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Pasaron las siguientes horas repasando cada tema. Henry dejó que Doug y Sandy se ocuparan de casi todo, como era lógico. Poco después de que Henry decidiera trasladar las operaciones a China, había tenido el primer ataque de corazón, de modo que la responsabilidad de construir esa planta había recaído sobre Doug y, en menor medida sobre Sandy, que habían trabajado muy bien en beneficio de la compañía.

Si Henry no hubiera estado en casa recuperándose, nunca se habría quedado lo suficiente para inventar no sólo la idea de Sam y sus amigos, sino también la tecnología. Durante los meses que pasó sin salir de casa, llevó allí a diversos diseñadores de juguetes y programas informáticos para que lo ayudaran a convertir sus ideas en realidad. Todo el proceso, incluidas las cosas inventadas por otros, era propiedad de Knight International.

Incluso ante el peor de los panoramas, Knight parecía una empresa rentable. Tenía las patentes pendientes de algunas de las nuevas tecnologías y los materiales que se usaban en la línea de San y sus amigos. Los Knight insistieron en que no había ningún defecto de fabricación y reiteraron lo que David ya sabía: Knight International tenía buena fama entre los trabajadores. Sin embargo, se había trasladado a China, en parte, para no tener que negociar con los sindicatos estadounidenses.

– Nuestros trabajadores chinos tienen una especie de sindicato -explicó Sandy-. La delegada sindical electa también es la secretaria del Partido en la fábrica. La señora Leung es una mujer de trato muy fácil. En realidad, no podríamos funcionar sin ella. Es una especie de madre, mediadora y persona que resuelve problemas, todo en uno. Las trabajadoras van a verla cuando tienen algún problema en el trabajo, pero también cuando tienen problemas en casa. Como la mayoría vive aquí en los dormitorios, ya se imagina el tipo de conflictos que hay. Pero -añadió-, muchas mujeres se sienten solas sin marido ni hijos. También hemos tenido algunos casos de aventuras amorosas.

– No he visto muchos hombres -señaló David-. En realidad, no he visto mucha gente en general, salvo en el momento de la pausa para el almuerzo.

– Tratamos de separar a hombres y mujeres lo máximo posible -dijo Sandy-. Todos los hombres son de la región. Embalan los productos para enviarlos, cargan los camiones, se ocupan de los residuos. Les hemos enseñado a usar carretillas elevadoras y… -Sonrió tímidamente-. Bueno, ese tipo de cosas. Están siempre en el almacén o en expedición. Almuerzan a diferente hora que las mujeres. El único momento en que se ven es al final de la jornada, cuando los hombres vuelven a casa y ellas a los dormitorios.

– ¿Todo eso para que no confraternicen?

– La señora Leung cree que es mejor. Estoy seguro de que ha oído hablar de lo reprimidos que son los chinos con respecto al sexo. Y son especialmente puritanos con el sexo extramatrimonial. Y hablo de castigos durísimos por echar un polvo por ahí. ¿Sabía que en una época a uno podían mandarlo a un campo de trabajo forzados sólo por tener una aventura con una mujer casada? Las cosas son un poco más relajadas en el campo, donde el gobierno no vigila tan de cerca y las actitudes son, por así decirlo, más toscas. Sin embargo, empleamos mujeres casadas y solteras. Muchas de ellas están solas y lejos de casa. Aunque los hombres y las mujeres tienen pocas oportunidades de reunirse, éste es un sitio grande y, a fin de cuentas, sólo hacen falta unos minutos. Hacemos todo lo posible por evitar corazones rotos y embarazos no deseados.

David pasó a los usos de las licencias. Como Sam y sus amigos, otros productos más antiguos también habían surgido de personajes del cine o la televisión, pero esas licencias estaban en manos de la empresa desde hacía años. De hecho, la relación de Knight con diferentes estudios no había hecho más que mejorar con el impresionante éxito de Sam y sus amigos. David, al fin, no pudo evitar hacer la pregunta que le corroía desde que había leído sobre la venta de la empresa en el funeral de Keith.

– ¿Por qué razón, con todas las oportunidades que hay y con el amor que le tiene a su empresa, la vende?

– ¿No lo sabe? Soy un moribundo.

David miró al anciano. Todavía estaba conmocionado por el espectáculo de la chica muerta, pero la muerte en sí parecía muy lejos de él. Se lo veía fuerte y en buenas condiciones para un hombre de su edad.

– Enfermo o no ¿cómo puede abandonar algo que quiere tanto?

– El mundo ha cambiado. Me he pasado la vida en el negocio de los juguetes. He hecho, sí señor, mis incursiones en Hollywood, y me han salido muy rentables. Pero no quiero pasar los años que me quedan en Nueva York y Los Ángeles, comiendo en restaurantes de lujo, hablando con la gente de marketing o de licencias de los estudios.

– Puede dejar que alguien lo haga por usted -sugirió David.

– Pero es mi empresa. Me gusta estar al mando. No de todo, por supuesto. Nunca me ha importado mucho la gestión del día a día.

– Quiere decir -aclaró Sandy- que le gusta sentarse en el suelo e inventar juguetes. Le gusta trabajar con los grupos de pruebas: niños y madres. Le gusta ir a las ferias de juguetes y poner nuestros productos en las manos de la gente que los vende. No hay otra empresa en que el inventor esté tan estrechamente ligado con el consumidor final. Es el secreto del éxito de Knight.

– ¿Entonces por qué vende? -insistió David.

– Porque hemos llegado a una encrucijada -dijo Henry-. Simplemente no me gustan las exigencias y presiones de tiempo. -Adoptó una expresión soñadora-. Pienso viajar, encontrar una isla o algún otro lugar donde montar un pequeño taller…

Mientras hablaba, David comprendió por qué era tan buen negocio para Tartan. A Knight International le había ido increíblemente bien a lo largo de los años y Henry era un genio, pero su férreo control sobre la compañía y el casi inexistente consejo de administración habían impedido que la empresa se expandiera. Con la legión de ejecutivos, abogados, contables y diseñadores que entrarían y el compromiso de Henry de llevar su productos a “casa”, las marcas Knight, bajo el paraguas de Tartan, se dispararían.

Y el conglomerado no sólo compraba una empresa con grandes posibilidades, sino que además seguiría aprovechando los servicios y conexiones de Phillips, MacKenzie amp; Stout, en particular de Miles Stout. Henry Knight tenía relaciones en Hollywood, pero hacía años que estaba aislado en Nueva Jersey, y últimamente más aislado aún por cuestiones de salud. Tartan estaba en Los Ángeles, como Phillips, MacKenzie amp; Stout. Miles, recordó David, había gastado un montón de dinero del bufete para divertir a los peces gordos de la industria del cine. Como además mandaba a sus hijos a los colegios adecuados, también había establecido relaciones personales con los jefazos de los grandes estudios. Entrenaba al hijo de Michael Ovitz para la temporada de fútbol. Su mujer llevaba a los partidos a los hijos de los Roth. Había ayudado para que admitieran al nieto de Lew Wasserman en la escuela Brentwood. Estos gigantes mediáticos, a su vez, invitaban a Miles a jugar dobles de tenis, o al golf del Riviera Country Club, a que contribuyera con sus obras de caridad favoritas, a los preestrenos de las películas y a las fiestas de los Oscar. David se acordó de las noches en que Miles y Elisabeth pasaban zumbando en limusina de fiesta en fiesta, de los estudios Universal a la soireée de la Paramount y de allí a la juerga de la Sonny.

Esas relaciones con los estudios, aunque no eran los ladrillos con que se edificaban los contratos, hacían de cemento, y a eso se le añadía el extra de un contratista independiente, en este caso un inventor de juguetes excéntrico que salía de su escondite en una isla con productos nuevos.

De modo que si la información que Sandy Newheart y los Knight le daban era correcta -y David debía ocuparse de comprobar que lo fuera-, entonces podía estar seguro de que este aspecto del trato era adecuado. No obstante, aún quedaba lo que Tartan y Knight en calidad de empresas que cotizaban en bolsa debían revelar al gobierno: los detalles financieros sobre los ejercicios pasados así como el capital que tendría la nueva compañía consolidada: lo que recibirían los accionistas y si era justo, los documentos que se ocupaban de la cuestión antimonopolio, ya que ambas empresas originales eran de la industria del juguete, y las declaraciones juradas que establecían que los consejeros y directivos cumplían con el código de conducta de las respectivas compañías, a saber: nada de sobornos, transacciones secretas con vendedores o violaciones de las leyes de los países en que operaban.

– Veo que Keith y su gente ya han suministrado toda la información a la Comisión de Valores y Cambio -dijo David mientras hojeaba los papeles.

– Así es, y todo cuadra -dijo Henry-. Tiene las pruebas ahí delante.

Y así siguieron.

A las cuatro, una chica acompañó al gobernador Sun Gao y a la secretaria Amy Gao a la sala de reuniones. A diferencia de la última vez que David había visto a Sun en Pekín, esta vez llevaba ropa bastante informal: unos pantalones amplios y una camisa blanca de manga corta que acentuaba su buen físico. David vio el increíble carisma que emanaba Sun mientras rodeaba la mesa saludando uno por uno a todos los asistentes. David supuso que su capacidad para hacer sentir a cada uno especial era lo que lo convertía en tan buen político.

Amy Gao permaneció con la espalda pegada a la pared y sus impenetrables ojos castaños contemplando fríamente toda la escena. David sabía que en China uno nunca se dirigía ni mencionaba a un subordinado, y desde luego éste jamás tendría la impertinencia de dar un paso al frente y presentarse.

De modo que David decidió acercarse a Amy por la sencilla razón de que si iba a representar a Sun necesitaría tener una buena relación con la mujer que ejercía de mano derecha del gobernador. Era muy probable que Amy Gao pudiera proporcionarle más detalles sobre una cuestión en particular o reunir determinada información más deprisa que el gobernador en sí. Pero así como Sun proyectaba una imagen campechana, su ayudante, aunque guapa, era rígida y formal. Su respuesta a la autopresentación de David, fue un breve apretón de manos y un cortante “Mucho gusto”.

Una vez todos se sentaron en los asientos, y Amy en una silla contra la pared detrás de su jefe, Sun se dirigió a Henry:

– Sé que todos ustedes están muy ocupados con la venta, pero quería pasar a ver si puedo hacer alguna cosa para facilitar la operación.