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Thornhill estaba en el estudio de su casa cuando recibió la llamada de Buchanan. Su conexión telefónica no permitía que se localizase el aparato por el que hablaba Thornhill, aunque Buchanan estuviese en la central del FBI. Además, contaba con un codificador de voz que impedía su identificación. Por otro lado, los hombres de Thornhill trabajaban para averiguar el origen de la llamada de Buchanan aunque todavía no lo habían conseguido. Incluso la CIA tenía sus límites, sobre todo debido a los avances en el campo de las telecomunicaciones. Había tantas señales electrónicas surcando el aire que era prácticamente imposible localizar con precisión una llamada realizada desde un inalámbrico.

La Agencia Nacional de Seguridad podría rastrear la llamada con su antena circular del tamaño de un estadio. Thornhill era perfectamente consciente de que la supersecreta ANS poseía tecnología que dejaba en ridículo todos los medios de la CIA. Se decía que la información que la ANS recogía continuamente del aire podía llenar la Biblioteca del Congreso cada tres horas, engullendo una avalancha de bytes. Thornhill había recurrido en otras ocasiones a los servicios de la ANS. Sin embargo, la ANS (internamente bromeaban diciendo que el acrónimo significaba «agencia nada segura») resultaba más bien difícil de controlar. Así pues, Thornhill no quería implicarlos en ese asunto tan delicado. Se encargaría en persona del mismo.

– ¿Sabes por qué llamo? -preguntó Buchanan.

– Por una cinta. Muy personal.

– Me gusta hablar de negocios con alguien que se cree omnisciente.

– Te agradecería que me ofrecieras alguna prueba, si no es mucho pedir -dijo Thornhill tranquilamente.

Buchanan reprodujo un fragmento de la conversación que habían mantenido con anterioridad.

– Gracias, Danny. ¿Cuáles son tus condiciones?

– Punto uno: no te acerques a la hija de Lee Adams. Retira a tus hombres. Para siempre.

– ¿Acaso estás ahora con el señor Adams y la señorita Lockhart?

– Punto dos: nosotros tres también somos intocables. Si ocurre algo remotamente sospechoso, la cinta irá directa al FBI.

– Durante nuestra última conversación dijiste que ya disponías de los medios para destruirme -comentó Thornhill.

– Mentía.

– ¿Saben Adams y Lockhart que estoy implicado?

– No.

– ¿Cómo puedo confiar en ti?

– Si lo supieran correrían todavía más peligro. Lo único que quieren es sobrevivir. Hoy día parece un objetivo bastante habitual. Y me temo que tendrás que confiar en mi palabra.

– Aunque acabas de reconocer que me habías mentido? -Exactamente. Dime, ¿cómo te sientes? -inquirió Buchanan.

– ¿Y mi plan a largo plazo?

– Ahora mismo me importa un bledo.

– ¿Por qué huiste?

– Ponte en mi lugar; ¿qué habrías hecho?

– Nunca me habría permitido acabar en tu lugar -aseveró Thornhill.

– Menos mal que no todos podemos ser como tú. ¿Hemos llegado a un acuerdo?

– No tengo elección, ¿verdad?

– Bienvenido al club -dijo Buchanan-. No obstante, puedes estar absolutamente seguro de que si nos ocurre algo a alguno de los tres estás acabado. Pero si juegas limpio, alcanzarás tu objetivo. Todo el mundo vivirá para celebrarlo.

– Es un placer negociar contigo, Danny.

Thornhill colgó y se quedó ahí sentado hirviendo de indignación durante unos minutos. Telefoneó a otra persona pero no obtuvo los resultados esperados. No habían localizado la llamada. Bueno, no era tan grave. Apenas confiaba en que lo lograran. Todavía tenía un as en la manga. Marcó otro número y en esta ocasión la información le hizo esbozar una sonrisa. Tal como había dicho Danny, Thornhill sabía todo lo que había que saber y dio gracias a Dios por su omnisciencia. Cuando uno se preparaba para cualquier eventualidad, era difícil que saliese derrotado.

Buchanan estaba con Lockhart, de eso no cabía la menor duda. Sus dos pájaros dorados ocupaban el mismo nido. Eso simplificaba su tarea sobremanera. Buchanan se había pasado de listo.

Estaba a punto de servirse otro whisky cuando su esposa asomó la cabeza a la puerta. ¿Le apetecía ir al club con ella? Había un torneo de bridge. Acababan de llamarla. Una pareja había anulado su participación y querían saber si los Thornhill tendrían a bien ocupar su lugar.

– De hecho -dijo él-, estoy absorto en una partida de ajedrez. -Su esposa echó un vistazo alrededor de la estancia vacía-. Oh, es a distancia, querida -explicó Thornhill señalando con la cabeza al ordenador-. Ya sabes la de cosas que permite la tecnología actual. Puedes enfrentarte con alguien sin verlo siquiera.

– Bueno, no te acuestes tarde -dijo ella-. Has estado trabajando mucho y ya no eres un jovencito.

– Veo luz al final del túnel -afirmó Thornhill. Y en ese momento estaba diciendo la pura verdad.