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CAPÍTULO. 1 CIEN AÑOS

Cierto joven, llamado Ogi, recibió de sus nuevos compañeros, a poco de conocerlos, el sobrenombre de "el inocente muchacho"; pero esto no le hizo sentirse especialmente incómodo. Pues aunque estemos hablando de "compañeros", si únicamente hacemos la salvedad de una joven, los dos hombres estaban próximos a la edad de su propio padre. Y no tardó Ogi en convencerse de que la chica en cuestión no tenía nada de inocente en comparación con él mismo. Los dos hombres algo mayores que se contaban entre esos compañeros recibían las denominaciones respectivas de "Patrón" y "Guiador". El joven Ogi contaba entre sus recuerdos que, hacía ya diez años, leyó al azar tales nombres en un periódico, como personajes claves de cierto "incidente". En resumidas cuentas, siendo ellos los protagonistas del "incidente" -que desde la perspectiva de Ogi era un hecho perteneciente a un pasado ya bastante remoto-, se podían considerar aún ambos en la flor de la vida. Así y todo, en los medios de comunicación del momento ya se los describía como personas que han dejado atrás la juventud.

Puestos a explicar, aprovechando la ocasión, los extravagantes apelativos de esos dos, digamos que al protagonizar el incidente cortaron los lazos de relación con el grupo religioso que hasta entonces habían dirigido; y el New York Times, que publicó reportajes sobre el incidente, en vez de usar los nombres respectivos de ambos los sustituyó por esos epítetos burlescos; los cuales fueron acogidos sin problema por los interesados. Más tarde, a la joven que compartía con ellos la vida en común, la llamaron -valiéndose del mismo estilo- "Bailarina".

Cuando Ogi supo por vez primera que, en los meses y aun años que siguieron al incidente, ellos dos guardaron silencio al respecto, recibió un fuerte impacto. Pues ellos, aparte de mantener un canal abierto a las escasas conexiones necesarias para su sustento, vivían en el más rotundo aislamiento respecto al resto del mundo. Además, algo que causaba asombro a Ogi era que Patrón, siendo el de más edad de los dos, y aun no teniendo un cuerpo muy robusto, era un hombre verdaderamente dotado de energía vital. l pasaba sus días en una existencia soterrada de cara a la sociedad, como sitiado por asuntos urgentes, aunque viviendo a tope. Pero, como revés de la moneda, también Ogi tuvo la ocasión de vislumbrar en medio de todo esto la excesiva tendencia a entrar en depresión que acusaba aquel hombre.

Por lo demás, el otro, el llamado Guiador, siempre daba muestras de una gran presencia de ánimo y, como resultaba fácil de advertir incluso para los extraños, era para Patrón un compañero de toda confianza. El joven Ogi, acogiéndose a un símil sugerido por su escasa experiencia como lector, comparaba las conversaciones de ellos con las de Kanzan y Jittoku, aquellos monjes legendarios coetáneos con la dinastía tang de China. Así las cosas, cuando ellos dos se encontraban charlando mutuamente, si Ogi asomaba la cara por allí, solía encontrarse con que la joven se sumaba a la charla, y trataba a ambos usando los consabidos apodos. Andando el tiempo, conversar con ellos llegó a ser para Ogi un ingrediente de su trabajo, y él entonces sintió como forzada y antinatural esa modalidad de trato de la joven. Incluso le pareció irritante. Pero estas impresiones se le disiparon cuando Bailarina pasó a contarle abiertamente esto:

Su propia madre había tenido sus esperanzas puestas en que ella estudiara Ciencias de la Educación en la Universidad de Ashikawa, donde el padre también ejercía en la Facultad de Ciencias, y en que luego llegara a ser profesora de Grado Medio o Superior en algún centro de la misma isla de Hokkaido. "De haber secundado esos deseos -añadió Bailarina-, yo no habría pasado el tiempo con esta plenitud de ahora, gracias a la compañía de Patrón y Guiador, que en el sentido propio de las palabras han sido para mí respectivamente como un tutor y un guía. Mi vida habría sido otra bien distinta".

"Así debe de ser, sin duda", pensó Ogi. De un modo o de otro, en la relación mantenida entre aquellas tres personas había algo especial.

Otra imagen que se le imponía a Ogi, también a partir de su pobre experiencia lectora, era ver a aquella pareja de cincuentones con la catadura de dos lobos de mar que hubiesen culminado una larga travesía. Era un símil muy tópico, como juvenil, pero envolvía un sentido de realidad. ¿No era cierto acaso que a los dos les quedaba un aire de haber compartido el mismo barco como compañeros de tripulación: tanto al hombre calmoso y rechoncho que era Patrón, como al otro musculoso, larguirucho y con todo el perfil de un halcón, que era Guiador? En éstas, no bien se había imaginado Ogi tal comparación, cuando probó a soltársela a Bailarina. Pero la réplica que le devolvió ella fue como para sacarle los colores al inocente muchacho:

– Tanto Patrón como Guiador, creo que están todavía en plena tormenta. En días cercanos, incluso alguien como tú podrá ver cómo el oleaje se encrespa de nuevo ante el viento, y cómo se le echan encima el aguacero y la galerna. ¿No vale más la pena, antes de que eso ocurra, buscar un puerto para resguardarse de la tempestad?

– ¿Y tú, entonces? -replicó Ogi.

– Yo, en mi caso, uniré mi suerte a la del capitán y a la del piloto mayor -dijo la muchacha como susurrando, mientras dejaba ver, en su boca entreabierta, la lengua rosácea, húmeda de saliva.

De entrada, y contando con esa manera tan corporal que tenía ella de expresarse, el joven no podía sentirse atraído verdaderamente por Bailarina. Y hay para ello una razón muy simple. Cierto que Bailarina era una chica que encerraba mucho encanto para el común de los jóvenes, dada su juventud y su belleza, y también su personalidad, tan destacable por encima de lo normal. Incluso su manía de llevarle la contraria a él, vista desde otra perspectiva, podía tal vez convertirse en una característica que precisamente lo atrajera sin remedio. Y si se tratara de su voz y de su manera de conversar, en eso más que nada Bailarina era especial, aproximándose ella a uno como con un abrazo que invita al baile: acercaba su cuerpo pequeño y grácil, y se ponía a susurrar íntimamente. Sin embargo, a una con esa voz solía venir alguna palabra punzante de reproche, que ella no podía refrenarse de soltar. Y encima, como ya ha quedado dicho más arriba, incluso cuando estaba callada, mantenía la boca entreabierta, dejando ver hasta el fondo su garganta roja en penumbra.

Para el inocente muchacho que era Ogi, la combinación de "hablar susurrando suavemente" con esa "sensación de boca siempre abierta", tan del gusto de Bailarina -y, dicho sea de paso, no es que por esto la tildara de insensata, sino que más bien interpretaba el hecho como un pequeño receso en medio de su expresión tan movida, inteligente y alerta-, tenía él que dejarla pasar con ánimo abierto; si bien, cuando menos, no era cosa que pudiera en modo alguno dejarlo indiferente.

Por razones de trabajo, Ogi se reunía con Bailarina, la secretaria de Patrón y Guiador, una vez cada dos meses. Aun así, desde que Ogi se incorporara a su trabajo, no se había dado el caso hasta el presente de que fuera ella quien lo telefoneara a él. Pero ahora se presentaba esta circunstancia nueva: que Bailarina contactaba con él de pronto, transmitiéndole el mensaje: "Patrón te necesita urgentemente". Este mensaje le llegó por fax a Ogi cuando se encontraba en Sapporo, isla de Hokkaido, transmitido desde la sede central de su compañía en Tokio; -él trabajaba en la Fundación para el Intercambio Cultural entre las Naciones, y como un eslabón más de su trabajo estaba el mantener contacto periódicamente con Patrón-. Su compañía le había confiado la misión de acompañar a un médico francés y a su mujer, a quienes había invitado, con ocasión de un congreso plenario organizado por la Asociación Japonesa de Dermatología.

El fax decía: "Una persona llamada "Bailarina" -y japonesa, sin duda- nos ha llamado por teléfono, diciendo que quiere contactar contigo urgentemente; que "Guiador" se ha desplomado por una hemorragia cerebral, y que "Patrón" quiere verte. Estos extraños nombres serán apodos, sin duda. Le pedí a ella que me diera los nombres reales, pero me respondió que ya con lo dicho te orientarías mejor que con nada". Y había un añadido al final: "Le dije que como iba a traeros complicaciones a la marcha del congreso si yo la informaba sobre tu hotel y número de teléfono, para evitar esto yo mismo iba a comunicarme contigo. Esa mujer da la impresión de estar como en trance, posesa por algo. "Bailarina' "Guiador' "Patrón"… ¿Qué es eso, y con qué chusma de gente te juntas tú?".

El cometido de Ogi en esa ocasión consistía en llevar al mencionado doctor en Medicina y a su señora, llegados de Lyon, a unas dependencias del hotel que se habían reservado para celebrar el congreso; el doctor debía pronunciar allí su discurso de salutación. Tras hacer una llamada telefónica a la residencia de Patrón, Ogi se dirigió con aquel matrimonio a la enorme sala donde tenía lugar la cena correspondiente a la víspera del congreso; allí escoltó al profesor y a su esposa hasta la mesa donde les esperaba el presidente del congreso acompañado de su esposa, pues los caballeros habían sido colegas de investigación durante muchos años. Cumplida esta misión, el joven explicó su situación al personal responsable del congreso, y enseguida cogió un taxi para enfilar a toda prisa hacia el aeropuerto de Chitose, en las afueras de Sapporo. Cuando por fin se encontró a bordo del último avión con destino al aeropuerto de Haneda, Tokio, Ogi consideró en su interior que jamás antes había actuado con la precipitación de ese momento. Esto le producía a ratos deÑazón, pero también a ratos -y sin que ello se contradijera con lo anterior- le hacía sentir una leve satisfacción.

Para el día siguiente, durante toda la mañana, la fundación -y Ogi a fin de cuentas como delegado suyo- se había comprometido a hacer de guía a la señora del doctor -incluida la provisión de transporte- para una visita turística a Sapporo, mientras su marido se hacía cargo de la conferencia inaugural. Ogi pensó que al día siguiente podía toparse con atascos en la carretera, a causa del tráfico ocasionado por el aeropuerto de Chitose; y se iba a ver entonces muy apurado de tiempo; pero, ya sin tomar la precaución de buscarse un sustituto para desempeñar su trabajo, se había resuelto a volver a Tokio. l era una persona con firme sentido de la responsabilidad, por naturaleza; y aunque la palabra "perfeccionista" tienda fácilmente a adoptar un significado negativo, Ogi era un perfeccionista. A pesar de todo eso, ese día se sentía satisfecho por haber dejado al margen, sin más contemplaciones, su trabajo del día siguiente.