Tal sentimiento era, sin duda, muy acorde con su condición de inocente muchacho, como su simple brote natural; pero también provenía de su íntima sensación de que esa conducta suya reciente no podía ya medir- se por sus patrones habituales de conducta. Incluso llegó a albergar el presentimiento de que eso podría desencadenar la tendencia que llevaría a la quiebra de su propia coherencia personal. A todo esto, ¿por qué Ogi, en un momento tan crucial, había tomado una resolución tan desproporcionada? También eso tiene una simple explicación, pues todo se debe a las conversaciones -aún vívidas en su memoria- mantenidas con Bailarina, la chica que hablaba con suaves susurros, dejando ver el interior de su boca mediante ondulaciones tales como las de una anguila en el agua, y que aun conversando por teléfono tenía un tono sensual que apelaba a la imaginación. Bailarina, en ese caso, había comunicado a Ogi por teléfono, y sin darle tiempo para insertar una sola palabra, el siguiente parte de la situación:
– Guiador fue invitado por los antiguos creyentes de la secta religiosa a una reunión con ellos, pero ya estando en el lugar adonde se dirigía, ha caído al suelo privado de conocimiento. Según me dicen, ello se ha debido a un aneurisma cerebral, con la subsiguiente hemorragia. Por suerte había en la reunión un médico, el cual ordenó su traslado inmediato a cierto hospital universitario, donde trabaja un conocido suyo. Ya en la reunión, y antes de dar su charla, Guiador se había quejado de dolor de cabeza, mientras estaba comiendo con ellos. Luego siguió sintiéndose mal y -por lo visto- fue a los aseos, donde vomitó. Contando desde ese momento, pasadas ocho horas ya estaba operado, y en medio de la desgracia -que desde luego lo es-, ahora su situación va cambiando para bien. Sólo que la hemorragia ha sido muy fuerte; y como ya Patrón venía diciendo de un tiempo a esta parte, desde la época en que Guiador asumió la responsabilidad del grupo religioso, este colega suyo ha venido padeciendo la enfermedad del colágeno. A Patrón le preocupa que la larga lucha de Guiador con su enfermedad pueda haberle debilitado desde luego el sistema circulatorio. Tras lanzar estas quejas, Patrón se ha echado a llorar. Como la situación se me escapa de las manos, aquí estoy, esperando tu llegada.
Ogi le respondió que él tenía el compromiso de hacer de guía, durante toda la mañana del día siguiente, a la señora de un conferenciante, invitado al congreso, y de llevarla a una plantación forestal de tipo experimental perteneciente a la Universidad de Tokio. La señora misma era una especialista en la cría forestal, contando en su haber con contribuciones bibliográficas. Pero Bailarina no parecía dispuesta a escucharlo para nada.
– No lo dejes para mañana; vuelve esta misma noche en algún avión con destino a Haneda; y sin dar luego por ahí más rodeos, yente a la oficina. Patrón está hecho una pena, destrozado como un pez roca ante el fusilazo de un pescador submarinista. Y yo sola, la verdad, no puedo con esto. No hay ningún otro conocido por aquí de quien pueda echar mano…
El joven evocó en su mente la delicada figura integral de Bailarina, no obstante sus bien musculadas espaldas y sus bíceps, resultado -sin duda alguna, para Ogi- de haber cultivado su físico mediante la práctica del submarinismo, como deporte añadido a la danza. En las presentes circunstancias, a él no le quedaba otra salida que mostrarse totalmente de acuerdo con la chica.
Nada más llegar a la oficina de Patrón y Guiador en el distrito de Setagaya, Ogi se adentró en la densa y oscura arboleda del jardín, que se continuaba en un seto muy lozano. Fue andando hasta el edificio de una sola planta que se alzaba en lo profundo del jardín, y entretanto iba también dirigiendo su vista al firmamento. Sin cambio especial respecto al paisaje que acababa de dejar en Hokkaido, en medio de un aire claro y frío las estrellas destacaban por su brillo.
Antes de que Ogi pulsara el timbre de entrada a la casa, ya Bailarina le había abierto desde dentro, y acto seguido se quedó mirándolo, como traspasándolo con los ojos, mientras estaba él todavía fuera, sobre el camino enladrillado.
– Si no pulsas el timbre de entrada al jardín, te puedes encontrar con el San Bernardo, que a veces lo dejamos por ahí suelto.
Como siempre, en medio del dulce susurro de su voz se entremetía una llamada de advertencia.
Bailarina se adelantó a Ogi, indicándole el camino hasta una amplia habitación que reunía las funciones de sala de estar y comedor, y lo dejó esperando ante una librería baja, situada entre un sofá y un sillón, y con una pequeña lámpara -como único punto de luz- colocada sobre ella. Bailarina se adentró por un oscuro pasillo, hasta el cuarto de estudio y dormitorio -a la vez- de Patrón.
Ogi se sentó en el extremo del sofá más próximo a la entrada, y rememoró los días finales del año anterior, cuando por encargo de la fundación tuvo él que dedicarse a repartir pavos ahumados. Las direcciones de entrega eran muchas, y el presidente de su empresa le había instruido para que terminara el reparto en la víspera de Navidad. Ya estaba entrada la noche, y él iba precisamente hacia allí, cuando en un cruce a dos bocacalles de la casa se encontró con Patrón, que iba paseando al perro: caía una incesante aguanieve, que reflejaba débilmente la iluminación del alumbrado callejero. Y por allí pasaba el hombre, de mediana estatura, pero de notable anchura y corpulencia, con su impermeable encima -a Ogi le recordó a un soldadito de madera que su padre le había traído en su infancia, como recuerdo de Alemania-, que venía caminando despacio. Lo acompañaba un San Bernardo, tan largo éste como ancho era el hombre. Lo que de entrada captó la atención de Ogi fue simplemente la manera que tenía el hombre de dar los pasos mientras se acercaba andando, unos pasos calmosos desprovistos de cualquier balanceo corporal. También el perro participaba de los mismos andares. El hecho de que el hombre marchara cubierto con la capucha del impermeable, hasta la cara incluso, y que el perro llevara también una protección del mismo material cubriéndole completamente el cuerpo, daba a los dos un aire de innegable parecido. Así, en plena marcha, Ogi los sobrepasó, y tras un instante de pausa, se percató de que el hombre era Patrón, pero ya le resultó violento volverse y llamarlo. Hasta tal punto le imponía la majestad y solemnidad con que Patrón y su San Bernardo, en una noche lluviosa, iban así caminando como un par de hermanos, con toda esa semejanza física.
Ogi iba recordando todas estas cosas en la habitación débilmente iluminada por un único quinqué, cuando se levantó y se dirigió a la amplia puerta de cristal, donde por un resquicio del cortinaje se puso a mirar al jardín, sumido en la oscuridad bajo los frondosos árboles. Por la espalda se le acercó Bailarina, habiéndole con su voz furtiva.
– ¿Estás mirando la caseta del perro? Como no se te ha echado encima y ya estás dentro de la casa, ya no necesitarás mirar, ¿eh?
Ogi, que, como siempre, ya se sentía como si le perdonaran la vida, no respondió nada en especial, sino que bajó la vista hacia el camino enladrillado que quedaba a sus pies. A todo lo largo de la habitación, desde ambos extremos de la parte acristalada, se había montado un complicado sistema europeo de contraventanas de madera correderas como protección. En realidad el sistema nunca se usó luego, pero hacía poco Guiador le había explicado a Ogi, cuando éste se encontraba de pie en ese mismo lugar, las circunstancias que motivaron dicha instalación:
Cuando Patrón y Guiador se mudaron a esa casa, era feroz la compleja persecución que sufrían por parte de una gente que no sólo los miraba con antagonismo, sino que les tenía plena aversión. En tales momentos y para protegerse de posibles ataques a pedradas, hicieron instalar esas contraventanas. Y no ya con el propósito de proteger su integridad personal, sino también llevados por el temor de que las piedras arrojadas rompieran los cristales, pensaron en un principio que sólo tenía sentido instalar las contraventanas por el lado exterior de los cristales. Sin embargo, Patrón argumentó con insistencia que él solía echarse en el sofá a leer libros, y que por eso quería tener las planchas de madera -y mientras más sólidas fueran, mejor- lo más cerca posible de su propio cuerpo, como una muralla envolvente. De ahí que se construyera aquel modelo de montaje, con complicados raíles interiores para hacer correr las planchas de madera, ya que las contraventanas iban «por dentro» de los cristales, y no por fuera, como los habituales postigos contra la lluvia de las ventanas japonesas. Como la construcción era tan artificiosa y complicada, una vez que en la opinión del mundo exterior decayó el interés hacia Patrón y Guiador, Patrón mismo tomó la iniciativa para que desmontaran las contraventanas. Sin que se supiera ya por qué vino a cuento el tema, el caso es que Guiador le había explicado todo esto a Ogi con pelos y señales. En tal ocasión, Patrón pasaba por una crisis aguda en sus altibajos depresivos -le explicaron-, y se encontraba recluido en su estudio-dormitorio sin salir de allí. Por eso fue Guiador quien recibió a Ogi, que ese día había ido para mantener el contacto y tratar asuntos de común interés con su fundación.
Bailarina carraspeó gentilmente para aclararse la garganta, y esperó a que Ogi se volviera hacia ella.
– Patrón está ahora despierto, así que puedes verlo poniéndote al lado de la cama, pero no se te ocurra hacerle preguntas sin sentido -le dijo, con ese tono tan dominante que hizo recordar instintivamente a Ogi aquella conferencia a larga distancia, cuando ella le habló con cierto acento de súplica.
Bailarina luego se volvió en redondo, como si la prolongación de su cuello, fuerte y flexible, se convirtiera en un eje que le recorría el cuerpo hasta la zona lumbar, y en torno al cual ella giraba. Mientras la seguía pasillo adelante, Ogi creyó verle -en el instante de quietud previo a ese giro y a la luz del quinqué situado en bajo- un hilo de saliva desde el fondo de su garganta, que reverberaba plateado. Con todo, incluso esta impresión, que podría considerarse «tan sensual», el inocente muchacho tenía que contemplarla en un plano conceptual.
Patrón se encontraba en una habitación aún más oscura, acostado sobre una cama baja, y con el cuerpo vuelto hacia el visitante. Ogi había entrado, conducido por Bailarina, hasta ponerse junto a una mesita adyacente a la cama, donde reposaba un quinqué encendido; al ver la cara de Patrón bajo esa luz, sintió una opresión en el pecho. La causa estaba en que Patrón, siendo bastante mayor que él, lo miraba con unos ojos negros desbordados de lágrimas, como lo haría una cría de foca. De hecho resultaba imposible sostener la mirada de esas pupilas. Ogi desvió su vista hacia lo alto, y se dispuso a escuchar la voz lastimosa de Patrón, que iniciaba la sarta de sus quejas.