– Hace tres semanas Miao-shan, supuestamente, se suicidó. Hoy también se ha matado Xiao Yan. ¿No te parece extraño?
– Mira, es terrible lo que le pasó a Miao-shan, y también es muy triste lo de esa pobre chica de hoy, pero estás viendo asesinatos donde no hay más que suicidios. Son cosas trágicas, pero es así.
Otro día y quizá en otras circunstancias, Hu-lan lo habría escuchado de otra manera, pero en ese momento sólo veía su condescendencia.
Se puso de pie y se colgó el bolso del hombro.
– ¿Adónde vas? -le preguntó.
– Todavía no lo sé.
– Supongo que no vas a volver a la fábrica.
Los ojos de Hu-lan brillaron.
– ¿Me estás diciendo lo que puedo y no puedo hacer?
– Dijiste un día, y has estado allí dentro dos.
Ella lo miró enfadada y decepcionada.
– Eres abogado. Se supone que examinas las cosas con lógica. ¿Dónde tienes el cerebro, David?
– ¿Dices eso sólo porque no estoy de acuerdo contigo?
Hu-lan se encogió de hombros con indiferencia.
Él no supo de dónde le salieron las palabras que pronunció a continuación, pero se arrepintió nada más pronunciarlas.
– Te prohibo que vayas.
Ella le clavó una mirada fría.
– Tú no eres mi padre -dijo, y salió del restaurante.