– Es un extranjero -dijo la señora Zhang-, no hay que olvidarlo, pero no me parece mala persona. -era un gran cumplido, y la anciana se apresuró a aclarar malas interpretaciones-. Se ocupa de sus cosas. Es lo bastante listo como para barrer la nieve delante de su puerta y no preocuparse por el hielo en el tejado del vecino. Y demuestra mucho interés por el barrio. Es educado y respetuoso. Además, a los vecinos les gusta la forma en que la cuida.
– Me alegro de que estén contentos -dijo Hu-lan con diplomacia.
En el rostro arrugado de la señora Zhang asomó una tímida sonrisa al mirar a David. Pese a que intentaba mantenerse crítica, la tenía encandilada.
– Durante muchos años el gobierno nos ha dicho lo que era bueno para la mayoría. Pero ahora me pregunto, ¿y si la felicidad individual fuera más útil para el pueblo que ninguna otra cosa?
– Yo nunca llevaría la contraria a nuestro gobierno -contestó Hu-lan.
La anciana frunció el ceño ante la estupidez de la muchacha, siempre tan comedida en sus palabras. No había ido a visitarla oficialmente, aunque nunca olvidaba su deber, sino como la anciana que había visto su vecindario feliz y en paz desde que era niña. La casa merecía alegría y tranquilidad y haría todo lo posible para que así fuera. Por lo tanto, en vez de entrar a discutir con su obtusa vecina, continuó como si no hubiera oído las palabras de Hu-lan.
– He estado pensando en un certificado de matrimonio. Su David es extranjero, pero creo que podría hacer una recomendación que incluso los más reacios aceptarían.
¿Esperaba que creyera que había sido idea de la anciana? Era más probable que fuera la mensajera de los hombres del otro lado del lago. Pero ¿qué sentido tenía decirlo? Cruzó las manos sobre el vientre y miró a David, que, por casualidad, levantó la cabeza y la movió como si esperara que ella le hiciera alguna pregunta. Sin dejar de mirarlo a los ojos, Hu-lan dijo:
– Ya veremos, tía, ya veremos.
Con el deber cumplido, la anciana se despidió de Jin-li y se marchó. David acudió a sentarse al lado de Hu-lan y, tal como habían hecho en las últimas semanas, repasaron los hechos que llevaron al enfrentamiento en Knight. Su mente metódica le llevó a la conclusión de que todo había sido un asunto de codicia. Los viejos del bar Hilo de seda fueron codiciosos, y recibían una propina de Doug a través de Amy Gao. A Tang Dan y a Miles Stout los había movido la codicia. Y todo había empezado porque Henry Knight también era codiciosos a su manera.
Poco dispuesto a compartir su empresa con el hijo, Henry había puesto involuntariamente la catástrofe en marcha. Y por mucho que a David le gustara ese hombre, tenía que aceptar que era la codicia lo que le hizo seguir adelante. Siguiendo los planes de Doug había instalado una planta provisional de montaje, y ya tenía mujeres trabajando horas extra para suministrar a los grandes almacenes cajas de Sam y sus amigos antes de las Navidades. Con toda la publicidad suplementaria, la demanda excedía a la oferta. Más que eso, los artículos en la prensa, y se habían escrito montones, habían presentado la tecnología de Sam y sus amigos como algo tan innovador que provocó… bueno, todo el asunto parecía un drama shakespeareano.
Entretanto, las acciones de Knight International habían ido subiendo como la espuma y Henry presentó un proyecto para vincular los salarios del ejecutivo a una política laboral justa, especialmente en cuanto al trabajo infantil, porque como no dejaba de repetir: “Estamos en el negocio del juguete. ¡Creamos juguetes para los niños, no puestos de trabajo para ellos”! Grupos de la comunidad, un consejo de administración reorganizado y un consorcio de organizaciones de vigilancia internacionales efectuarían inspecciones. (Según se decía, sólo con esto se había eliminado la mitad de las trabajadoras de Knight.
Cacahuete y muchas otras habían vuelto a “casa”, lo que significaba que simplemente se habían trasladado a otras fábricas con propietarios menos quisquillosos). Las acciones de Henry no eran tan nobles como parecían a simple vista. Cuando no estaba concediendo entrevistas o declarando ante el Congreso, aparecía en alguna cadena de televisión para lo que los medios de comunicación titulaban “la mayor campaña global gratuita de todos los tiempos”. Al parecer las previsiones de Doug habían sido muy acertadas.
Por supuesto, toda la atención había incitado a la prensa a cubrir un aspecto distinto de la historia. Las mujeres obreras chinas estaban cambiando las condiciones rurales. Al contrario que su contrapartida masculina, las mujeres enviaban las ganancias a casa, a sus familias campesinas, lo que significaba un aumento de los ingresos de un cuarenta por ciento, o ahorraban el salario para volver a sus pueblos y abrir pequeños negocios. Se calculaba que casi la mitad de las tiendas y cafeterías de los pueblos agrícolas eran propiedad de mujeres que habían trabajado en fábricas extranjeras. De repente, las campesinas chinas eran vistas por sus familias como líderes de cambios económicos y sociales. Por lo tanto, durante el último año el infanticidio femenino había descendido por primera vez en la historia. Como señalaba un experto de la Fundación Ford: las trabajadoras chinas eran el elemento transformador más importante de la sociedad china. “Es algo que se está produciendo con un alcance mundial sin precedentes y supone cambios radicales, revolucionario, para la mujer”. Si de algo servían esas historias eran para tranquilizar la conciencia de los padres de todo el mundo que necesitaban tener a tiempo para las vacaciones a Sam, Cactus, Notorio y al resto de muñecos. O, como hubiera dicho Amy Gao, si había algo que los norteamericanos admiraban, en lo que confiaban y creían más que en la democracia, era el capitalismo.
Hu-lan ya lo había escuchado antes y repitió una vez más su punto de vista:
– No fue la codicia. Fue amor.
Cuando lo dijo por primera vez en el hospital, David no le hizo mucho caso. Pero se había mantenido firme en su teoría sin dar muchas explicaciones. De hecho, desde su regreso de Los Ángeles, había notado cierta amargura en sus pensamientos, pero seguramente era lógico después de todo lo ocurrido. El día del incendio había agotado su energía para intentar salvar a David, a Henry y a todas las obreras.
Se había quedado físicamente débil y emocionalmente frágil, y sus defensas estaban en mínimos. Ahora estaba en condiciones de explicarse.
– Nunca he sentido el amor incondicional como el de Su-chee por Miao-shan, o el de Keith por Miao-shan. Tenía muchos defectos, pero debía de ser una mujer extraordinaria para despertar una devoción semejante.
– Tal vez no estuvieran tan ciegos -observó David-. Era manipuladora, pero en algún momento cambió. Personalmente no ganaba nada intentando organizar a las mujeres en la fábrica, y la forma en que separó la información me hace pensar que quería asegurarse de que llegar a su destino. Tenía energía, cerebro y, en otras circunstancias, su destino habría sido distinto. ¿Qué me dices de Doug? No pensarás que actuó por amor.
– Él más que nadie. Piensa en lo que hizo para revalorizarse ante su padre. Y en cómo ese último día Henry estaba dispuesto a asumir todas las culpas, al corrupción, los asesinatos, para proteger a su hijo. Nos suplicó que le lleváramos a Pekín para enfrentarse a las consecuencias. Cada uno a su manera, nos engañamos, y os unos a los otros pese al amor, por querer… -Cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos reflejaban una inmensa pena-. Pienso en mis padres, en la forma en que me educaron, y me maravillo. Pienso en mi trabajo y en cómo veo lo peor de las personas. Pero para mí es más fácil que lo otro.
– ¿Lo otro?
– Entregarme enteramente al amor -dijo, admitiendo por fin su peor miedo. Miró al grupito compuesto por Zai, su madre y la enfermera-. Su-chee dice que he estado huyendo toda mi vida. Tal vez sí, ya que quedarse abre la posibilidad de perder el amor y ser herida. -Al darse la vuelta para mirarlo, lloraba-. No creo que pueda soportar perderte a sí o al bebé.
– No vas a perdernos. Yo estoy aquí y el bebé en camino. -intentó animarla-. Te gustan los proverbios, así que te regalo unos pocos: puedes correr, pero no puedes esconderte. Es mejor haber amado y perder que nunca haber amado. Hasta que no pruebas las espinacas, no sabes si te gustan.
– ¡No son proverbios! Son clichés.
– A ver qué te parece éste: Nunca te dejaré, Hu-lan, así son las cosas. -Le cogió la mano y se la besó.