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Guiador, a su vez, estaba en la última habitación del pasillo, una gran habitación compartimentada en tres o cuatro espacios -donde había sendas camas- por cortinas blancas. En la zona más cercana estaba Guiador, acostado, en una situación aún más deteriorada que la de aquel paciente de antes. Tenía los tubos de goteo en marcha, junto con otro gran tubo de varias vueltas que procedía de un equipo de respiración asistida; pero no quedaba ahí todo, ya que el paciente estaba atado de pies y manos a la cama por medio de una fuerte cuerda. A la cabecera había un monitor electrónico, cuya pantalla, del tamaño de un televisor mediano, mostraba unas líneas de colores: verde, rojo, amarillo…, con cifras en los correspondientes colores, todo lo cual constituía un movido gráfico.

Viendo a Guiador así acostado, se advertía que aun en esa condición era un hombre de gran osamenta, y se notaba que la cama le quedaba corta. Tenía puesta una caperuza blanca sujeta a la cabeza; sus ojos estaban cerrados, y sobre la comisura del párpado derecho se apreciaba un hematoma producido por la congestión. Estaba conectado al tubo del oxígeno, y respiraba pesadamente. Su cara, de un gran aspecto, tan robusta que invitaba a calificarla de «magnífica», estaba roja, y a ratos incluso recordaba la de un niño que rebosara salud. La enfermera que los había conducido hasta la cama de Guiador comprobó el estado del goteo, cosa que le llevó muy poco tiempo, y sin decir nada en especial a los visitantes, se fue. Guiador dejaba asomar sus toscos pies fuera de la manta que lo cubría; y Bailarina, que estaba junto a Ogi cerca de la cama, se aproximó más al paciente hasta ocupar el sitio que había dejado la enfermera, y empezó entonces a masajear con soltura el torso de Guiador, desde los hombros -que la yukata dejaba al descubierto- hasta los músculos pectorales.

– Las ventanas de la nariz las tiene perfectamente, ¿no crees? Hasta ayer podía él respirar por sí mismo, y tenía fuerzas para sacudirse a patadas la manta, pero ahora… Según dicen, le han hecho bajar a propósito la temperatura. ¿No quieres tocarle la mano? Está sorprendentemente fría.

Ogi hizo lo que se le indicaba. La palma de la mano de Guiador, aunque desprovista de la fuerza de agarre necesaria para responder a quien pretendiera estrecharla, parecía ciertamente propensa a hacerlo, a juzgar por su volumen y su reacción. Ogi tuvo asimismo ocasión de comprobar que estaba más fría que la suya.

Bailarina masajeaba en cuanto le era posible la piel que estaba directamente expuesta al aire ambiental, y mientras trabajaba a en esto, su propio vientre y su cadera, que se le iban hacia la cama, amenazaban con aplastar los diversos tubos que se extendían por allí. Inclinada como estaba, levantó la vista para mirar a Ogi, con cierto desánimo -al parecer- ante el hecho de que él no hubiera contradicho sus malas impresiones sobre el enfermo.

Aun así, y como para recobrar su propio ánimo, Bailarina echó a andar hacia el puesto de control de las enfermeras, diciendo:

– Voy a enterarme de dónde está el médico de guardia, para pedirle que me dé el último parte clínico. Tú quédate aquí, y si Guiador vuelve en sí, ten valor para atenderlo como si tal cosa, ¿vale? No vaya a ser que, una vez que expresamente se haya recuperado, se encuentre rodeado de gente que no conoce de nada, y esto le provoque un trauma psíquico, y el aneurisma cerebral se le reproduzca y degenere en hemorragia. Si eso pasara, ya no habría nada que hacer.

Ogi se quedó solo, y se puso a pensar del siguiente modo: cuandoquiera que Bailarina iba a encontrarse con Patrón y Guiador para reunirse los tres, manifiestamente dirigía su atención hacia Patrón, y se mantenía fría e indiferente para con Guiador. Éste, por su parte, solía dar muestras de un sentido respeto hacia Patrón, pero tan pronto como Bailarina trataba de meterse en la reunión, no consideraba en absoluto las preferencias de Patrón y, sin consideración alguna, la dejaba a ella al margen del diálogo. Pero ahora que Guiador se había desplomado sin sentido, ¿no se advertía acaso, en la manera de masajearle ella la piel, una muestra de incipiente intimidad sexual?

Entretanto, sus pensamientos llevaron a Ogi en otra dirección muy suya, y para apagar el rescoldo de ese posible fuego, se propuso pensar sobre los cuidados de enfermera dispensados por Bailarina a Guiador, precisamente. Eran ideas que se le habían ocurrido desde el principio: ese «Patrón», a quien ya con cierto aire burlesco se había acostumbrado a llamar así, ¿podría ser verdaderamente una especie de patrono para la humanidad actual? Y, por otra parte, ¿qué pasaría si este «Guiador» -por el que sentía Ogi un fuerte rechazo, mezclado con ese respeto por el que lo querría ver lo más lejos posible de sí mismo…, aquel hombre tan inseparablemente unido a Patrón-, qué pasaría si fuera verdaderamente un guía de la humanidad? ¿Y qué podía significar el hecho de que él mismo -Ogi- hubiera por fin cobrado conciencia de tan importante cuestión, precisamente en este punto y hora en que Guiador había sufrido un aneurisma y una hemorragia cerebral, yaciendo con el conocimiento perdido, y viéndose abocado a una crisis mortal?

Cuando Ogi se encontraba sumido en lo más hondo de sus solitarios y medrosos pensamientos, Bailarina se presentó ya de vuelta. Ella traía una expresión mohína; y, ensombreciendo el gesto en torno a su nariz respingona mientras dirigía una mirada escrutadora a Ogi, enfiló hacia la salida de la Unidad de Cuidados Intensivos, sin decir ni palabra. De nuevo tuvieron que pasar por la desagradable sensación de la sustancia pegajosa de la franja del suelo chupándoles las suelas de los zapatos, y luego se pararon ante la puerta que debía abrirse ante ellos hacia ambos lados, cuando de pronto Ogi advirtió que se había quedado en blanco. Pero a su lado, Bailarina alargó fríamente un brazo para pulsar con un chasquido el timbre de apertura.

– El médico es un pesimista de tal magnitud que llega a ser cínico. ¿Pues no nos sale con palabras como "muerte cerebral"? -exclamó Bailarina sin poder ocultar su indignación, en tanto salían del pasillo y se encontraban ya en el rellano del ascensor-. Me ha dicho que aun ahora avanza la hinchazón cerebral. A este paso, una fisura negra que detecta el TAC en medio de su cerebro puede acabar reventando. Le he preguntado si, en este estado de cosas, está aplicando medidas para parar la hinchazón, pero ese señor doctor no se ha dignado responderme.

El "Pajero", con Bailarina al volante, iba a entrar en un cruce del bulevar de Kooshuu. Echando una ojeada a su reloj de pulsera, Ogi pensó que esa tarde aún le daría tiempo de pasarse por su oficina de la fundación. Le faltó la osadía necesaria para decirle a Bailarina que torciera a la izquierda y lo llevara a la estación de Shinjuku, y en vez de eso le pidió:

– Para un momento y déjame por aquí.

Pero Bailarina reaccionó con mucha severidad, casi convulsivamente. Chasqueando su lengua mojada contra los dientes, que relucían blancos entre los labios abiertos, le dijo ella:

– ¿Adonde quieres ir? ¿Precisamente ahora vas a escaparte? Yo sola no puedo ocuparme de ese hombre, con sus tiritones de fiebre.

Justo antes de meterse en el cruce, el "Pajero" se paró en seco, y ante el claxon que desde el coche de atrás le sonó materialmente encima, incluso se caló, temblequeante, como una persona que tuviera algo atascado en la garganta. Bailarina echaba fuego por los ojos, mientras afrontaba con bravura el lance. Por fin el coche quiso volver a arrancar, y ella lo arrimo al lateral, donde lo paró. Ogi advirtió, sobreponiéndose a lo imprevisto del caso, que los redondos hombros de Bailarina se agitaban bajo el suéter blanco, y que ella… ¡estaba llorando! Ogi se quedó desconcertado, y sólo se le ocurrió lo consabido de siempre en este tipo de situaciones: "¡Qué se le va a hacer!" Y con esto, trató de avenirse a las circunstancias. Se bajó por el lado de la acera, y mientras recibía nuevos pitidos de claxon alertándole del peligro, dio unos pasos rodeando al "Pajero" y se subió de nuevo por la puerta del conductor. Bailarina se cambió de asiento sumisamente y con presteza, hundiendo su peso en el asiento vecino, mientras que con sus manos de bonitos dedos se cubría el rostro.

Pero cuando el coche llevaba diez minutos en marcha, Bailarina se acomodó mejor, irguiéndose en el asiento, y orientó su cara, ya secadas las lágrimas, hacia el frente. Su habitual voz susurrante tenía ahora un matiz bronco, y le soltó a Ogi la siguiente historia, que a éste le pareció sobrada de razón:

Cuando ella misma iba a salir de Ashikawa, siguiendo su deseo de aprender danza, para venirse a Tokio, su padre la presentó a Guiador, un íntimo amigo suyo y antiguo compañero en la Facultad de Ciencias.

El padre era consciente de la trayectoria previa de Guiador: cómo había formado un grupo religioso a una con Patrón; pero eso no le había hecho cambiar de idea respecto a la confianza que le inspiraba Guiador como persona. En los telediarios, ella había visto reportajes sobre el tema en cuestión, y no acababa de tranquilizarse; pero, de todos modos, emprendió el viaje con la confianza puesta en Guiador. En la casa-oficina donde Guiador y Patrón vivían -que por cierto era una oficina inactiva como tal- le asignaron una habitación, y a cambio ella asumió las tareas de la casa. Fue poco después de su llegada cuando empezaron a llamarla "Bailarina", y por entonces, como un desarrollo natural de los acontecimientos, ella se convirtió de hecho en la secretaria de los dos.

Cuando, tiempo atrás y en Hokkaido, ella había dado un recital de su propia danza, un periodista local escribió un elogioso reportaje en un periódico de Sapporo -que en realidad había sido el motivo desencadenante para que ella se trasladara a Tokio-. Una vez ya en la capital, informó a aquel reportero sobre su dirección en Tokio; y luego le llegó una carta de él, diciéndole que aquel dúo formado por Patrón y Guiador no sólo había dado la espalda a la secta religiosa de su propia creación, sino que "esa gentuza había convertido públicamente su propia doctrina en tema de burla". Y que ellos habían llegado a vender a la autoridad competente la facción más extremista de sus creyentes, la cual había pasado, de mantener su fe puesta en las enseñanzas de Patrón, a emprender una acción política radical.

Sin embargo, Bailarina no se hizo ningún serio problema de tales cosas. Ella no se cuestionaba qué ideas podían tener Patrón y Guiador, ni qué pudiera haber resultado de todo eso. Le bastaba con albergar interiormente un caluroso afecto a aquellos dos señores mayores que la habían acogido en su residencia y le permitían plena libertad de movimientos. Con todo, cuando oía de labios de Patrón y Guiador alguna charla que le sonaba a tema religioso -ya fuera sobre algo relacionado con el acontecimiento reciente, por el que habían renunciado a su doctrina, ya fuera de ideas nuevas… (siendo el caso que ella no sabía distinguir entre ambos temas)-, ocasionalmente se sentía enganchada por aquello.