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– ¿Y eso qué significa? -preguntó Grace.

– Estamos analizando las pruebas, pero es posible que su marido no estuviera solo en ese sótano.

Tenía sentido, supuso Grace. Quince años después volvían todos. Todos los de la foto.

A las cuatro de la mañana, Grace volvió a su cama del hospital. Cuando se abrió la puerta, la habitación estaba a oscuras. Una silueta entró furtivamente. Creía que ella dormía. Por un momento Grace no dijo nada. Esperó a que él volviera a sentarse en la silla, igual que quince años atrás, antes de decir:

– Hola, Carl.

– ¿Cómo estás? -preguntó Vespa.

– ¿Has matado tú a Jimmy?

Se produjo un largo silencio. La sombra no se movió.

– Lo que sucedió esa noche -dijo al fin- fue culpa de él.

– Es difícil saberlo.

La cara de Vespa no era más que una sombra.

– Ves demasiados matices de gris.

Grace intentó incorporarse, pero el tórax no se lo permitió.

– ¿Cómo te enteraste de lo de Jimmy?

– Por Wade Larue -contestó él.

– También lo mataste a él.

– ¿Quieres hacer acusaciones, Grace, o quieres saber la verdad?

Grace estuvo a punto de preguntarle si sólo quería eso, la verdad, pero sabía la respuesta. La verdad nunca bastaría. La venganza y la justicia nunca bastarían.

– Wade Larue se puso en contacto conmigo el día antes de salir en libertad -explicó Vespa-. Quería hablar conmigo.

– ¿Hablar de qué?

– No me lo dijo. Le pedí a Cram que lo recogiera en Manhattan. Vino a mi casa. Empezó con el rollo sensiblero de que entendía mi dolor. Dijo que de pronto estaba en paz consigo mismo, que ya no deseaba vengarse. Yo no quería saber nada de todo eso. Quería que fuera al grano.

– ¿Y lo hizo?

– Sí. -La sombra volvía a permanecer inmóvil. Grace pensó en encender la luz y al final decidió no hacerlo-. Me contó que Gordon MacKenzie había ido a verlo a la cárcel tres meses antes. ¿Sabes por qué?

Grace asintió, ya que en ese momento lo entendió todo.

– MacKenzie tenía un cáncer terminal.

– Exacto. Todavía esperaba comprar un billete de último minuto a la Tierra Prometida. De pronto ya no podía vivir con lo que había hecho. -Vespa ladeó la cabeza y sonrió-. Es curioso que suceda algo así justo antes de morir, ¿no te parece? Si lo piensas, es tan oportuno que resulta irónico. El hombre confiesa cuando ya no tiene nada que perder, y oye, si te crees todas esas patrañas de que con la confesión viene el perdón, al final incluso sales ganando.

Grace sabía que más valía callar. No se movió.

– En cualquier caso, Gordon MacKenzie asumió la culpa. Él vigilaba la entrada de los camerinos. Se dejó distraer por una jovencita muy guapa. Dijo que Lawson y dos chicas pasaron sin que él se diera cuenta. Pero tú todo esto ya lo sabes, ¿no?

– Parte.

– ¿Ya sabes que MacKenzie le disparó a tu marido?

– Sí.

– Y eso fue lo que desencadenó la desbandada. Después, cuando pasó todo, MacKenzie se reunió con Jimmy X. Los dos acordaron callarse. Les preocupaba un poco la herida de Jack y que esas chicas hablaran, pero esos tres también tenían mucho que perder.

– Así que todos callaron.

– Sí. MacKenzie se convirtió en héroe. A raíz de eso entró a trabajar en la policía de Boston. Lo ascendieron a capitán. Todo gracias a su heroicidad de esa noche.

– ¿Y qué hizo Larue después de que MacKenzie confesara todo esto?

– ¿Tú qué crees? Quiso que la verdad saliera a la luz. Quiso venganza y exoneración.

– ¿Y por qué Larue no se lo contó a nadie?

– Sí lo contó. -Vespa sonrió-. Adivina a quién.

Grace lo adivinó.

– Se lo contó a su abogada.

Vespa tendió las manos.

– Premio para la señora.

– Pero ¿cómo hizo Sandra Koval para convencerlo de que se callara?

– Ah, ahí estuvo brillante. De algún modo, y en eso reconozcamos el mérito, se las ingenió para hacer lo que más convenía a su cliente y también a su hermano.

– ¿Cómo?

– Le dijo a Larue que tendría más posibilidades de salir en libertad condicional si no contaba la verdad.

– No lo entiendo.

– No sabes gran cosa acerca de la libertad condicional, ¿verdad?

Ella se encogió de hombros.

– Verás, la comisión de la libertad condicional no desea oír que eres inocente. Quieren oírte entonar el mea culpa. Si quieres salir, tienes que agachar la cabeza, avergonzado. Obraste mal, les dices. Aceptas tu responsabilidad: ése es el primer paso hacia la rehabilitación. Si insistes en tu inocencia, acabas mal.

– ¿Y MacKenzie no podía declarar?

– Para entonces estaba demasiado enfermo. Verás, la inocencia de Larue no era competencia de la comisión de libertad condicional. Si Larue elegía esa vía, tenía que pedir otro juicio. Tardaría meses, tal vez años. Según Sandra Koval, y en eso no mentía, Larue tenía más posibilidades de salir si reconocía su culpabilidad.

– Y tenía razón -dijo Grace.

– Sí.

– ¿Y Larue nunca supo que Sandra y Jack eran hermanos?

Vespa extendió de nuevo las manos.

– ¿Cómo iba a saberlo?

Grace meneó la cabeza.

– Pero verás, para Wade Larue la historia no acababa ahí. Quería venganza y exoneración. Sabía que tenía que esperar a salir de la cárcel. La cuestión era cómo. Sabía la verdad, pero ¿cómo iba a demostrarla? ¿Quién, y perdona la expresión, iba a sentir su ira? ¿Quién era realmente culpable de lo sucedido esa noche?

Grace asintió al encajar otro detalle.

– Así que fue a por Jack.

– Fue a por el que sacó la navaja, sí. De modo que Larue le pidió a su viejo colega de la cárcel Eric Wu que secuestrara a tu marido. Larue tenía planeado reunirse con Wu en cuanto saliera en libertad. Conseguiría que Jack contara la verdad, lo filmaría y luego, no lo sabía muy bien, pero probablemente lo mataría.

– ¿Se exoneraría y luego cometería un asesinato?

Vespa se encogió de hombros.

– Estaba furioso, Grace. Quizás al final sólo le habría dado una paliza o roto las piernas. ¿Quién sabe?

– ¿Y qué pasó?

– Wade Larue cambió de parecer.

Grace frunció el entrecejo.

– Tenías que haberlo oído hablar del tema. Tenía una mirada tan clara. Yo acababa de asestarle un puñetazo en la cara. Le había dado patadas y amenazado con matarlo. Pero la paz en su cara… siguió allí. En cuanto quedó libre, se dio cuenta de que podía dejarlo todo atrás.

– ¿Qué podía dejar atrás?

– Pues eso. Su castigo quedaba atrás. Nunca podría ser realmente exonerado porque no estaba libre de culpa. Él disparó la pistola en medio de la multitud, y eso aumentó el nivel de histeria. Pero sobre todo fue por lo que me dijo: estaba realmente libre. Ya no quedaba nada que lo atara al pasado. Él ya no estaba en la cárcel, pero mi hijo siempre estaría muerto. ¿Lo entiendes?

– Creo que sí.

– Larue sólo quería vivir su vida. También tenía miedo de lo que yo pudiera hacerle. Así que quiso llegar a un acuerdo conmigo. Me contó la verdad. Me dio el número de teléfono de Wu. Y a cambio, yo lo dejaría en paz.

– ¿O sea que fuiste tú quien llamó a Wu?

– De hecho, fue Larue quien llamó. Pero sí, yo hablé con él.

– ¿Y le dijiste a Wu que nos llevara a donde estabas?

– No sabía que también te tenía a ti. Creía que sólo era Jack.

– ¿Y qué pensabas hacer, Carl?

No contestó.

– ¿También habrías matado a Jack?

– ¿Acaso eso importa ahora?

– ¿Y qué habrías hecho conmigo?

Tardó en contestar.

– Hubo cosas que me hicieron dudar -dijo.

– ¿Sobre qué?

– Sobre ti.

Transcurrieron varios segundos. Se oyeron pasos fuera. Una camilla con una rueda chirriante pasó junto a la puerta. Grace oyó alejarse el ruido. Intentó respirar más despacio.

– Resulta que por poco te mueres en la Matanza de Boston, y luego acabas casándote con el responsable de todo. También sé que Jimmy X fue a tu casa después de que lo viéramos en aquel ensayo. Eso no me lo contaste. Y luego está el hecho de que recuerdes tan poco de lo sucedido. No sólo esa noche, sino casi una semana antes.