– ¿Lo sabías, papá? ¿Por eso querías vender?
– No, no lo supe hasta que vi todos los documentos. Y durante esta última hora he intentado comprenderlo, pero soy incapaz.
– ¿Por qué querías vender entonces?
Henry cerró los ojos apesadumbrado y cuando los abrió de nuevo miró a su hijo con dureza.
– ¿Vas a dejar salir a esta gente?
– Por qué querías vender? -repitió Doug.
– Creí que conseguirías mejor precio mientras yo viviera, y juntos podríamos hacer frente al tema del os impuestos.
Era lo que Pearl Jenner había escrito en su artículo sobre la venta, y la razón que se había esgrimido en Wall Street, pero Doug no lo creía.
– No querías que la empresa fuera mía -afirmó.
– Si eso quieres creer…
– ¡Admítelo! -Doug lo apuntó con el arma.
– Lo haré si dejas salir a estas personas -dijo Henry, levantando las manos.
Hu-lan lo tomó como una indicación y, reuniendo las pocas fuerzas que conservaba, se arrastró sin ser vista. Esto suponía utilizar la mano, lo cual era un tormento, y a cada metro que avanzaba pensaba que volvería a desmayarse.
– Papá, sabes que no puedo hacerlo. Las cosas han ido demasiado lejos.
Hu-lan se quedó helada. No sabía si por lo que acababa de oír o por el dolor y el sudor frío. Llegó hasta el grupito de mujeres, susurró algunas instrucciones y siguió adelante. David también había empezado a moverse sin hacer ruido, hasta situarse detrás de Amy, que con la pistola apuntaba a la espalda de Henry.
– Dime por qué, hijo. ¿No es lo que tendrías que hacer? Decirnos por qué.
Doug se limitó a pasear la mirada por la planta como buscando algo.
– ¡Doug, te estoy hablando! -gritó Henry.
Doug volvió a mirar a su padre.
– ¿Qué dices?
– Quiero saber el motivo.
– Hay muchos motivos y… -sonrió- muy poco tiempo.
– Me gustaría una explicación. Por favor.
En el otro lado de la planta, la señora Leung no había dejado de moverse, parando de vez en cuando para murmurar algo a las obreras. ¿Habría tenido la misma idea que Hu-lan? ¿O lo único que quería era llegar a la puerta? En ese caso si Doug o Amy la veían, estaría muerta en cuestión de segundos.
– De acuerdo -dijo Doug suspirando-, pero si lo que quieres es ganar tiempo no te servirá de nada. Como dice todo el mundo, este lugar está en el quinto coño. Pasará lo que tenga que pasar. Nadie podrá evitarlo.
Henry asintió con brusquedad.
– Nunca me ha interesado la empresa, padre. Ya lo sabías. Tú y todo el mundo. Pensabas que no tenía capacidad. Todos pensaban que no tenía capacidad. Durante toda mi vida, en todas las ferias de juguetes siempre me han dicho: “Tu padre es un ejemplo difícil de seguir” o “Tendrás que esforzarte mucho para ocupar el lugar de tu padre”. Después caíste enfermo y me enviaste aquí para construir la fábrica. Conocí al gobernador Sun y, por supuesto, a su ayudante Amy.
“Fue la primera que me habló de los beneficios que podían obtenerse sin desembolsar capital.
– Escatimando en los salarios -dijo Henry.
– Ya sé que no parece gran cosa, pero trescientos mil al año libres de impuestos no están nada mal.
– Eso es calderilla.
– No lo es cuando empiezas a añadir otras fábricas. Cuando me di cuenta, vi que podíamos expandirnos fácilmente, igual que Mattel y Boeing.
– Son empresas legales.
– Da igual como lo consigas, lo que importa son los beneficios. Haz números, papá. Cuatro nuevas fábricas, trescientos mil limpios en cada una, menos…
– Pero tampoco te bastaron.
Hu-lan llegó al que había sido su puesto de trabajo. Se llevó un dedo a los labios pidiendo silencio a Siang y Cacahuete, que se quedaron perplejas al reconocerla. Les susurró algo al oído antes de desvanecerse de nuevo. Al otro lado de la planta, David vio que Hu-lan se desplomaba y a las dos muchachas chinas que intentaban reanimarla.
– ¡Exacto! -dijo Doug-. El dilema se produjo con Sam y sus amigos. Estabas en casa, se suponía que descansando, y se te ocurre la gran idea. Eso es lo que te convierte en un genio. Por eso eres una celebridad en el mundo del juguete. Pero no supiste ver el potencial.
– Lo vi, por eso quería vender ahora. Mientras estuviera vivo conseguiríamos el mejor precio.
– No, no viste lo mismo que yo. Los muñecos no son nada. El dinero está en la tecnología. Si hubieras hablado con Miles y Randall te habrías enterado de lo que querían.
– ¿Miles era tu socio?
Doug se encogió de hombros.
– Era sólo un abogado, padre, concédeme algún mérito.
– Pero sabía lo que estabas haciendo.
– Claro, pero quería conseguir un mayor precio. Cerrar el trato, dejar su empresa y entrar en Tartan. Se hablaba de fábricas, pero no prestaste atención -Doug meneó la cabeza-, y por eso estamos aquí ahora. Lo único que tenías que hacer era darte cuenta de los problemas, es decir, que nuestra empresa pagaba sobornos a Sun Gao, y lo hubieras vetado todo. Porque harías cualquier cosa para proteger a ese tipo. ¿No es así? -Como Henry no respondía, Doug gritó-: ¿No es cierto?
– Sí.
– Pero no te echaste atrás en el trato porque algo saliera como no estaba previsto. Le di la información a esa putilla, y ¿qué hizo? Joderlo todo. Mi intención era que entregara la información a la chismosa que había estado husmeando, pero en vez de eso se va de la lengua y divide la información. Keith le muestra una variante a Miles, que lo oculta por propio interés. Keith murió porque no tuvo agallas para denunciar lo que sabía. La chica también le envió algunos documentos a Sun, que hizo todo lo posible para cubrirse las espaldas. Pero yo aún contaba con Guy In. Al menos él hizo lo que esperaba.
– ¿Pero con qué fin? Todavía no lo entiendo.
– Cualquier detalle del plan (el soborno, los problemas en al planta) debería haber bastado para alertarte. Sabía que iniciarías una investigación, y cuando lo hicieras cancelarías el trato con Tartan, ya que la idea de que siguiera trabajando de esa forma te repugnaba.
– Lo que me repugna es lo que has hecho. Habrías podido evitarlo sólo con decirme lo que querías. ¿No se te ocurrió que anularía la venta si tú me lo pedías? ¿Y por qué te comprometiste a vender tus acciones a Tartan y después diste marcha atrás?
– No lo captas, papá. Piensa en el caballo, en el ajedrez, en el próximo movimiento. Por fin, más tarde lo que esperaba, hiciste exactamente lo que quería. Supiste lo que de la OPA hostil y ordenaste a tus agentes de bolsa que empezaran a comprar acciones. Aumentarse el valor global.
– Lo que significaba más beneficios para ti -dijo Henry, señalando la fábrica alrededor-, esto no puede ser el jaque mate que esperabas.
Una débil sonrisa asomó en los labios de Doug.
– Me arreglaré.
– Vamos, Doug, terminemos de una vez -dijo Amy.
Doug asintió e hizo un ademán a Amy para que pusiera manos a la obra. La mujer se guardó el revólver en la cinturilla de la falda, empezó a sacar puñados de fibra de los sacos de arpillera y a desparramarla por el suelo. Los centenares de mujeres de la planta comprendieron sus intenciones de inmediato. Esos extranjeros iban a provocar un incendio.
– ¿Qué pretendes con esto? Será tu ruina -dijo Henry.
– Tapará el desastre -contestó Doug-. Supuse que podríamos negociar con un abogado, pero no contaba con la policía.
“cuando apareció la inspectora tuvimos que cambiar de estrategia. Pero no te preocupes, pensamos renacer de las cenizas.
David volvió a dirigir su atención a Hu-lan. No se había movido, pero las dos chicas sí. Una de ellas avanzaba de máquina en máquina, mientras la otra andaba a gatas con mayor precaución. Ambas iban pasando alguna contraseña. Amy Gao, que parecía una aparición fantasmal entre nubes de pelusa, no se daba cuenta de sus movimientos, mientras los dos hombres en el centro de la sala seguían ajemos a la atmósfera cargada de tensión.
– Lo único que tenías que hacer era retirarte el negocio -dijo Doug-. ¡Pero mira lo que ha costado! Me parece que no eres tan inteligente como dicen.
– ¿Y quieres que crea que lo hiciste por la tecnología? -preguntó Henry con sarcasmo.
Doug le dedicó una mirada desdeñosa y dijo:
– Papá -pronunció la palabra con la petulancia de un adolescente rebelde-, era la base, el potencial de este país. ¡Mira alrededor! ¡Podíamos tener todo esto por nada! Pues sí, padre, fue por la maldita tecnología. Diste en el clavo. Es mucho más que Sam y sus amigos. Las otras empresas de juguetes la querían. Los estudios de cine habrían llamado a la puerta. Piensa en lo que supondría para la Warner y las películas de Batman, o para la Paramount y la franquicia de Star Trek, o para Lucas y el imperio de La guerra de las galaxias. Todo lo viejo podría volver a ser nuevo, y todo lo que es nuevo podría…, Bueno, no es la primera vez que se habla de juguetes interactivos, pero tú los hiciste. Setecientos millones eran migajas. Incluso si calculamos cien millones al día, y en bolsa nuestras acciones cotizarán treinta a uno, que no deja de ser una cifra modesta en estos tiempos, tendríamos una empresa valorada en tres mil millones que continuaría subiendo.
Henry se mantenía impertérrito.
– Nuestra familia se ha dedicado a los juguetes -dijo al fin, decepcionado-. ¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar lo que eso significa?
Doug apartó al vista de su padre y observó a algunas mujeres encogidas de miedo. Verlas le hizo recordar lo que ocurriría a continuación.
– Lamento que lo veas de esa forma, padre. Amy, creo que ya es suficiente. Salgamos de aquí.
Amy se reunió con él taconeando con energía y dejando tras de sí un rastro de pelusa e hilachas. Doug sacó un mechero del bolsillo, sopesándolo con la mano izquierda.
– Sólo hay una cosa que necesito saber -dijo-. ¿Pensabas que podía hacerme cargo de la empresa? ¿Alguna vez se te pasó por la cabeza?
David se agachó, preparado para saltar. observaba atentamente a Henry, Esperando una señal y vio, al igual que Doug, la mirada del anciano.
– No, Doug. Nunca -admitió con tristeza. Darse cuenta de la poca confianza que tenía en su hijo era incluso más doloroso que el hecho de que fuera un asesino.
Doug, con el revólver en la mano derecha, abrió el mechero. En ese instante cientos de mujeres se levantaron en masa. De inmediato se les unieron las que no habían recibido la contraseña. David no tuvo la menor oportunidad de atacar. En aquel momento se oyó un chillido en mandarín, algo que chasqueaba, y las máquinas que volvían a funcionar.