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– Pero si Wade Larue quería vengarse, ¿por qué no me secuestró a mí? ¿Por qué se llevó a Jack?

– Creen que quizá Larue quería hacerte daño a ti por medio de tu familia. Quería hacerte sufrir.

Grace movió la cabeza en un gesto de negación.

– ¿Y qué se sabe de la aparición de esa foto extraña? ¿Cómo explican eso? ¿O el asesinato de tu hermana? ¿O Shane Alworth y Sheila Lambert? ¿O que mataran a Bob Dodd en New Hampshire?

– Es una teoría con muchas lagunas -contestó Duncan-. Pero recuerda que ellos no ven estas conexiones como nosotros, y eso por sí solo explica la mayor parte. Puede que mi hermana muriera asesinada hace quince años, pero eso no tiene nada que ver con lo de ahora. Tampoco lo de Bob Dodd, un periodista asesinado al estilo de la mafia. De momento lo ven todo de una manera muy sencilla: Wu sale de la cárcel. Secuestra a tu marido. A lo mejor habría secuestrado a más personas, ¿quién sabe?

– ¿Y por qué no mató simplemente a Jack?

– Wu lo retenía hasta que soltaran a Wade Larue.

– Cosa que ha sucedido hoy.

– Exacto, hoy. Entonces Wu os secuestra a los dos. Cuando has huido, os llevaba a donde estaba Larue.

– ¿Para qué? ¿Para que nos matara el propio Larue?

Duncan se encogió de hombros.

– Eso no tiene sentido, Scott. Eric Wu me ha roto las costillas porque quería saber cómo conseguí la foto. Ha parado de golpearme al recibir una llamada inesperada. Entonces nos ha metido de repente en el coche. Nada de eso estaba planeado.

– Perlmutter acaba de enterarse de todas esas cosas. Es posible que eso altere su teoría.

– A propósito, ¿dónde está Wade Larue?

– Por lo visto, nadie lo sabe. Están buscándolo.

Grace se recostó en la almohada. Le pesaban enormemente los huesos. Los ojos se le anegaron de lágrimas.

– ¿Jack está muy grave?

– Sí.

– ¿Vivirá?

– No lo saben.

– No dejes que me mientan.

– No lo haré, Grace. Pero intenta dormir, ¿vale?

En el pasillo, Perlmutter hablaba con el capitán del Departamento de Policía de Armonk, Anthony Dellapelle. Todavía estaban registrando la casa de Beatrice Smith.

– Acabamos de inspeccionar el sótano -dijo Dellapelle-. Alguien estuvo encerrado allí.

– Jack Lawson. Ya lo sabemos.

Dellapelle hizo una pausa y dijo:

– Es posible.

– ¿Eso qué significa?

– Todavía hay unas esposas en una tubería.

– Wu lo soltó. Debió de dejarlas allí.

– Tal vez. También hay sangre, no mucha, pero bastante fresca.

– Lawson tenía unos cuantos cortes.

Se produjo un silencio.

– ¿Qué pasa? -preguntó Perlmutter.

– ¿Dónde estás ahora, Stu?

– En el hospital Valley.

– ¿Cuánto tardarías en llegar aquí?

– Quince minutos con la sirena -contestó Perlmutter-. ¿Por qué?

– Hay algo más aquí abajo -explicó Dellapelle-. Algo que quizá quieras ver con tus propios ojos.

A medianoche Grace se levantó de la cama y salió al pasillo. Sus hijos le habían hecho una breve visita. Grace insistió en que la dejaran levantarse para recibirlos. Scott Duncan le llevó ropa de calle -un chándal Adidas- porque no quería que sus hijos la vieran con el camisón del hospital. Le inyectaron un potente analgésico para acallar los quejidos de las costillas. Grace quería que los niños vieran que estaba bien, a salvo, y que ellos también estaban a salvo. Mantuvo el tipo todo el tiempo, hasta que Emma le mostró su diario de poemas. Entonces se echó a llorar.

Sólo se puede ser fuerte durante un tiempo limitado.

Los niños dormirían en sus propias camas. Cora ocuparía la habitación de matrimonio. La hija de Cora, Vickie, dormiría en la cama al lado de la de Emma. Perlmutter había asignado, además, a una mujer policía para que se quedara en la casa toda la noche. Grace se alegró.

El hospital estaba a oscuras. Grace consiguió ponerse en pie. Tardó una eternidad. La quemazón en las costillas había vuelto. La rodilla, más que una articulación, parecía un puñado de cascotes de vidrio.

El pasillo estaba en silencio. Grace se había fijado una meta. Alguien intentaría detenerla, eso sin duda, pero en realidad tampoco le preocupaba. Estaba decidida.

– ¿Grace?

Se volvió hacia la voz femenina, dispuesta a librar batalla. Pero no fue necesario. Grace reconoció a la mujer del patio de la escuela.

– Eres Charlaine Swain.

La mujer asintió. Se acercaron, mirándose a los ojos, compartiendo algo que ninguna de las dos podía expresar.

– Supongo que tengo que darte las gracias -dijo Grace.

– Y yo a ti -contestó Charlaine-. Tú lo has matado. Se ha acabado esa pesadilla para nosotros.

– ¿Cómo está tu marido? -preguntó Grace.

– Se recuperará.

Grace asintió.

– Ya sé que el tuyo no evoluciona bien -comentó Charlaine.

Las dos estaban por encima de los tópicos falsos. Grace agradeció su sinceridad.

– Está en coma.

– ¿Lo has visto?

– A eso iba ahora.

– ¿A escondidas?

– Sí.

Charlaine asintió.

– Déjame ayudarte.

Grace se apoyó en Charlaine Swain. Era una mujer fuerte. El pasillo estaba desierto. A lo lejos oyeron un taconeo contra las baldosas. La iluminación era tenue. Pasaron junto a un mostrador de enfermeras vacío y entraron en un ascensor. Jack estaba en la tercera planta, en cuidados intensivos. A Grace le pareció extrañamente adecuado tener a Charlaine Swain a su lado. No sabía por qué.

Esa parte concreta de la unidad de cuidados intensivos tenía cuatro habitaciones con paredes de cristal, con una enfermera en medio para vigilarlas todas a la vez. En ese momento, sólo una de las habitaciones estaba ocupada.

Las dos se acercaron. Jack estaba en la cama. Lo primero que observó Grace fue que su poderoso marido, el corpulento hombre de un metro ochenta y siete a cuyo lado ella siempre se había sentido segura, se veía muy pequeño y frágil en esa cama. Sabía que era fruto de su imaginación. Sólo habían pasado dos días. Había perdido un poco de peso. Se había deshidratado por completo. Pero no era por eso.

Jack tenía los ojos cerrados. Le salía un tubo de la garganta y otro de la boca, los dos sujetos con cinta adhesiva blanca. Un tercer tubo entraba por la nariz y otro estaba conectado a una vía en el brazo derecho. Le habían puesto un gota a gota y se hallaba rodeado de máquinas, como en una pesadilla futurista.

Grace sintió que empezaba a desplomarse. Charlaine la sostuvo, Grace recuperó el equilibrio y se dirigió a la puerta.

– No puede entrar -advirtió la enfermera.

– Sólo quiere sentarse con él -dijo Charlaine-. Por favor.

La enfermera miró alrededor y luego otra vez a Grace.

– Dos minutos.

Grace soltó a Charlaine, y ésta le abrió la puerta. Grace entró sola. Se oían pitidos y campanillas y un sonido infernal, como gotas de agua succionadas con una pajita. Grace se sentó al lado de la cama. No le cogió la mano a Jack. No le dio un beso en la mejilla.

– Te encantará el último verso -dijo Grace.

Pelotita de béisbol,
¿quién es tu mejor amigo?
¿Es el bate,
que te pega en el ombligo?

Grace se rió y pasó la página, pero la siguiente -de hecho, el resto del diario- estaba en blanco.