Изменить стиль страницы

– Si lo que dices es verdad, tendrías que denunciarlo al Departamento de Seguridad Pública -sugirió Hu-lan con tono fingidamente serio, pensando que las palabras de Cacahuete eran tan exageradas como las escapadas sexuales que había explicado antes.

– ¿Yo? ¡Ni hablar! -sonrió-. No te tomes todo tan en serio.

La mayoría de las mujeres ya había cruzado el patio y entrado en la cafetería.

– Bueno, si quiero irme será mejor que lo haga ahora -dijo Hu-lan. Se quitó la bata rosa y se la dio a Cacahuete-. Hasta mañana -se despidió, bajó la escalinata y se metió tranquilamente en medio de un numeroso grupo de hombres. Algunos la miraron con curiosidad, pero ninguno dijo una palabra.

La respiración de Hu-lan se hizo más agitada y empezó a palpitarle el corazón mientras esperaba que se abriera la puerta. Se dijo que no importaba que la cogieran, que no tenía nada que perder. Sin embargo, el miedo que sentía le hizo comprender por qué las mujeres de allí raramente hacían eso; el peligro de perder su trabajo, de encontrarse abandonadas a kilómetros de su hogar, era un riesgo demasiado grande. Cuando la puerta se abrió, Hu-lan se escondió en medio de la parte más espesa del gentío. Con una pared formada por cuerpos masculinos que la escudaban avanzó lo más tranquilamente que pudo hasta salir del complejo.

Cuando llegó al hotel, se escabulló por la entrada del personal, subió por el montacargas hasta el undécimo piso y llamó a la habitación. David la hizo entrar y la abrazó, pero Hu-lan se dio cuenta de que, por un instante, no la había reconocido. Fue al baño y al mirarse en el espejo vio que el pelo recién cortado se había soltado de las horquillas y tenía toda la cara sucia. Se metió en la ducha y se alegró de quitarse la mugre de la fábrica mientras el agua tibia le masajeaba los músculos doloridos. Cuando salió del cuarto de baño, lleva el pelo echado hacia atrás, un vestido de seda natural de color crudo sin mangas y un vendaje nuevo en la herida.

– ¿Quieres cenar en la habitación? -preguntó David mientras admiraba su transformación.

Hu-lan meneó la cabeza.

– Preferiría salir, especialmente si podemos ir caminando a alguna parte.

Bajaron a recepción y Hu-lan le pidió al conserje que le recomendara un restaurante, pero éste dijo que todos los restaurantes de Taiyuan era para las masas.

– Ustedes son sólo dos personas y el señor es extranjero -le dijo en mandarín-, será un inconveniente para los otros clientes. Es mejor que se queden aquí. Si realmente quieren salir y desean comer comida buena, puedo recomendarles el restaurante del hotel Hubin, especial para nuestros compatriotas del extranjero.

Como el conserje no los convenció con sus sugerencias (probablemente recibía propina de los cocineros de ambos hoteles) David y Hu-lan salieron por la puerta giratoria al sofocante aire de la noche, cruzaron la calle y decidieron arriesgarse en un restaurante pequeño, decorado con luces de Navidad. Hu-lan habló con el camarero sobre las especialidades y los ingredientes, y después hizo el pedido. David pidió una cerveza Tsingtao y Hu-lan optó por un té de crisantemo. Al cabo de unos minutos, el camarero volvió con una sopa de maíz tierno.

Tanto a David como a Hu-lan les habían pasado muchas cosas desde aquella mañana, pero primero empezaron a hablar de trivialidades. David le contó que la había buscado a la hora del almuerzo pero que no la había visto; ella, en cambio, sí lo había visto. Le dijo también que le había impresionado lo alegres que parecían las mujeres camino de la cafetería.

– Nos saludaban con la mano y nos llamaban -le dijo.

Hu-lan se sonrió pero no le contó lo que decían sobre Aarón Rodgers.

Llegó el camarero y, con una floritura, dejó tres platos: dados de pollo salteado con pimientos picantes, verduras estofadas con setas gigantes, y langostinos fritos primero con jengibre, ajo, cebolla y judías negras, y después sumergidos en manteca de cerdo, de modo que quedaran llenos de sabor por dentro y crujientes por fuera. Todo tenía un sabor estupendo, especialmente para Hu-lan, que hacía veinticuatro horas que no tomaba una comida decente.

– Bueno, cuéntame de la fábrica -dijo David al fin.

– Anoche, cuando te llamé, sólo había visto algunos lugares suficientemente agradables como para no salir corriendo -dijo dejando los palillos-. Pero las cosas son de la siguiente manera: hay agua corriente sólo una hora por la mañana y otra por la noche.

“Para tirar de la cadena, hay que sacar agua de una tina y echarla con un cubo en las letrinas. No hay agua caliente. Las duchas están tapadas, si es que se pueden llamar así, y seguramente no se limpian desde la inauguración de la fábrica, hace dos años. La comida tiene pelos dentro. No sé muy bien de qué animal. Y en cuanto a la planta de la fábrica en sí…

David la interrumpió.

– Eres una pequinesa que, casualmente, ha estudiado en una escuela privada de Connecticut. Siempre me hablas de la suciedad o el atraso, como en el viaje en tren o en el hotel de Datong. ¿Acaso no había agua caliente sólo dos horas por día?

– Hay una gran diferencia entre racional el agua caliente y no tener nada de agua corriente.

– ¿Para un campesino? Las mujeres que vi hoy parecían de lo más contentas. Seguro que es mejor trabajar en la fábrica, por muy precario que sea, que en el campo.

Hu-lan se sorprendió de su ignorancia.

– ¿Es que no me crees cuando te digo que nos engañan haciéndonos firmar un contrato que promete una cosa y da otra, o crees que como esas mujeres son campesinas deben estar agradecidas?

– No digo ninguna de las dos cosas, Hu-lan. Digo que estaban cantando, que a mí me parecieron contentas.

– Estoy segura de que eso decían también los amos de los esclavos en América -replicó irritada.

– Hu-lan…

– Pasé sólo un día trabajando hombro a hombro con dos mujeres. Puede que Siang y Cacahuete no hayan recibido la misma educación que tú o yo, pero saben mejor que nosotros cómo son las cosas.

– ¿No las estás idealizando?

Hu-lan reflexionó.

– No -dijo-, al contrario. Han vivido a merced de muchas cosas. Están muy ligadas a la tierra. ¿Sabes lo que eso significa para mí? Franqueza sin ambages.

– En la reunión que estuve, Sandy también dijo algo parecido. Creo que se refería al primitivismo.

– Quizá sea muy primitivo vivir al día, pero hace que las cosas estén muy claras. Las mujeres con las que trabajé saben que las están explotando. Las horas son muy largas. Las instalaciones en que viven son pésimas. El nivel de ruido de la fábrica es terrible. Buena parte de las tareas son peligrosas. Mira mis manos, David.

Claro que había visto la gasa que cubría la herida de la mano izquierda, pero el resto estaba arañado, lleno de costras y las uñas rotas y llenas de cortes.

– Pero esto no es nada -continuó-. Hoy, en la fábrica, una mujer sufrió un accidente grave. Perdió el brazo entero.

David esperaba que Hu-lan le hablara de la muerte de la mujer.

– El vigilante tenía razón -comentó incrédulo al ver que no decía nada-. Lo limpió todo y nadie se enteró de lo que había pasado.

– ¿De qué estás hablando?

– La mujer del accidente se tiró del tejado del edificio. Está muerta.

– ¿Por qué no me lo dijiste antes?

– Supuse que ya lo sabías. Imaginé que por eso estaban tan disgustada.

– Cuéntamelo todo -pidió Hu-lan.

– Estábamos en una reunión y llamaron a Sandy Newheart. Dijo que hiciéramos una pausa para tomar un café. Los Knight y él salieron y yo, al ver que no volvían, salí también y me los encontré con el cadáver.

– ¿Y?

– Nada. Un vigilante cubrió el cuerpo y se lo llevó. Nosotros volvimos a la sala de conferencias. El viejo Knight estaba bastante alterado, pero es un tipo duro, centrado, y seguimos con la reunión.

– David, háblame del cuerpo. ¿Dónde estaba con respecto al edificio? ¿Qué aspecto tenía exactamente?

– Oh, Hu-lan…

– David, por favor.

– Muy bien. -Suspiró y trató de recomponer la imagen en su mente-. Estaba en el suelo, claro.

– ¿Justo al lado del edificio? ¿Sobre los escalones? ¿Contra la pared?

– No; sobre la tierra. Diría que a dos o tres metros del edificio.

– ¿Qué aspecto tenía?

– ¿Tú qué crees? -resopló David-. Tenía la cabeza aplastada y había mucha sangre.

Hu-lan cerró los ojos y se reclinó en la silla.

– ¿De lado? ¿Boca arriba?

– Boca arriba.

Con los ojos aún cerrados, asintió con tristeza, como si ella misma hubiese visto el cuerpo.

– ¿Sabes lo que me dijo Cacahuete? Dijo que Xiao Yan, o sea, la pequeña Yan, la muerta, no volvería nunca más. Pensaba que estaba bromeando. Supuse que se refería a que las heridas eran tan graves que tendría que irse a casa. Pero ahora veo que hablaba de algo completamente diferente.

– No le busques un significado profundo a todo, Hu-lan.

Hu-lan lo miró.

– Sólo reacciono al o que has visto tú.

– Yo vi a una mujer que se tiró de un edificio y se mató.

– Míralo de la siguiente manera: una máquina le arranca el brazo a una mujer. Pierde mucha sangre. Probablemente está en estado de conmoción. No puede ni salir andando de la planta…

– Aarón Rodgers dijo que la llevó en brazos hasta su oficina, pero eso no significa que no pueda caminar.

– Te digo yo que no puede. -Hu-lan esperó que él volviera a contradecirla, pero como no lo hizo, continuó-. Se la lleva a alguna parte…

– A su oficina…

– Y va a buscar ayuda. -David asintió y Hu-lan prosiguió-. Ahora bien, ¿tú sugieres que Xiao Yan se levanta, sube un trecho de escalera, se las arregla para encontrar la salida al tejado, se acerca al borde del edificio y salta?

– Eso es lo que pasó.

– David, piensa en ese edifico. Si estuvieras en el techo de un primer piso y te tiraras, ¿crees que te matarías?

– Probablemente no, aunque podría romperme un tobillo -Sonrió, pero Hu-lan no le devolvió la sonrisa.

– ¿entonces caerías primero de pie?

– Sí, supongo.

– ¿Entonces cómo explicas el hecho de que Xiao Yan aterrizara a tres metros del edificio con la cabeza aplastada?

– ¿Qué estás sugiriendo?

– Que alguien la tiró -dijo Hu-lan.

David no estaba de acuerdo.

– Si uno salta, el cuerpo de inclina. Aunque ella se lanzara de pie, por fuerza después tuvo que caer hacia delante o tras. En esas circunstancias, la velocidad basta para causar el daño.