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– Siempre agradezco cualquier ayuda que pueda dar el gobernador -dijo Henry-, pero en este caso las cosas marchan perfectamente. No hay ningún nubarrón ante nosotros.

– Eso sí está bien -respondió Sun, sin abandonar su tono oficial. Se volvió hacia David y agregó-: Quizá no lo sepa, pero Henry Knight fue el primero en reconocer las posibilidades de la provincia de Shanxi.

– Vamos, Sun -lo interrumpió Henry-. Aquí somos todos amigos. No hace falta que trates a David con tanta formalidad.

Los dos hombres se echaron a reír y los demás les imitaron rápidamente.

– Nos conocemos desde la guerra -le explicó Henry todavía riendo-. Vaya, éramos unos críos, pero menudas juegas que nos corrimos, ¿no es así, Sun? Cuando volví a China sabía a quién tenía que ver, pero no sabía con quién me iba a encontrar. No sabía si era un campesino arruinado, o si estaba muerto. Pero resulta que llego y me encuentro prácticamente con el director de toda la orquesta. No imagina cómo nos facilitó las cosas. Nos encontró este solar. Cuando estábamos construyendo la planta y yo estaba en el hospital, se ocupó de traer a l os obreros de la construcción, que la obra se acabara a tiempo y de tratar con toda la burocracia roja. De no haber sido por él, jamás habríamos empezado a funcionar.

Sun agradeció el cumplido con una ligera inclinación de la cabeza.

– Soy yo el que estoy en deuda -dijo al fin-. Tenía un sueño para mi provincia y tú fuiste el primero en hacerlo realidad. Ahora tenemos otras empresas de Francia, Inglaterra, Australia, Alemania y, por supuesto, de Estados Unidos. Quizá aún no tengamos Nike, Mattel o Boeing, pero cuando vean lo que hemos hecho, vendrán. ¿Por qué? Porque los precios de mano de obra y terreno son más bajos que en la costa. Pero el auténtico regalo es lo que podemos darles. Es lo que nos han dado ustedes. ¿Recuerdas, Henry, cómo era esto hace cincuenta años? Una pobreza terrible. Hambrunas, sequías, inundaciones, y encima la guerra… Espantoso. Incluso la primera vez que viniste de visita, en 1990, la vida de la gente corriente no había cambiado mucho. Pero hoy se puede ver cómo la prosperidad ha cambiado no sólo las grandes ciudades de la provincia, Taiyan y Datong, sino también nuestros pueblos.

David miró alrededor y vio aburrimiento en la cara de los demás ante el interminable derroche de mutua admiración. A lo mejor los habían escuchado tantas veces que ya no prestaban atención al auténtico significado de las palabras, pero David sí lo hacía. Era evidente que Sun había hecho mucho para facilitarle las cosas a su viejo amigo. En Occidente quizá eso habría significado un par de llamadas telefónicas, pero en China era cualquier cosa, desde llamadas telefónicas hasta extorsión, chanchullos y sobornos. A pesar de esas banderas rojas, David no se imaginaba que el gobernador -con sus modales francos, su facilidad de trato, el evidente amor hacia su provincia y su rápido ascenso en el poder- no estuviera personalmente implicado en esas prácticas comerciales tan poco limpias. Y, para el caso, lo mismo era válido para Henry Knight. Al contemplarlos, David vio a dos caballeros muy educados unidos por los buenos momentos compartidos en el pasado. Aunque provenían de diferentes continentes y culturas, los dos habían descollado. Habían hecho dinero y conseguido el éxito.