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– Agáchate, Faith -dijo Lee al tiempo que se arrimaba a una ventana que daba a la calle. Había sacado la pistola y observaba a un hombre que se apeaba de un coche justo enfrente-. ¿Es Buchanan? -preguntó.

Faith atisbó preocupada por encima del alféizar y se relajó de inmediato.

– Sí.

– Bien, abre la puerta. Yo te cubriré.

– Ya te he dicho que era Danny.

– Fantástico, pues entonces deja entrar a Danny. No quiero correr riesgos innecesarios.

Faith frunció el ceño al oír ese comentario, se acercó a la puerta delantera y la abrió. Buchanan entró en la casa y ella cerró la puerta con llave detrás de él. Se fundieron en un largo abrazo mientras Lee los miraba desde las escaleras, con la pistola bien visible en el estuche del cinturón. Sus cuerpos se estremecían y las lágrimas les resbalaban por el rostro. Experimentó una punzada de celos ante aquel abrazo. Sin embargo, se le pasó enseguida ya que advirtió que aquellas muestras de cariño eran las de un padre con su hija; un encuentro de almas separadas por las circunstancias de la vida.

– Debes de ser Lee Adams -dijo Buchanan, tendiéndole la mano-. Estoy seguro de que lamentas el día que aceptaste este trabajo.

Lee bajó y le estrechó la mano.

– Qué va. Esto ha sido pan comido. De hecho estoy pensando en especializarme en el tema, sobre todo teniendo en cuenta que nadie más sería lo suficientemente estúpido como para hacerlo.

– Gracias a Dios que estabas aquí para proteger a Faith.

– De hecho, salvar a Faith se me da bastante bien. -Lee intercambió una sonrisa con ella y volvió a dirigirse a Buchanan-. Pero lo cierto es que tenemos una complicación añadida, y muy importante -añadió-. Vamos a la cocina. Supongo que preferirás enterarte tomando una copa.

En cuanto se hubieron sentado a la mesa de la cocina, Lee informó a Buchanan de la situación relativa a su hija.

Buchanan se enfureció.

– Ese cabrón.

Lee le dirigió una mirada intensa.

– ¿Ese cabrón tiene nombre? Me encantaría saberlo, más que nada para tenerlo presente en el futuro.

Buchanan negó con la cabeza.

– Créeme, no te interesa ir por ese camino.

– ¿Quién está detrás de todo esto, Danny? -Faith le tocó el brazo-. Creo que tengo derecho a saberlo.

Buchanan se volvió hacia Lee.

– Lo siento -dijo Lee levantando las manos-. Te toca salir a escena.

Buchanan agarró a Faith del brazo.

– Son gente muy poderosa y resulta que trabajan para este país. Esto es lo único que puedo decir sin poneros en un peligro aún mayor.

Faith se recostó en el asiento, asombrada.

– ¿Nuestro propio gobierno intenta matarnos?

– El caballero con quien he tratado hace las cosas a su manera. No obstante, dispone de recursos, muchos recursos.

– ¿Entonces la hija de Lee corre verdadero peligro?

– Sí. Este hombre no suele revelar sus verdaderos propósitos.

– Por qué has venido aquí, Buchanan? -quiso saber Lee-. Te has librado de ese tipo. Por la cuenta que nos trae, espero que lo hayas conseguido. Pero podías haberte largado a cualquier otro sitio de entre un millón. ¿Por qué aquí?

– Yo os metí en esto y tengo la intención de sacaros sanos y salvos.

– Pues será mejor que tu plan incluya a mi hija, o no cuentes conmigo. Si es necesario, no me separaré de ella durante los próximos veinte años.

– Podríamos llamar a la agente del FBI con quien estaba colaborando, Brooke Reynolds -sugirió Faith-, y contarle lo que ocurre. Podría poner a la hija de Lee en custodia preventiva.

– ¿Para el resto de su vida? -Buchanan negó con la cabeza-. No, eso no funcionará. Tendremos que cortar las cabezas de la hidra y luego quemar las heridas. De lo contrario estamos perdiendo el tiempo.

– ¿Y se puede saber cómo vamos a hacerlo? -inquirió Lee. Buchanan abrió el maletín y extrajo la diminuta cinta de un hueco oculto.

– Con esto. He grabado al hombre de quien os he hablado. En esta cinta confiesa haber ordenado que mataran a un agente del FBI, entre otros actos incriminatorios.

Por primera vez, Lee se mostró esperanzado.

– ¿Lo dices en serio?

– Créeme, nunca bromearía sobre ese hombre.

– Entonces utilizamos esta cinta para mantener a raya al sabueso. Si nos hace daño lo destruimos. Él lo sabe, así que con ello le habremos arrancado los colmillos.

Buchanan asintió despacio con la cabeza.

– Exacto.

– ¿Y sabes cómo ponerte en contacto con él? -preguntó Lee.

Buchanan asintió de nuevo.

– Estoy seguro de que ya ha descubierto lo que hice y ahora mismo estará intentando averiguar cuáles son mis intenciones.

– Bueno, mi intención es que llames a ese capullo de inmediato y le adviertas que no se le ocurra tocar a mi hija. Quiero que me lo jure por sus muertos. Y como no me fío de ese cabrón quiero que haya una brigada del cuerpo de elite de la Marina apostada en la puerta de su habitación. Además, estoy por ir yo mismo a ese lugar. Por si acaso. ¿Quieren a Renee? Pues tendrán que pasar por encima de mi cadáver.

– No estoy seguro de que sea buena idea -repuso Buchanan.

– No recuerdo haber pedido tu opinión -le espetó Lee.

– Lee, por favor -rogó Faith-. Danny intenta ayudarnos.

– No estaría viviendo esta pesadilla si este tipo hubiera sido sincero conmigo desde el principio. Así que perdóname si no lo trato como a mi mejor amigo.

– No te culpo por lo que sientes -manifestó Buchanan-. Pero me pediste ayuda y haré lo que pueda por ayudarte. Y a tu hija también. No lo dudes.

La actitud defensiva de Lee se suavizó ante aquella declaración, aparentemente sincera.

– De acuerdo -dijo a regañadientes-. Reconozco que te llevas unos puntos por haber venido aquí, pero obtendrás más cuando detengas a los asesinos. Y luego deberíamos largarnos de aquí. Ya he llamado a ese psicópata una vez desde mi teléfono móvil. Supongo que en algún momento acabará por localizarnos. Cuando lo llames tú, dispondrán de incluso más información para hacerlo.

– Entendido. Tengo un avión a mi disposición en una pista de aterrizaje privada no muy lejos de aquí.

– Tus amigos de las altas esferas?

– Amigo. Un senador de este estado, Russell Ward.

– El bueno de Rusty -dijo Faith sonriendo.

– ¿Estás seguro de que no te han seguido? -Lee lanzó una ojeada hacia la puerta delantera.

– Nadie me ha seguido. No estoy seguro de mucho más, pero de eso sí.

– Si este tipo es tan hábil como tú pareces creer, yo no estaría seguro de nada. -Lee levantó el teléfono-. Ahora haz esa llamada, por favor.