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Lee había tardado muchas horas que le parecieron agónicas, pero al final localizó a Renee. Su madre se había negado rotundamente a darle su número de teléfono en los dormitorios de la universidad, pero gracias a una serie de llamados a la oficina de matriculación, entre otras, en las que Lee había mentido, suplicado y amenazado, había conseguido el número. No era de extrañar. No había telefoneado a su hija desde hacía mucho tiempo y, cuando por fin lo hacía, tenía que ser para algo así. Vaya, ahora seguro que querría más a su papaíto.

La compañera de habitación de Renee en la UVA juró sobre su tumba que Renee se había ido a clase acompañada por dos jugadores del equipo de fútbol, con uno de los cuales salía. Después de decirle a la joven quién era y dejarle un número para que Renee lo llamara, Lee había colgado el teléfono y había conseguido el número de la oficina del sheriff y le dijo que alguien había amenazado a Renee Adams, estudiante de la UVA. ¿Podrían enviar a alguien para cerciorarse de que no corría peligro? La mujer formuló preguntas que Lee no podía responder, como por ejemplo quién demonios era él. «Eche una ojeada a la lista más reciente de los más buscados», quería decirle. Muerto de preocupación, hizo lo posible por trnsmitirle la sinceridad de sus palabras. Colgó y contempló de nuevo el mensaje digital: «Renee por Faith», se dijo lentamente para sí.

– ¿Que?

Se dio vuelta y vio a Faith, de pie en las escaleras con los ojos y la boca bien abiertos.

– Lee, ¿de qué se trata?

A Lee se le habían agotado las ideas. Se limitó a enseñarle el teléfono con expresión angustiada.

Faith leyó el mensaje.

– Tenemos que llamar a la policía.

– Renee está bien -dijo Lee-. Acabo de hablar con su compañera de habitación. Y he llamado a la policía. Alguien intenta asustarnos.

– Eso no lo sabes.

– Tienes razón, no lo sé -respondió abatido.

– ¿Vas a devolver la llamada?

– Probablemente eso es lo que quieren que haga.

– ¿ Para rastrearla? ¿Es posible localizar un teléfono móvil?

– Si, con el equipo adecuado. Las compañías telefónicas tienen que ser capaces de localizar una llamada realizada desde un móvil para determinar la ubicación de una persona que llame a urgencias. Utilizan un método que mide las distancias entre las torres de telecomunicaciones en función de la disparidad en la recepción de la señal y que genera una lista de posibles procedencias… Mierda, la cabeza de mi hija podría estar en la guillotina y yo aquí hablando como si fuera una revista científica andante.

– Pero no pueden determinar la ubicación exacta.

– No, creo que no. No es tan preciso como el posicionamiento por satélite, eso seguro. Pero ¿quién diablos lo sabe? Cada segundo algún capullo sabiondo inventa un aparato nuevo que te roba un poco más de intimidad. Lo sé, mi ex mujer se casó con uno de ésos.

– Deberías llamar, Lee.

– ¿Y qué demonios se supone que tengo que decir? Quieren que te cambie por ella.

Faith posó una mano sobre su hombro, le acarició la nuca y se apoyó en él.

– Llámalos. Y luego ya veremos qué hacemos. No le va a pasar nada a tu hija.

Lee la miró.

– No puedes garantizármelo.

– Puedo garantizarte que haré todo lo posible para asegurarme de que no sufra ningún daño.

– ¿lncluso entregarte?

– Si tengo que hacerlo, sí. No voy a permitir que una persona inocente sufra por mi culpa.

Lee se desplomó en el sofá.

– Se supone que tengo que ser capaz de funcionar bien bajo presión y ni siquiera consigo ordenar mis pensamientos.

– Llámalos -insistió Faith con gran firmeza.

Lee respiró a fondo y marcó los números. Faith estaba sentada a su lado escuchando. La señal de llamada sonó una vez y entonces obtuvieron respuesta.

– ¿Señor Adams?

Lee no reconoció la voz. Poseía cierta cualidad mecánica que le hizo pensar que la modificaban con algún medio. Sonaba lo bastante inhumana como para hacerle sentir un hormigueo en la piel que le producía un terror absoluto.

– Soy Lee Adams.

– Fue todo un detalle por su parte dejar su número de móvil en su apartamento. Así nos ha sido mucho más fácil ponernos en contacto con usted.

– Acabo de preguntar por mi hija. Está bien. Y he llamado a la policía, así que su plan de secuestro…

– No tengo la menor necesidad de secuestrar a su hija, señor Adams.

– Entonces no sé por qué estoy hablando con usted.

– No hace falta secuestrar a una persona para matarla. Su hija puede ser eliminada hoy, mañana, el mes que viene o el próximo año. Mientras se dirige a clase, juega al lacrosse, va en coche, incluso mientras duerme. Su cama está al lado de una ventana, en la planta baja. Suele quedarse hasta tarde en la biblioteca. La verdad es que no podría resultar más fácil.

– ¡Cabrón! ¡Hijo de puta! -Lee parecía querer partir el teléfono en dos.

Faith lo sujetó por los hombros, intentando calmarlo. La voz siguió hablando con una tranquilidad irritante.

– El histrionismo no ayudará a su hija. ¿Dónde está Faith Lockhart, señor Adams? Eso es todo lo que queremos. Entréguela y todos sus problemas habrán terminado.

– ¿Y se supone que debo aceptar eso como un acto de fe?

– No le queda otra opción.

– ¿Por qué da por sentado que tengo a esa mujer? -preguntó Lee.

– ¿Quiere que muera su hija?

– Pero si Lockhart se ha escapado.

– Muy bien, la semana que viene puede enterrar a Renee. Faith tiró a Lee del brazo y señaló el teléfono.

– ¡Espere, espere! -exclamó Lee-. De acuerdo, si yo tuviera a Faith, ¿qué propondría usted?

– Un encuentro.

– Ella no vendrá por voluntad propia.

– No me importa cómo consiga traerla -repuso la voz-. Eso es asunto suyo. Estaremos esperando.

– ¿Y me dejarán marchar?

– La deja a ella y se larga. Nosotros nos ocuparemos del resto. Usted no nos interesa.

– ¿Dónde?

Le indicaron una dirección en las afueras de Washington, D.C., en el lado de Maryland. Conocía bien el barrio: era una zona muy aislada.

– Tengo que conducir hasta allí. Y la poli está por todas partes. Necesito unos cuantos días.

– Mañana por la noche. A las doce en punto.

– Maldita sea, eso no es mucho tiempo.

– Entonces le sugiero que vaya arrancando el vehículo.

– Escúcheme bien -masculló Lee-, si le ponen la mano encima a mi hija, los encontraré, no sé cómo, pero lo haré. Se lo juro. Primero le romperé todos los huesos del cuerpo y luego le haré daño de verdad.

– Señor Adams, considérese el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra porque no le consideramos una amenaza. Y hágase un favor: cuando se marche no se le ocurra mirar hacia atrás. No se convertirá en una estatua de sal pero no le gustará lo que vea. -El hombre colgó.

Lee dejó el teléfono. Durante unos minutos él y Faith permanecieron sentados en silencio.

– ¿Y ahora qué hacemos? -logró decir Lee finalmente. -Danny aseguró que llegaría aquí lo antes posible. -Fantástico. Me han dado un plazo: la medianoche de mañana. -Si Danny no Llega a tiempo, iremos al lugar que te ha indicado, pero antes pediremos refuerzos.

– ¿A quién, al FBI? -inquirió Lee. Faith asintió-. Faith, no estoy seguro de tener tiempo suficiente para explicar todo esto a los agentes federales en un año, y mucho menos en un día.

– Es todo lo que tenemos, Lee. Si Danny llega aquí a tiempo y tiene un plan mejor, lo ponemos en práctica. De lo contrario, llamaré a la agente Reynolds. Ella nos ayudará. La convenceré. -Le apretó el brazo con fuerza-. No le va a pasar nada a tu hija, te lo prometo.

Lee le estrechó la mano, deseando de todo corazón que Faith estuviera en lo cierto.