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Reynolds y Connie llegaron a Duck, Carolina del Norte, alrededor de la una de la madrugada tras una única parada para repostar y comer algo, y poco después se hallaban en Pine Island. Las calles estaban oscuras y los comercios cerrados. Sin embargo, tuvieron la suerte de encontrar una gasolinera que permanecía abierta toda la noche. Mientras Reynolds compraba dos cafés y unos bollos, Connie preguntó al empleado dónde estaba la pista de aterrizaje. Se sentaron en el aparcamiento de la gasolinera, comieron y reflexionaron sobre la situación.

– He llamado a la Oficina de Campo -informó Connie a Reynolds mientras removía el azúcar del café-. Un giro interesante. Buchanan ha desaparecido.

Reynolds engulló un trozo de bollo y lo miró de hito en hito.

– ¿Cómo demonios ha ocurrido una cosa así?

– Nadie lo sabe. Por eso hay tanta gente lamentándose.

– Bueno, por lo menos no nos pueden echar la culpa a nosotros.

– No estés tan segura de ello -repuso Connie-. Culpar es un arte que se practica mucho en Washington, y el FBI no es una excepción.

De repente una idea asaltó a Reynolds.

– Connie, ¿crees que Buchanan podría intentar encontrarse con Lockhart? Tal vez desapareciera por eso.

– Si los atrapáramos a los dos a la vez, a lo mejor te nombran directora.

Reynolds sonrió.

– Me conformo con que me permitan reincorporarme a mi puesto. Pero quizá Buchanan esté de camino. ¿A qué hora dicen que le perdieron el rastro?

– Por la tarde.

– Entonces, si ha venido en avión, ya podría estar aquí, hace horas incluso.

Connie tomó un sorbo de café mientras meditaba.

– ¿Por qué querrían Buchanan y Lockhart hacer algo juntos? -preguntó de forma pausada.

– No lo olvides, si es cierto que Buchanan contrató a Adams, entonces quizá Adams lo llamara y acabaran por asociarse.

– Si es que Adams es inocente en todo este asunto. Pero estoy convencido de que no habría llamado a Buchanan si pensara que el tipo tenía algo que ver con el intento de liquidar a Lockhart. A juzgar por todo lo que hemos descubierto, me parece que el tipo es una especie de protector para ella.

– Creo que estás en lo cierto -dijo Reynolds-, pero quizá Adams descubriera algo que le hiciera creer que Buchanan no ordenó el trabajito. En ese caso, quizá intentara colaborar con Buchanan para averiguar juntos qué demonios pasa y quién más quería ver a Lockhart muerta.

– ¿Alguien más detrás de todo esto? ¿Uno de los gobiernos extranjeros con los que trabajaba Buchanan, quizá? Si la verdad saliera a relucir, sería como si les acabaran de lanzar cientos de huevos podridos a la cara. Eso es un incentivo suficiente para matar a alguien -manifestó Connie.

– Estoy desconcertada -dijo Reynolds, mientras Connie la observaba fijamente-. Algo en este caso no acaba de encajar. Hay un grupo de personas que se hacen pasar por agentes del FBI, y alguien parece conocer todos nuestros movimientos.

– ¿Ken Newman?

– Quizá. Pero eso tampoco parece tener mucho sentido. Ken recibió dinero durante mucho tiempo. ¿Fue el topo de alguien durante tanto tiempo? ¿0 se trata de alguien más?

– Y no te olvides de la persona que intenta tenderte una trampa para incriminarte -señaló Connie-. Se requiere cierta pericia para hacer transferencias entre cuentas como ésas.

– Exacto. Pero no me imagino a agentes de gobiernos extranjeros haciéndolo; sigo sin entenderlo.

– Brooke, los países se dedican al espionaje industrial contra nosotros cada día. Joder, incluso nuestros aliados incondicionales plagian nuestra tecnología porque no tienen los medios suficientes para crearla. Y nuestras fronteras están tan abiertas que no cuesta mucho cruzarlas. Bien lo sabes.

Reynolds exhaló un largo suspiro mientras contemplaba la oscuridad que lo inundaba todo más allá del chillón anillo luminoso que rodeaba la gasolinera.

– Supongo que tienes razón. Creo que en vez de intentar averiguar quién está detrás de todo esto deberíamos encontrar a Lockhart y compañía y preguntárselo.

– Ése es un plan que me gusta. -Connie puso en marcha el coche y se internaron a toda velocidad en la penumbra.

Tras localizar la pista de aterrizaje, Reynolds y Connie patrullaron por las calles oscuras en busca de la Honda Gold Wing. Prácticamente todas las casas de la playa parecían vacías, lo que facilitaba y dificultaba a la vez la búsqueda. Reducía el número de casas en las que tenían que fijarse pero también ocasionaba que los agentes llamaran más la atención.

Al final Connie avistó la Honda en el garaje abierto de una de las casas de la playa. Reynolds se apeó del coche y la examinó más de cerca para confirmar que la matrícula coincidía con la de la moto que Lee Adams había tomado prestada de la tienda de su hermano. Luego fueron en coche al otro extremo de la calle, apagaron los faros y se pusieron a discutir qué harían a continuación.

– Quizá sea tan sencillo como que yo me acerque por delante y tú por detrás -propuso Reynolds observando la casa a oscuras. Sentía un cosquilleo por todo el cuerpo sólo de pensar que a cincuenta metros escasos estaban las dos o posiblemente las tres personas clave de toda esa investigación.

Connie negó con la cabeza.

– Esto no me gusta. El hecho de que esté la Honda significa que Adams también se encuentra ahí.

– Tenemos su pistola -le recordó Reynolds.

– Lo primero que haría un tipo como ése es conseguir otra. Y cuando entremos, aunque lo pillemos por sorpresa, conocerá el terreno mejor que nosotros. Podría herir a uno de los dos -añadió-. Y tú ni siquiera vas armada, así que no nos separaremos.

– Fuiste tú quien dijo que Adams no parecía ser un mal tipo.

– Creer algo y estar absolutamente seguro de ello son dos cosas distintas. Además, no quiero arriesgar la vida de nadie por esa diferencia. Y cuando uno sorprende a alguien, sea bueno o malo, a altas horas de la noche, pueden cometerse errores. Tengo la intención de devolverte a tus hijos de una pieza. Y tampoco me importaría volver igual.

– Entonces qué hacemos? ¿Esperar a que se haga de día y pedir refuerzos?

– Si llamamos a los locales seguro que al cabo de una hora tendremos aquí a todas las cadenas de televisión de la zona -replicó Connie-. Eso no nos hará quedar muy bien a ojos del FBI.

– Entonces supongo que podemos esperar a que suban a la Honda para detenerlos.

– En vista de las opciones, me inclino por vigilar el lugar y ver qué ocurre. Si salen, intervenimos. Con un poco de suerte, Lockhart saldrá sin Adams y entonces podremos atraparla. Después, supongo que no nos costaría mucho pescar a Adams.

– ¿Y si no salen, ni juntos ni por separado? -preguntó Reynolds.

– Entonces tendremos que actuar cuando lo estimemos conveniente.

– No quiero perderlos de nuevo, Connie.

– No van a largarse a la playa para irse nadando a Inglaterra. A Adams le costó conseguir esa moto. No va a abandonarla porque, sencillamente, no tiene forma de cambiarla por otro vehículo. Vaya a donde vaya, la Honda va con él. Y esa Honda no irá a ningún sitio sin que nosotros la veamos.

Se acomodaron en el coche a esperar.