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Grace esperó.

Sandra cruzó los brazos.

– ¿Y se supone que ahora es cuando debo venirme abajo y confesar?

– ¿Tú? No, no lo creo. Pero vamos, ya sabes que se ha acabado. No será difícil demostrar que mi marido no era tu hermano.

Sandra Koval se tomó su tiempo.

– Eso es posible -admitió, ahora midiendo más sus palabras-. Pero no creo que haya ningún delito en eso.

– ¿Por qué?

– Digamos, de nuevo hipotéticamente, que tienes razón. Digamos que es verdad que conseguí que tu marido se hiciera pasar por mi hermano. Eso ocurrió hace quince años. Hay una ley de prescripción de derechos. Puede que mis primos intenten enfrentarse a mí por el fideicomiso, pero no les conviene el escándalo. Lo resolveríamos. E incluso si lo que dices es verdad, mi delito no sería muy grave. Si yo estaba en el concierto esa noche… en fin, en los primeros días de toda esa locura, ¿quién me echaría la culpa por haberme asustado?

Grace habló en voz baja.

– Yo no te culparía por eso.

– Pues ya ves.

– Y al principio tampoco hiciste nada demasiado malo. Fuiste a ese concierto a pedir justicia para tu hermano. Te enfrentaste al hombre que robó una canción compuesta por tu hermano y su amigo. Eso no es ningún delito. Las cosas se torcieron. Tu hermano murió. No podías hacer nada para recuperarlo. Así que actuaste como te pareció mejor. Jugaste las terribles cartas que te tocaron.

Sandra Koval extendió los brazos.

– Entonces, ¿qué quieres ahora, Grace?

– Respuestas, supongo.

– Por lo visto, ya has recibido unas cuantas. -A continuación, levantó el dedo y añadió-: Eso en términos hipotéticos.

– Y tal vez quiera justicia.

– ¿Qué justicia? Tú misma acabas de decir que lo que sucedió es comprensible.

– Esa parte -dijo Grace, todavía en voz baja-. Si hubiera acabado allí, sí, es probable que lo hubiera dejado estar. Pero no se acabó allí.

Sandra Koval se reclinó y esperó.

– Sheila Lambert también tuvo miedo. Sabía que lo mejor que podía hacer era cambiar de nombre y desaparecer. Todos acordasteis dispersaros y callar. En cuanto a Geri Duncan, ella se quedó donde estaba. Eso no importó, al principio. Pero de pronto se enteró de que estaba embarazada.

Sandra sólo cerró los ojos.

– Cuando aceptó ser John Lawson, Shane, mi Jack, tuvo que romper todos los lazos e irse al extranjero. Geri Duncan no sabía adónde se había ido. Al cabo de un mes se enteró de que estaba embarazada. Quería encontrar al padre desesperadamente. Así que fue a verte. Sospecho que quería partir de cero. Quería contar la verdad y tener a su hijo haciendo borrón y cuenta nueva. Y tú ya conocías a mi marido. Jamás le habría dado la espalda si ella insistía en tener el hijo. A lo mejor él también habría querido hacer borrón y cuenta nueva. Y entonces, ¿qué habría sido de ti, Sandra?

Grace se miró las manos. Seguían temblando.

– Así que tuviste que silenciar a Geri. Eras abogada criminalista. Representabas a criminales. Y uno de ellos te ayudó a encontrar a un asesino a sueldo que se llamaba Monte Scanlon.

– No puedes demostrar nada de esto -dijo Sandra.

– Los años pasan -prosiguió Grace-. Ahora mi marido es Jack Lawson. -Grace se interrumpió y se acordó de cuando Carl Vespa le dijo que Jack Lawson la había buscado. Había algo allí que seguía sin encajar-. Tenemos hijos. Le digo a Jack que quiero volver a Estados Unidos. Él no quiere. Yo insisto. Tenemos hijos. Quiero volver a mi país. Es mi culpa, supongo. Ojalá me hubiera dicho la verdad…

– ¿Y cómo habrías reaccionado, Grace?

Pensó por un momento.

– No lo sé.

Sandra Koval sonrió.

– Y supongo que él tampoco.

En eso tenía razón, Grace lo sabía, pero no era el momento para esa clase de reflexiones. Continuó:

– Al final nos fuimos a Nueva York. Pero ya no sé qué pasó después, Sandra, así que tendrás que ayudarme tú en eso. Creo que al celebrarse el aniversario y al salir en libertad Wade Larue, Sheila Lambert, o tal vez incluso Jack, decidió que había llegado el momento de decir la verdad. Jack nunca dormía bien. Tal vez los dos necesitaban descargar sus culpas, no lo sé. Pero tú eso no podías aceptarlo, claro. A ellos podían perdonarlos, pero no a ti. Tú mandaste asesinar a Geri Duncan.

– Y de nuevo te pregunto: ¿La prueba es…?

– Ya llegaremos a eso -dijo Grace-. Me mentiste desde el principio, pero sí me dijiste la verdad en una cosa.

– Ah, qué bien. -El sarcasmo era evidente-. ¿Y se puede saber en qué?

– Cuando Jack vio esa vieja foto en la cocina, buscó a Geri Duncan en el ordenador. Se enteró de que había muerto en un incendio, pero sospechó que no fue un accidente. Así que te llamó. Ésa fue la llamada de nueve minutos. Temiste que fuera a derrumbarse, así que pensaste que debías actuar rápido. Le dijiste a Jack que se lo explicarías todo pero no por teléfono. Concertaste un encuentro en la autopista de Nueva York. Después llamaste a Larue y le dijiste que era el momento perfecto para vengarse. Supusiste que Larue le pediría a Wu que matara a Jack, no que lo retuviera como hizo.

– No tengo por qué escuchar esto.

Pero Grace no se detuvo.

– Mi gran error fue mostrarte la foto ese primer día. Jack no sabía que yo había hecho una copia. Allí estaba, una foto de tu hermano muerto y su nueva identidad para que la viera el mundo entero. También tenías que hacerme callar a mí. Así que enviaste a ese hombre, al que llevaba la fiambrera de mi hija, para asustarme. Pero yo no le hice caso. Así que usaste a Wu. Tenía que averiguar qué sabía yo y luego matarme.

– Ya he oído suficiente. -Sandra Koval se puso en pie-. Sal de mi oficina.

– ¿No tienes nada que añadir?

– Sigo esperando pruebas.

– En realidad no las tengo -dijo Grace-. Pero es posible que confieses.

Sandra respondió con una carcajada.

– Vamos, ¿te crees que no sé que llevas un micrófono oculto? No he dicho ni he hecho nada que pueda incriminarme.

– Mira por la ventana, Sandra.

– ¿Qué?

– La ventana. Mira la acera. Ven, te lo enseñaré yo.

Grace se dirigió cojeando al ventanal y señaló la calle. Sandra Koval se acercó con cautela, como si se esperara que Grace fuera a tirarla por la ventana. Pero no era eso. No era eso en absoluto.

Cuando Sandra Koval bajó la vista, dejó escapar un grito ahogado. Abajo, en la acera, dando vueltas como dos leones, estaban Carl Vespa y Cram. Grace se apartó y fue hacia la puerta.

– ¿Adónde vas? -preguntó Sandra.

– Ah, sí -dijo Grace. Anotó algo en un papel-. Éste es el número de teléfono del capitán Perlmutter. Puedes elegir. Puedes llamarlo y marcharte con él. O puedes arriesgarte a salir a la calle.

Dejó el papel en la mesa de reuniones. Y luego, sin mirar atrás, Grace salió de la sala.

EPÍLOGO

Sandra decidió llamar al capitán Stuart Perlmutter. A continuación, se preocupó de su defensa. La representaría Hester Crimstein, la leyenda personificada. No sería una acusación fácil, pero el fiscal pensó que, en vista de ciertas novedades, podía interponerla.

Una de esas novedades fue el regreso de la integrante pelirroja del grupo Allaw, Sheila Lambert. Cuando Sheila se enteró de la detención -y vio que los medios le pedían ayuda-, volvió a aparecer. El hombre que disparó contra su marido coincidía con la descripción del hombre que amenazó a Grace en el supermercado. Se llamaba Martin Brayboy. Lo habían detenido y había aceptado declarar para la acusación.

Sheila Lambert también contó a la acusación que Shane Alworth había asistido al concierto esa noche, pero en el último momento había decidido no ir al camerino a enfrentarse con Jimmy X. Sheila Lambert no sabía por qué había cambiado de parecer, pero suponía que Shane se dio cuenta de que John Lawson estaba demasiado colocado, demasiado desquiciado, demasiado dispuesto a estallar.