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– Hola, Grace.

Sandra Koval entró en la habitación como un frente meteorológico turbulento. Fue directa a la nevera, la abrió y miró dentro.

– ¿Te apetece beber algo?

– No.

Con la cabeza todavía en la pequeña nevera, preguntó:

– ¿Cómo están los niños?

Grace no contestó. Sandra Koval sacó una Perrier. Desenroscó el tapón y se sentó.

– ¿Qué hay?

¿Debía probar la temperatura con la punta del pie o lanzarse sin más?

– No es verdad que tomaras a Wade Larue como cliente por mí -empezó sin preámbulos-. Lo tomaste porque querías estar cerca de él.

Sandra Koval se sirvió la Perrier en un vaso.

– Eso podría ser, hipotéticamente, cierto.

– ¿Hipotéticamente?

– Sí. Puede que, en un mundo hipotético, yo haya representado a Wade Larue para proteger a cierto miembro de mi familia. Pero en caso de que hubiera sido así, me habría asegurado igualmente de que representaba a mi cliente de la mejor manera posible.

– ¿Dos pájaros de un tiro?

– Tal vez.

– Y ese miembro de la familia, ¿sería tu hermano?

– Es posible.

– Es posible -repitió Grace-. Pero no fue eso lo que sucedió. Lo que tú pretendías no era proteger a tu hermano.

Sus miradas se cruzaron.

– Lo sé -dijo Grace.

– ¿Ah, sí? -Sandra bebió un sorbo-. En ese caso, ¿por qué no me lo cuentas?

– Tenías… ¿cuántos años? ¿Veintisiete? Acababas de salir de la Facultad de Derecho y trabajabas de abogada criminalista, ¿no?

– Sí.

– Estabas casada. Tu hija tenía dos años. Tenías ante ti una carrera fulgurante. Y de pronto tu hermano lo estropeó todo. Tú estabas allí esa noche, Sandra. En el Boston Garden. La otra mujer que entró en los camerinos eras tú, no Geri Duncan.

– Ya veo -dijo ella sin el menor asomo de inquietud-. ¿Y eso cómo lo sabes?

– Jimmy X dijo que una mujer era pelirroja, y ésa era Sheila Lambert, y la otra, la que lo azuzaba, era morena. Geri Duncan era rubia. Tú, Sandra, eras la morena.

Se echó a reír.

– ¿Y con eso qué pretendes demostrar?

– Nada por sí mismo. Ni siquiera sé si es relevante. Es probable que Geri Duncan también estuviera allí. Es posible que fuese ella quien distrajo a Gordon MacKenzie para que vosotros tres pudierais colaros en los camerinos.

Sandra Koval hizo un gesto vago con la mano.

– Sigue, esto se pone interesante.

– ¿Quieres que vaya al grano?

– Te lo ruego.

– Según Jimmy X y Gordon MacKenzie, tu hermano recibió un disparo esa noche.

– Así es -corroboró Sandra-. Estuvo ingresado en un hospital tres semanas.

– ¿En qué hospital?

No vaciló ni parpadeó ni reaccionó en lo más mínimo.

– El Mass General.

Grace movió la cabeza en un gesto de negación.

Sandra hizo una mueca.

– ¿Vas a decirme que has indagado en todos los hospitales de la zona de Boston?

– No ha sido necesario -replicó Grace-. Jack no tenía ninguna cicatriz.

Silencio.

– Verás, la herida de bala habría dejado una cicatriz, Sandra. Es lo más lógico. Tu hermano recibió un disparo. Mi marido no tenía cicatriz. Eso sólo tiene una explicación. -Grace apoyó las manos en la mesa. Le temblaban.

– Yo nunca estuve casada con tu hermano.

Sandra Koval no dijo nada.

– Tu hermano, John Lawson, recibió un disparo ese día. Sheila Lambert y tú lo sacasteis a rastras del tumulto. Pero su herida era mortal. Al menos eso espero, porque de lo contrario significaría que tú lo mataste.

– ¿Y por qué habría hecho algo así?

– Porque si lo llevabas al hospital, tendrían que denunciar el tiroteo. Si te presentabas con un cadáver, o si simplemente lo dejabas tirado en la calle, alguien investigaría y averiguaría dónde y cómo le dispararon. Tú, la prometedora abogada, estabas aterrorizada. Seguro que Sheila Lambert también. Cuando sucedió eso, el mundo entero enloqueció. El fiscal de Boston e incluso el propio Carl Vespa salieron por televisión reclamando sangre. Y todas las familias. Si te veías involucrada en eso, te detendrían o algo peor.

Sandra Koval permaneció callada.

– ¿Llamaste a tu padre? ¿Le preguntaste qué debías hacer? ¿Te pusiste en contacto con algún criminal, alguno de tus antiguos clientes, para que te ayudara? ¿O simplemente te deshiciste del cadáver por tu cuenta?

Sandra se rió.

– Qué imaginación tienes, Grace. Y ahora, ¿puedo preguntarte una cosa?

– Claro.

– Si John Lawson murió hace quince años, ¿con quién te casaste?

– Yo me casé con Jack Lawson -contestó Grace-, que antes se llamaba Shane Alworth.

Eric Wu no había retenido a dos hombres en el sótano, comprendió Grace. Sólo a uno. A un hombre que se había sacrificado para salvarla. A un hombre que debía de saber que iba a morir y quería dejar constancia de una última verdad de la única manera que le quedaba.

Sandra Koval casi sonrió.

– Es una teoría increíble.

– Y fácil de probar.

Sandra se echó atrás y se cruzó de brazos.

– Hay algo que no entiendo de tu versión de los hechos. ¿Por qué no me limité a esconder el cadáver de mi hermano y fingí que había huido?

– Demasiada gente haría preguntas -dijo Grace.

– Pero eso fue lo que les pasó a Shane Alworth y Sheila Lambert. Desaparecieron sin más.

– Eso es verdad -reconoció Grace-. Y tal vez la respuesta tenga que ver con el fideicomiso familiar.

Al oírla, Sandra se quedó petrificada.

– ¿El fideicomiso?

– Encontré los documentos del fideicomiso en el escritorio de Jack. Se los llevé a un amigo abogado. Se ve que tu abuelo creó seis fideicomisos. Tenía dos hijos y cuatro nietos. Olvídate por un momento del dinero. Hablemos del poder de voto. Todos teníais la misma participación, que se dividía en seis partes, pero tu padre tenía un cuatro por ciento más. De ese modo, tu lado de la familia controlaba el negocio, con un cincuenta y dos por ciento frente al otro cuarenta y ocho. Pero, y a mí estas cosas no se me dan muy bien, así que discúlpame, el abuelo quería que todo quedara en familia. Si cualquiera de vosotros moría antes de los veinticinco años, el poder de voto debía dividirse a partes iguales entre los cinco supervivientes. Si tu hermano moría la noche del concierto, por ejemplo, significaba que tu lado de la familia, tu padre y tú, ya no ocuparíais una posición mayoritaria.

– Estás loca.

– Es posible -dijo Grace-. Pero, dime, Sandra. ¿Por qué lo hiciste? ¿Fue por miedo a que te cogieran, o temías perder el control del negocio familiar? Tal vez por una mezcla de las dos cosas. En cualquier caso, sé que conseguiste que Shane Alworth ocupara el lugar de tu hermano. Será fácil demostrarlo. Desenterraremos viejas fotos. Podemos hacer una prueba del ADN. O sea, se ha acabado.

Sandra empezó a golpear la mesa con las yemas de los dedos.

– Si eso es verdad -dijo-, el hombre al que quisiste te mintió todos esos años.

– Eso es verdad al margen de todo -dijo Grace-. Por cierto, ¿cómo conseguiste que cooperara?

– Se supone que eso es una pregunta retórica, ¿no?

Grace se encogió de hombros y prosiguió:

– La señora Alworth me dijo que eran pobres de solemnidad. Su hermano Paul no podía pagarse la universidad. Ella vivía en un tugurio. Pero me atrevo a suponer que tú los amenazaste. Si un miembro de Allaw salía perjudicado por eso, todos se verían afectados. Es probable que él pensara que no le quedaba más remedio.

– Vamos, Grace. ¿De verdad crees que un pobretón como Shane Alworth podía hacerse pasar por mi hermano?

– ¿Realmente habría sido tan difícil? Seguro que tu padre y tú lo ayudasteis. No habría sido ningún problema conseguir documentos de identidad. Ya tenías el certificado de nacimiento de tu hermano y todos los documentos necesarios. Bastaba con decir que le habían robado la cartera. Entonces era más fácil falsificar documentos. Se habría sacado un nuevo permiso de conducir, un pasaporte, lo que sea. Encontraste otro abogado especializado en fideicomisos en Boston… mi amigo se fijó en que ya no era el de Los Ángeles… alguien que no hubiera visto nunca a John Lawson. Si tú, tu padre y Shane ibais juntos a su despacho, con todos los documentos de identidad en regla, ¿quién lo pondría en duda? Tu hermano ya se había licenciado en la Universidad de Vermont, así que tampoco tenía que presentarse allí con una cara nueva. Shane ya podía irse al extranjero. Si alguien se encontraba con él, pues nada, diría que se llamaba Jack y que era otro John Lawson. Tampoco es un nombre muy raro.