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– A lo mejor fue allí donde mandaron a mi padre. ¿Quién sabe? -dijo Siang- Pero siempre he pensado que fue algo bastante raro, porque ni siquiera ahora es tan fácil vivir aquí. Durante todo el tiempo que mi padre estuvo ausente de Da Shui, los campesinos hicieron reuniones para criticar a nuestra familia. Con el tiempo, también mandaron fuera a mis tías. Nunca regresaron. Después, los jefes de equipo de las comunas le asignaron a mis abuelos los peores trabajos: llenar cubos de mierda de la letrina pública y llevarlos a los campos. Mis abuelos, que ya estaban débiles, murieron muy rápido. Cuando mi padre regresó, ya no tenía familia, y su casa, sus herramientas y sus tierras habían sido confiscadas e incorporadas a la comuna.

– Así era la vida en todas partes -observó Cacahuete-. Tu familia no es tan distinta.

– A lo mejor, con un poco menos de charla, las chicas nuevas trabajaban un poco más -interrumpió una voz.

Hu-lan vio a la señora Leung.

– Disculpe, secretaria del Partido.

– Cacahuete, te he dado estas dos porque eres rápida. Pero mira -señalo a Hu-lan- el trabajo de ésta. -En ese momento desvió la atención del trabajo a la persona y reconoció a Hu-lan-. Tú eres la de anoche.

Hu-lan bajó la cabeza. Era una admisión de su culpa y un acto de arrepentimiento.

– Este trabajo nunca pasará la inspección -dijo la señora Leung y le cogió a Hu-lan las manos-. ¡Mira esto! ¡Estás sangrando a través de los vendajes! No debes manchar los productos con sangre. Toma -dijo mientras sacaba del bolsillo unos guantes-. Con esto no deberías tener problemas, pero si no mejoras, tendremos que trasladarte a una tarea menos exigente. -La señora Leung echó un vistazo a la planta en busca de nuevas víctimas. Una vez localizadas, añadió-: Vuelve al trabajo, y tú, Cacahuete, eres responsable de ésta.

– Tienes que esmerarte más, Hu-lan -le dijo Cacahuete cuando la secretaria se alejó-. Éste es uno de los trabajos más bajos. Yo todavía estoy aquí, pero ya soy jefa de equipo de la planta de montaje. Si no lo haces bien, te darán un trabajo aún peor, como levar agua a los lavabos o limpiar el suelo. Te bajarán aún más el sueldo y trabajarás más horas. Sé que no has venido aquí para eso, así que mira bien cómo lo hago…

Cacahuete se pasó la siguiente hora ayudando a Hu-lan. El trabajo no era tan difícil, pero la mano izquierda de Hu-lan estaba vendada y por lo tanto era muy torpe. Cacahuete le enseñó a coger la cabeza del muñeco y al cabo de un rato empezaron a dolerle unos músculos de la mano que ni siquiera sabía que tenía, pero por lo menos ya no estaba preocupada de pincharse la herida con la herramienta. A medida que pasaba el tiempo, empezó a notar la creciente impaciencia de Siang, que chocaba con Cacahuete y carraspeaba con ingenuidad para atraer la atención de la jefa del equipo.

– Tus manos son torpes -le dijo al fin Cacahuete a Hu-lan- y no tienes mucha fuerza en los brazos, pero lo estás haciendo mejor. Prueba sola durante un rato y la próxima vez que venga la señora Leung ya estarás preparada.

En cuanto Cacahuete volvió a su herramienta, Siang empezó a hablar como si no hubiera pasado nada.

– cuando llegó el sistema de responsabilidad, en 1984, todo cambió para nosotros -dijo.

– Las cosas cambiaron para todos. -Por primera vez la voz de Cacahuete tenía un ligero tono de irritación. Se inclinó y le preguntó a Hu-lan-: ¿Y tú qué? No nos has dicho de dónde eres.

– ¡Has estado hablando con ella una hora! -soltó Siang-. ¿Vas a escucharme a mí o hablar con ella?

Cacahuete suspiró, cogió otra cabeza de Sam y empezó a ensartar con pericia los mechones.

– Los líderes de brigada se reunieron para redistribuir la tierra, las semillas, los animales y las herramientas -continuó Siang-. Tuvieron en cuenta el trabajo pasado, los lazos familiares con la tierra, las condiciones del ganado y el suelo. Aunque mi madre y mi padre se habían quitado esa mancha negra mediante la autocrítica, muchos campesinos aún les guardaban rencor. Así que aunque a mucha gente se les devolvieron sus tierras ancestrales, no fue ése el caso de mi padre. Los dirigentes le dieron un terreno pobre en el otro extremo del pueblo. Trabajaba muy duramente, pero un año le fue tan bien que pudo comprar más semillas.

“Fue a ver a unos vecinos, un matrimonio de ancianos y les dijo que si les dejaban plantar en su terreno, cuidaría de ellos el siguiente invierno. Al año siguiente el matrimonio murió y mi padre recibió sus tierras. Desde entonces, cada año tiene un poco más. Todos los días mi padre agradece a Deng Xiao-ping por habernos dado el deseo de hacernos ricos.

– ¿Es millonario? -inquirió Cacahuete.

– ¿Mi padre? ¡No! Es campesino, como todos en esta región. Por eso es tan atrasado.

Las tres siguieron trabajando muy juntas, los hombros casi se tocaban. Cacahuete se inclinó para cambiar los dedos de Hu-lan de posición sobre la herramienta.

– No te olvides de cogerla así -le dijo-, se va más rápido.

Después volvieron a quedarse en silencio mientras las máquinas rugían y las mujeres conversaban.

– Después de todo lo que le pasó a mi familia, ¿qué otra cosa puede hacer mi padre como no sea obedecer cualquier nueva ley? -dijo Siang-. El gobierno decía un hijo, y mis padres tuvieron un hijo, aunque mi padre nunca me perdonó ser niña.

– Mira alrededor -dijo Cacahuete-. ¿Crees que a alguna de nosotras nos han perdonado ser niñas? A veces creo que por eso estamos aquí.

– He venido a esta fábrica para separarme de mi padre -confesó Siang.

Cacahuete levantó una ceja.

– Como muchas de nosotras.

– Pero esto es diferente -insistió Siang-. Mi padre tiene planes para mí. Ha escogido un chico para que se case conmigo. Es de la ciudad de Taiyuan, no del pueblo.

– Pero tú quieres a otro -dijo Cacahuete.

– Mi padre dice que Tsai Bing no es lo bastante bueno para mí, que nunca será más que un campesino. Pero sobre todo dice que no debo ser la segunda opción de nadie. Sabes, Tsai Bing estuvo prometido. Su novia trabajaba aquí, pero murió. Se llamaba Ling Miao-shan ¿La conocías?

– Dormía en nuestra habitación -respondió Cacahuete sin mucho entusiasmo- Era una lianta.

A Hu-lan le habría encantado interrogar a Cacahuete sobre eso, pero Siang continuó.

– Su muerte nos permitió estar juntos. Si trabajo aquí y gano suficiente dinero, entonces Tsai Bing y yo podremos marcharnos. ¿Has estado alguna vez en Pekín? Yo fui un par de veces con mi padre. No puedes ni imaginarte cómo es. Hay tantas oportunidades…

A pesar del charloteo incesante de sus compañeras y toda la información que estaba recibiendo sobre la personalidad de Siang, Hu-lan no podía seguir ignorando su incomodidad física. A las tres le dolían las manos. A las cuatro le dolían los brazos como la primera vez que se había pasado un día entero paleando estiércol a los doce años. A las cinco le latían las piernas y los pies después de estar tanto tiempo de pie en la misma posición. A las seis el cuello le quemaba por mirar constantemente bajo. A las siete, cuando sonó el timbre que marcaba el final de la jornada, estaba dolorida, cansada, hambrienta y decidida a marcharse de ese lugar.

Siang, que había ignorado escrupulosamente a Hu-lan toda la tarde, le susurró unas palabras a Cacahuete, lanzó una última mirada impertinente a Hu-lan y se dirigió deprisa a la salida.

– Me cae bien -comentó Cacahuete-, pero se le nota que es de familia de terratenientes.

– No, no creo que sea eso -dijo Hu-lan-, lo que pasa es que es joven.

– Es mayor que yo -la corrigió Cacahuete.

– En edad sí, pero a diferencia de ti es insegura. Por eso tenemos que perdonarla; con el tiempo crecerá.

– ¿Y dices eso a pesar de la forma en que te ha tratado hoy? -repuso cacahuete mientras se dirigían a la salida-. Eres una buena persona.

– No tan buena, sino vieja, como dijo Tang Siang.

Cacahuete rió y después se puso seria.

– Lo que te dije antes sobre escabullirte de aquí…

– ¿Sí?

– No es tan fácil como decía.

– Ya me parecía.

– En realidad no he hecho ninguna de las cosas de las que hablaba antes -reconoció.

– No lo diré.

– Y muy pocas mujeres han salido del complejo -dijo Cacahuete.

– Quizá algunas lo han guardado en secreto.

¿-Tú crees que alguien podría guardar un secreto por aquí? -bromeó-. Te digo una cosa: todas hemos planeado formas de marcharnos, pero sólo unas pocas han tenido el valor. Aquí son muy estrictos. Si te pillan, seguro que pierdes el trabajo. Por eso es más seguro quedarse en el complejo.

“Es más fácil esconderse. Incluso si te pillan después de que se apagan las luces, sólo te descuentan dinero. Por otro lado, si alguien ve a Tang Siang con el jefe, nadie va a decir nada.

Salieron al patio. El sol estaba bajo sobre el horizonte, pero el calor no disminuía.

– Qué extraño -murmuró Cacahuete-. Está enamorada del mismo chico con el que iba a casarse Ling Miao-shan. Y ahora va a hacerlo con el jefe Cara Roja.

– Cuando a una le meten la cabeza bajo el agua sólo quiere respirar -recitó Hu-lan-. Siang se siente atrapada, y como cualquier rata, haría cualquier cosa por ser libre.

– Eso no es para mí.

– Ni para mí -coincidió Hu-lan.

– Sin embargo, esta noche vas a intentar largarte del complejo. -Con los ojos de Cacahuete clavados en los suyos no podía mentir. La chica aceptó la noticia con una abrupta inclinación de cabeza y añadió-: Soy la persona nombrada para vigilar la habitación. Es mi debe denunciarte.

– Pero no lo harás.

– Nunca denuncié a Miao-shan, porque siempre me decía que si lo hacía, ella me denunciaría a mí aunque yo no hubiera hecho nada.

– Yo nunca te denunciaría, aunque me pillaran.

– Ten cuidado -le advirtió Cacahuete-. Ya te han dado una oportunidad. Es lo mismo que pasa cuando te lastimas. Si te haces daño en la mano, pero no mucho, entonces puedes quedarte… Pero si te lastimas más gravemente o más de una vez, desapareces. Lo mismo pasa cuando te escapas. Si te pillan, quizá te den otra oportunidad o quizás desaparezcas como las demás.

– Sólo iré a casa, a ver a mi familia.

– Quizá.

Hu-lan frunció el ceño y preguntó:

– Otras mujeres volvieron a casa con su familia, ¿no?

– Claro, he visto a algunas volver a los pueblo de los alrededores, ¿pero cómo quieres que sepa lo que les ha pasado a las chicas de los pueblos lejanos? La fábrica las contrató y les pagó el viaje desde lugares muy lejanos, ¿cómo quieres que sepa lo que pasa cuando quieren volver? Por lo que sé, esas chicas se largan a Pekín, o al sur a Guangzhou, o a los campos de por aquí y se mueren. No lo he visto. Lo único que digo es que si te metes en líos, desapareces. Si te haces daño como Xiao Yan hoy, desapareces para siempre.