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– Éste es el último lugar-señaló Connie cuando llegaron a la tienda de motocicletas en el sedán.

Salieron del coche y Reynolds miró en torno a sí.

– ¿Su hermano pequeño?

Connie asintió mientras comprobaban la lista.

– Scott Adams. Es el encargado.

– Bueno, esperemos que resulte de más ayuda que los demás.

Habían hablado con todos los parientes de Lee en la zona. Nadie había tenido noticias de él durante la última semana. 0 por lo menos eso habían dicho. Scott Adams quizá fuera su última posibilidad. Sin embargo, cuando entraron en la tienda, les comunicaron que había salido de la ciudad para asistir a la boda de un amigo y que no regresaría hasta un par de días después.

Connie entregó su tarjeta al joven del mostrador.

– Dile que me llame en cuanto llegue.

Rick, el vendedor que había estado coqueteando con Faith sin disimulo, examinó la tarjeta.

– ¿Esto tiene que ver con su hermano?

Connie y Reynolds lo observaron.

– ¿Conoces a Lee Adams? -inquirió Reynolds.

– No puedo decir que lo conozca. No sabe cómo me llamo ni nada. Pero ha venido aquí varias veces. La última fue hace un par de días.

Los dos agentes repasaron a Rick con la vista, calibrando su credibilidad.

– ¿ Iba solo? -preguntó Reynolds.

– No. Iba con una tía.

Reynolds extrajo una foto de Lockhart y se la enseñó.

– Imagínatela con el pelo más corto y negro, en vez de caoba. Rick asintió sin quitar ojo a la fotografía.

– Sí, es ella. Y Lee también tenía el pelo distinto. Corto y rubio. Y también llevaba barba y bigote. Me fijo mucho en esas cosas. Reynolds y Connie se miraron el uno al otro, intentando disimular la emoción con todas sus fuerzas.

– ¿Tienes idea de adónde pueden haber ido? -preguntó Connie.

– Es posible. Pero sí sé por qué vinieron aquí.

– ¿Ah, sí? ¿Por qué?

– Necesitaban transporte. Se llevaron una moto. Una de las Gold Wing grandes.

– ¿Una Gold Wing? -repitió Reynolds.

– Si. -Rick rebuscó entre una pila de folletos en color que había sobre el mostrador y dio vuelta a uno para que Reynolds lo viera.

– Esta de aquí. La Honda Gold Wing SE. Para recorrer largas distancias, es la mejor. De verdad.

– Y dices que Adams se llevó una. ¿Sabes el color y el número de matrícula?

– Puedo consultar la matrícula. El color es el mismo que el del folleto. Era de muestra, pero Scotty dejó que se la llevara.

– Has dicho que tal vez supieras adónde habían ido -intervino Reynolds.

– ¿Qué quieren de Lee?

– Queremos hablar con él. Y con la mujer que lo acompaña -respondió ella amablemente.

– ¿Han hecho algo malo?

– No lo sabremos hasta que hablemos con ellos -contestó Connie. Dio un paso hacia adelante-. Se trata de una investigación del FBI. ¿Eres amigo de ellos o algo así?

Rick empalideció.

– No, qué va, esa tía es un mal rollo. Tiene un genio de mil demonios. Mientras Lee estaba dentro, salí al aparcamiento de las motos e intenté atenderla, con toda profesionalidad, y casi se me echa encima. Y Lee es parecido. Cuando salió, se puso bravucón conmigo. De hecho, estuve a punto de darle una buena paliza.

Mientras Connie observaba al larguirucho de Rick, recordó la cinta de vídeo en la que había visto a un Lee Adams con un físico imponente.

– ¿Darle una buena paliza? ¿Seguro?

– Me aventaja en peso, pero es un viejo. Y yo practico tackwondo -Rick se puso a la defensiva.

Reynolds observó a Rick de cerca.

– ¿Así que dices que Lee Adams permaneció un rato en el interior y que la mujer se quedó fuera sola?

– Eso es.

Reynolds y Connie intercambiaron una mirada rápida.

– Si tienes información sobre adónde fueron, el FBI te estaría muy agradecido -dijo Reynolds con impaciencia-. Y sobre la matrícula de la moto. Ahora mismo, si no te importa. Tenemos prisa.

– Claro. Lee también se llevó un mapa de Carolina del Norte. Los vendemos aquí, pero Scotty se lo regaló. Eso es lo que dijo Shirley, la chica que suele atender detrás del mostrador.

– ¿Está aquí?

– No. Está enferma. Me ha tocado sustituirla.

– ¿Puedo llevarme uno de esos mapas de Carolina? -preguntó Reynolds. Rick sacó uno y se lo pasó-. ¿Cuánto es? Él sonrió.

– Eh, regalo de la casa. Para que vean que soy buen ciudadano. ¿Saben? Estoy pensando en ingresar en el FBI.

– Siempre nos ha interesado reclutar a personas competentes -manifestó Connie con el semblante inexpresivo y apartando la mirada.

Rick consultó la matrícula en el folleto y se la dio a Connie. -Ya me informarán de lo que ocurra -dijo Rick cuando se marchaban.

– Serás el primero en saberlo -aseguró Connie por encima del hombro.

Los dos agentes regresaron al coche.

Reynolds se volvió hacia su compañero.

– Bueno, parece que Adams no retiene a Lockhart en contra de su voluntad. La dejó fuera sola. Podría haberse largado.

– Deben de formar una especie de equipo. Por lo menos ahora. -Carolina del Norte -dijo Reynolds casi para sí. -Un estado grande -apuntó Connie.

Reynolds torció el gesto.

– Bueno, veamos si podemos reducir un poco el radio de acción. En el aeropuerto, Lockhart compró dos billetes para Norfolk.

– ¿Y por qué se llevaron un mapa de Carolina del Norte?

– No podían ir en avión. Habríamos estado esperándolos en Norfolk. Por lo menos Adams parecía consciente de ello. Probablemente sabía que tenemos un convenio con las compañías aéreas y que gracias al mismo localizamos a Lockhart en el aeropuerto.

– Lockhart metió la pata al usar su nombre verdadero para el segundo billete. Pero seguramente no tenía alternativa, a no ser que contara con un tercer documento de identidad falso -añadió Connie.

– Así que no fueron en avión. No puede utilizar una tarjeta de crédito, así que tampoco alquilaron un coche. Adams se imagina que tenemos vigiladas las estaciones de autobús y ferrocarril. Así que le piden a su hermano la Honda y un mapa para su destino real: Carolina del Norte.

– Lo que significa que cuando llegaran a Norfolk en avión pensaban ir en coche o tomar otro avión para desplazarse a algún lugar de Carolina del Norte.

Reynols negó con la cabeza.

– Pero eso no tiene sentido. Si iban a Carolina del Norte, ¿por qué no ir ahí directamente en avión? Hay cientos de vuelos a Raleigh y Charlotte desde el National. ¿Por qué pasar por Norfolk?

– Quizá uno iría por Norfolk si no se dirige a Charlotte ni a Raleigh ni a otro lugar cercano -aventuró Connie-, pero sí a algún otro punto de Carolina del Norte.

– Pero ¿por qué no pasar por uno de esos dos grandes aeropuertos?

– Bueno, podría ser que Norfolk estuviera mucho más cerca de donde querían ir que Charlotte o Raleigh.

Reynolds reflexionó por unos momentos.

– Raleigh está más o menos en el centro del estado. Charlotte está en el oeste:

Connie chasqueó los dedos.

– ¡Al este! La costa. ¿ Los Outer Banks?

Reynolds asintió.

– Tal vez. En los Outer Banks hay miles de casas en la playa donde esconderse.

De repente, Connie no parecía tan esperanzado.

– Miles de casas en la playa -musitó.

– Bueno, lo primero que puedes hacer es llamar al contacto del FBI en las compañías aéreas y averiguar qué vuelos salen de Norfolk en dirección a los Outer Banks. Y tenemos varios horarios. Estaba previsto que su vuelo llegara a Norfolk al mediodía. No me los imagino entreteniéndose más de lo necesario en un lugar público, así que el otro vuelo debía de salir poco después del mediodía. Quizá alguna de las compañías pequeñas ofrezca un servicio regular. Ya hemos comprobado las principales compañías aéreas. No hicieron ninguna reserva con ellas para un vuelo que saliera desde Norfolk.

Connie descolgó el teléfono del coche e hizo una llamada. No tardó en recibir respuesta.

La esperanza volvía a reflejarse en su rostro.

– No vas a creerlo, pero sólo hay una compañía que vuela a los Outer Banks desde el aeropuerto de Norfolk.

Reynolds le dedicó una amplia sonrisa y sacudió la cabeza.

– Por fin un poco de suerte en este dichoso caso. Cuéntame.

– Tarheel Airways. Vuelan desde Norfolk a cinco destinos de Carolina: Kill Devil Hills, Manteo, Ocracoke, Hatteras y un lugar llamado Pine Island, cerca de Duck. No hay horarios regulares. Llamas con antelación y el avión te espera.

Reynolds desplegó el mapa y le echó un vistazo.

– Muy bien, están Hatteras y Ocracoke. Son los destinos más al sur. -Señaló el mapa con el dedo-. Kill Devil Hills está aquí y Manteo al sur. Y Duck está aquí, hacia el norte.

Connie miró a donde ella apuntaba.

– He estado ahí de vacaciones. Al cruzar el puente sobre el estrecho, Duck queda en dirección norte. Kill Devil está al sur. Ese punto está bastante equidistante de ambos lugares.

– ¿Tú qué crees? ¿Norte o sur?

– Bueno, si se dirigieron a Carolina del Norte probablemente fuera por iniciativa de Lockhart. Porque Adams se llevó el mapa -explicó Connie ante la mirada inquisitiva de Reynolds-. Si conociera la zona no lo habría necesitado.

– Muy bien, Sherlock, ¿qué más?

– Bueno, Lockhart está forrada. Basta con echar un vistazo a su casa de McLean. Yo en su lugar tendría otra casa a un nombre falso por si me acabara la suerte.

– Pero todavía no hemos movido ficha: ¿norte o sur? Se quedaron sentados reflexionando al respecto hasta que Reynolds se dio una palmada en la frente.

– Dios mío, qué tontos somos. Connie, si hay que llamar a Tarheel para reservar plaza en un vuelo determinado, ya tenemos la respuesta que necesitamos.

Connie abrió los ojos como platos.

– Maldita sea, vaya perspicacia la nuestra.

Tomó el teléfono, consiguió el número de Tarheel y llamó para preguntar la fecha y la hora aproximada del vuelo de una tal Suzanne Blake.

Colgó y miró a su compañera.

– Nuestra señora Blake reservó dos plazas en un vuelo a Tarheel que salió hace dos días de Norfolk alrededor de las dos de la tarde. Se enfadaron porque no se presentó. Normalmente anotan el número de la tarjeta de crédito pero ya había volado con su compañía así que confiaron en su palabra.

– ¿Y el destino?

– Pine Island.

Reynolds no pudo disimular una sonrisa.

– Cielos,

– Cielos, Connie, a lo mejor lo conseguimos.