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– Sí.

– Insististe en que fuéramos a visitar a la señora Alworth. Querías saber cómo reaccionaba al ver a los niños.

– Quería sacudir más jaulas -coincidió él-. ¿Viste la cara que puso cuando vio a Emma y Max?

La había visto. Simplemente no había sabido lo que significaba ni por qué esa mujer vivía en una urbanización situada justo en el camino de Jack al trabajo. Ahora, claro, lo sabía.

– Y como te viste obligado a pedir excedencia, no pudiste recurrir al FBI para pedir una vigilancia. Así que contrataste a una detective privada, la que empleó a Rocky Conwell. Y pusiste esa cámara en mi casa. Si ibas a sacudir la jaula, necesitabas ver cómo reaccionaba tu sospechoso.

– Es todo verdad.

Grace pensó en el resultado final.

– Murió mucha gente por lo que hiciste.

– Yo investigaba el asesinato de mi hermana. No pretenderás que me disculpe por eso.

La culpa, pensó ella otra vez. Hay tanta para repartir.

– Podías habérmelo dicho.

– No. No, Grace, jamás habría podido confiar en ti.

– Dijiste que nuestra alianza era temporal.

Él la miró. Ahora allí había algo oscuro.

– Eso -dijo él- era mentira. Nunca tuvimos una alianza.

Ella se sentó y bajó la música.

– No te acuerdas de la matanza, ¿verdad, Grace?

– Eso no tiene nada de raro -dijo ella-. No es amnesia ni nada por el estilo. Recibí un golpe tan fuerte en la cabeza que estuve en coma.

– Traumatismo craneal -dijo él con un gesto de asentimiento-. Lo sé. He visto muchos casos. Como le sucedió al corredor del Central Park, por ejemplo. En la mayoría de los casos, como en el tuyo, tampoco se recuerdan los días anteriores.

– ¿Y?

– ¿Cómo llegaste a ese foso de orquesta aquella noche?

Al oír la pregunta, que no venía en absoluto a cuento, Grace se irguió. Le examinó el rostro en busca de una señal delatora. No vio nada.

– ¿Qué?

– Ryan Vespa… bueno, su padre compró una entrada en la reventa por cuatrocientos pavos. Los miembros de Allaw las consiguieron por medio del propio Jimmy. La única manera de estar allí era pagando una pasta o conociendo a alguien. -Se inclinó hacia delante-. ¿Cómo conseguiste estar en ese foso de orquesta, Grace?

– Mi novio consiguió entradas.

– ¿Te refieres a Todd Woodcroft? ¿El que nunca fue a verte al hospital?

– Sí.

– ¿Estás segura de eso? Porque antes decías que no te acordabas.

Grace abrió la boca para hablar y luego la cerró. Él se inclinó más hacia ella.

– Grace, he hablado con Todd Woodcroft. No fue al concierto.

A Grace algo se le agitó en el pecho. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

– Todd no fue a verte porque habías roto con él dos días antes del concierto. Pensó que habría sido extraño. ¿Y sabes una cosa, Grace? Ese mismo día Shane Alworth rompió con mi hermana. Geri no fue al concierto. Así que, ¿a quién crees que llevó Shane?

Grace se estremeció y sintió que el temblor se extendía por todo su cuerpo.

– No lo entiendo.

Duncan sacó la foto.

– Ésta es la Polaroid original que amplié y puse en tu sobre. Mi hermana anotó la fecha al dorso. La foto se sacó el día antes del concierto.

Ella movió la cabeza en un gesto de negación.

– Esa mujer misteriosa a la derecha, la que apenas se ve… Creíste que era Sandra Koval. Bien, pues es posible, Grace… sólo digo que es posible… que seas tú.

– No…

– Y es posible, puesto que buscamos a más culpables, es posible que tengamos que preguntarnos quién era la chica guapa que distrajo a Gordon MacKenzie para que los demás fueran a ver a Jimmy X. Sabemos que no fue mi hermana, ni Sheila Lambert, ni Sandra Koval.

Grace siguió moviendo la cabeza, pero de pronto recordó aquel día en la playa, la primera vez que vio a Jack, esa sensación, ese tirón repentino en las entrañas. ¿De dónde había venido? Es lo que uno siente…

… cuando tiene la sensación de conocer a esa persona.

El tipo de déjà-vu más extraño. Esa sensación de que ya estás conectada a alguien, de que ya has tenido ese primer arrebato de pasión. Los dos cogidos de la mano, y cuando empieza la agitación, sientes que se te contrae el estómago al apartarse su mano de la tuya…

– No -dijo Grace, ahora con más firmeza-. Te equivocas. No puede ser. Me habría acordado de eso.

Scott Duncan asintió.

– Es posible que tengas razón.

Se puso en pie y sacó la cinta del magnetófono. Se la dio.

– Es todo una conjetura descabellada. O sea, por lo que sabemos, puede que esa mujer misteriosa fuera la razón por la que Shane no fue a los camerinos. A lo mejor ella lo convenció. O a lo mejor él pensó que había algo más importante allí mismo, en ese foso de orquesta, de lo que podía encontrar en una canción. A lo mejor, incluso tres años después, se aseguró de que volvería a encontrarlo.

Después Scott Duncan se marchó. Grace se puso en pie y fue a su estudio. No había pintado nada desde la muerte de Jack. Puso la cinta en su aparato de música portátil y apretó el botón.

Cogió un pincel e intentó pintar. Quería pintarlo a él. Quería pintar a Jack: no a John, no a Shane. A Jack. Pensó que saldría una imagen confusa y borrosa, pero no fue eso lo que sucedió en absoluto. El pincel voló y danzó por el lienzo. Ella empezó a pensar otra vez que nunca podríamos saberlo todo acerca de los seres queridos. Y tal vez, bien pensado, ni siquiera todo acerca de nosotros mismos.

La cinta se acabó. La rebobinó y la oyó otra vez. Trabajó con un frenesí delirante y delicioso. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas. No se las secó. En cierto momento consultó el reloj. Pronto tendría que dejarlo. Se acercaba la hora de salida de la escuela. Debía recoger a los niños. Emma tenía clase de piano. Max tenía entrenamiento de fútbol con su equipo itinerante.

Grace cogió el bolso y cerró la puerta con llave al salir.

AGRADECIMIENTOS

El autor desea dar las gracias a las siguientes personas por sus conocimientos técnicos: el doctor Mitchell F. Reiter, jefe del Departamento de Cirugía de la Columna Vertebral, UMDNJ (alias «Cuz»); el doctor David A. Gold; Christopher J. Christie, fiscal del estado de Nueva Jersey; el capitán Keith Killion del Departamento de Policía de Ridgewood; el doctor Steven Miller, director de Medicina de Urgencias Pediátricas del Children's Hospital of New York Presbyterian; John Elias, Anthony Dellapelle (el no ficticio), Jennifer van Dam, Linda Fairstein y Craig Coben (alias «Bro»). Como siempre, si hay errores, técnicos o de cualquier otro tipo, la culpa es de estas personas. Estoy harto de ser el cabeza de turco.

Quiero añadir un gesto de gratitud para Carole Baron, Mitch Hoffman, Lisa Johnson y a todos los de Dutton and Penguin Group USA; Jon Woods, Malcolm Edwards, Susan Lamb, Juliet Ewers, Nicky Jeanes, Emma Noble y la panda de Orion; Aaron Priest, Lisa Erbach Vance, Bryant y Hil (por ayudarme a superar el primer bache), Mike y Taylor (por ayudarme con el segundo) y Maggie Griffin.

Es posible que el nombre de algunos personajes de este libro coincida con el de personas que conozco; aun así, son totalmente ficticios. De hecho, la novela entera es una obra de ficción. Eso significa que invento historias.

Un agradecimiento especial para Charlotte Coben por los poemas de Emma. Como suele decirse, reservados todos los derechos.

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