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Lee había pasado unas cuantas horas recostado intranquilo en el sofá de la planta baja con la pistola sobre el vientre. Cada pocos minutos le parecía que oía a alguien entrar en la casa pero no era más que su imaginación, ya agotada, que hacía todo lo posible por volverlo loco.

Como no podía dormir decidió al final arreglarse para marcharse a Charlottesville. Se dio una ducha rápida y se cambió de ropa. Estaba preparándose la bolsa cuando oyó que alguien llamaba a su puerta con suavidad.

Faith iba vestida con una bata blanca; las mejillas hinchadas y los ojos cansados ponían de manifiesto su incapacidad para conciliar el sueño.

– Dónde está Buchanan? -preguntó él.

– Dormitando, me parece. Yo no he podido pegar ojo.

– Pues ya somos dos. -Acabó de introducir sus cosas en la bolsa y la cerró.

– ¿Estás seguro de que no quieres que te acompañe? -preguntó ella.

Lee sacudió la cabeza.

– No quiero que estés cerca de ese tipo y sus matones, si es que aparecen. Conseguí hablar con Renee anoche. La primera vez que hablo con ella desde no sé cuándo y tengo que decirle que podría ser la víctima de un psicópata por algo que hizo su estúpido padre.

– ¿Cómo se lo tomó?

A Lee se le iluminó el semblante.

– La verdad es que pareció alegrarse de saber de mí. No le conté todo lo que pasaba. No quería aterrorizarla demasiado pero creo que tiene ganas de verme.

– Qué bien. Me alegro mucho por ti, Lee.

– Como mínimo la poli se tomó mi llamada en serio. Renee me dijo que un agente fue a hablar con ella y que hay un coche patrullando la zona.

Dejó la bolsa y le tomó la mano.

– No me siento tranquilo dejándote aquí.

– Es tu hija. Todo irá bien. Ya has oído a Danny. Tiene a ese tipo entre la espada y la pared.

Lee no parecía muy convencido.

– Lo último que deberías hacer ahora es bajar la guardia. El coche llegará a las ocho para llevaros al avión y volaréis de vuelta a Washington.

– ¿Y luego qué?

– Id a un motel de las afueras. Registraos con un nombre falso y luego llamadme al móvil. En cuanto me cerciore de que Renee está bien me reuniré con vosotros. Ya lo he hablado con Buchanan. Está de acuerdo.

– ¿Y luego? -insistió Faith.

– Vayamos por partes. Ya te dije que no había garantías.

– Me refería a nosotros.

Lee jugueteó con la correa de la bolsa.

– Ah -fue todo lo que dijo y sonó estúpido.

– Ya veo.

– ¿Qué ves? -preguntó Lee.

– Un revolcón y adiós, muy buenas.

– ¿Por qué piensas eso? ¿Todavía no sabes qué tipo de hombre soy?

– En realidad pensaba que sí, pero supongo que se me ha olvidado. Perteneces al grupo de los solitarios: para vosotros el sexo sólo es una manera de pasar un buen rato, ¿no?

– ¿Por qué discutimos? Como si no tuviéramos suficientes problemas. Podemos hablar del tema más adelante. No creas que no voy a volver.

Lee no pretendía reprender a Faith pero… diablos, ¿por qué no se daba cuenta de que aquél no era el mejor momento? Faith se sentó en la cama.

– Como dijiste, sin garantías -musitó.

Lee le posó una mano sobre el hombro.

– Volveré, Faith. No he llegado hasta aquí para abandonarte ahora.

– Bueno -se limitó a decir ella. Se levantó y le dio un breve abrazo-. Ten mucho cuidado, por favor.

Acompañó a Lee hasta la puerta posterior. Cuando se volvió para entrar, él clavó la vista en ella. No se perdió ni un detalle, desde los pies descalzos al cabello corto, pasando por todo lo que había en medio. Por un perturbador momento, se preguntó si sería la última vez que la vería.

Lee se montó en la Honda y arrancó la moto rápidamente.

Cuando Lee recorrió el camino de entrada y llegó a la calle haciendo un ruido infernal, Brooke Reynolds corrió hacia el Crown Vic y abrió la puerta. Sin aliento, se inclinó hacia el interior.

– Mierda, sabía que en cuanto saliera del coche para observar la casa más de cerca pasaría esto. Debe de haber salido por una puerta trasera. Ni siquiera ha encendido la luz del garaje. No lo he visto hasta que ha puesto la moto en marcha. ¿Qué hacemos? ¿La casa o la moto?

Connie echó un vistazo calle abajo.

– A Adams ya lo hemos perdido de vista y esa moto es mucho más rápida que este tanque.

– Supongo que eso nos deja con la casa y Lockhart. De repente, Connie pareció preocuparse.

– Estamos dando por supuesto que ella continúa dentro. De hecho, ni siquiera sabemos si ha estado allí alguna vez.

– Mierda, sabía que dirías eso. Más nos vale que esté ahí. Si hemos dejado marchar a Adams y Lockhart no está en esa casa, me voy nadando a Inglaterra. Y tú tendrás que acompañarme. Vamos, Connie, tenemos que entrar en la casa.

Connie salió del coche, desenfundó el arma y miró en torno a sí con nerviosismo.

– Mierda, esto no me gusta. Podría ser una trampa. Quizá vayamos directos a una emboscada. Y no tenemos refuerzos. -No tenemos otra opción, ¿verdad?

– De acuerdo, pero quédate detrás de mí, joder.

Se dirigieron a la casa.