiempo para buscar a Waits en AutoTrack hoy?

La distribución de quehaceres de la pareja de detectives le dejaba a Rider todo el trabajo con el ordenador. AutoTrack era una base de datos informatizada que podía proporcionar el historial de direcciones de un individuo a través de contratos de servicios públicos y servicios de cable, registros de tráfico y otras fuentes. Era tremendamente útil para seguir la pista a las personas a través del tiempo.

– Creo que podré ocuparme.

– Sólo quiero ver dónde vivía. No se me ocurre por qué estaba en Echo Park y parece que nadie se lo ha pensado mucho.

– Para deshacerse de las bolsas, supongo.

– Sí, claro, eso lo sabernos. Pero ¿por qué Echo Park? Vivía más cerca de Griffith Park y probablemente sea un mejor lugar para enterrar o deshacerse de cadáveres. No lo sé, algo falta o no encaja. Creo que iba a algún sitio que conocía.

– Podría haber buscado la distancia. Quizá pensó que cuanto más lejos, mejor.

Bosch asintió, pero no estaba convencido.

– Creo que voy a irme para allí.

– ¿Y qué? ¿Crees que vas a descubrir dónde iba a enterrar esas bolsas? ¿Te me estás volviendo médium, Harry?

– Todavía no. Sólo quiero ver sí puedo tener una sensación de Waits antes de hablar con el tipo.

Decir el nombre hizo que Bosch hiciera una mueca y negara con la cabeza.

– ¿Qué? -preguntó Rider.

– ¿Sabes lo que estamos haciendo aquí? Estamos ayudando a que este tipo siga vivo. Un tipo que descuartiza mujeres y las guarda en el congelador hasta que se le acaba el sitio y ha de deshacerse de ellas como de basura. Nuestro trabajo es encontrar la forma de dejarle vivir.

Rider frunció el entrecejo.

– Sé cómo te sientes, Harry, pero he de decirte que coincido con O'Shea en esto. Creo que es mejor que todas las familias lo sepan y que resolvamos todos los casos. Es como lo de mi hermana. Queríamos saber.

Cuando Rider era adolescente, su hermana mayor fue asesinada en un tiroteo. El caso se resolvió y tres pandilleros pagaron por ello. Fue la principal razón de que se hiciera policía.

– Probablemente a ti te pasó lo mismo con tu madre -añadió.

Bosch la miró. Su madre había sido asesinada siendo él un niño. Más de tres décadas después, él mismo resolvió el caso porque quería saber.

– Tienes razón -dijo-. Pero no puedo tragármelo ahora mismo.

– ¿Por qué no vas a dar esa vuelta y te despejas un poco? Te llamaré si sale algo en AutoTrack.

– Supongo que lo haré.

Empezó a cerrar las carpetas y a apartarlas.

4

A la sombra de las torres del centro y bajo el brillo de las luces del Dodger Stadium, Echo Park era uno de los barrios más antiguos y siempre cambiantes de Los Angeles. A lo largo de las décadas había sido el destino de los inmigrantes de clase baja de la ciudad: primero llegaron los italianos y luego los mexicanos, los chinos, los cubanos, ucranianos y todos los demás. De día, un paseo por la calle principal de Sunset Boulevard requería conocimientos en cinco o más idiomas para leer los carteles de las fachadas. De noche, era el único sitio de la ciudad donde el aire podía cortarse por el ruido de armas de fuego de una banda, los vítores de un home-run y el aullido de los coyotes en la ladera, todo al mismo tiempo.

Estos días Echo Park era también un destino favorito de otra clase de recién llegado, el joven y enrollado. El cool. Artistas, músicos y escritores se estaban instalando en el barrio. Cafés y tiendas de ropa vintage se hacían un hueco junto a bodegas y puestos de marisco. Una ola de aburguesamiento estaba rompiendo en las llanuras y subiendo por las colinas bajo el estadio de béisbol. Significaba que el carácter del barrio estaba cambiando. Significaba que los precios del mercado inmobiliario estaban subiendo, expulsando a la clase trabajadora y las bandas.

Bosch había vivido una breve temporada en Echo Park cuando era niño. Y muchos años atrás, había un bar de polis en Sunset llamado Short Stop. Pero los polis ya no eran bien recibidos allí. El local ofrecía servicio de aparcacoches y se dirigía a la gente guapa de Hollywood, dos cosas que garantizaban que el poli lucra de servicio no pisara el bar. Para Bosch, el barrio de Echo Park había caído en el olvido. Para él no era un destino. Era un barrio de paso, un atajo en su camino a la oficina del forense para trabajar o a un partido de los Dodgers por ocio.